martes, 18 de octubre de 2011

145. Pretextos

No es la primera vez que este blog entra en recesión, ya son varias veces y lamento reconocer que todas han sido por culpa mía (no podía ser de otra forma, soy el único que escribe entradas para él). Nuevamente me hago el propósito de no volver a dejarlo olvidado, aunque sé, que seguramente volverá a ser así.

No tengo una razón específica para este olvido (más que olvido, digamos, temporal abandono). Sin embargo puedo inventar muchos subterfugios que puedan representar un formidable motivo para justificarme. Veamos las posibles excusas y escojamos la que resulte más apropiada:

Falta de tiempo para escribir: Me cambiaron de sede para el trabajo (a toda la Coordinación de Cultura de Calidad) ahora estamos en unas oficinas ubicadas al norte de la ciudad, sobre la Calzada Vallejo y, para llegar a ellas, debo tomar el metro  en primera instancia y después el metrobús. El recorrido que tengo que realizar diariamente es de aproximadamente noventa minutos. Llego a lo que llamo casa alrededor de las 21:30 horas y sin ganas de hacer algo productivo.

Falta de recursos tecnológicos: Se descompuso mi computadora, se desconfiguró, le entró un terrible virus y me borró todos los archivos, programas y sistemas. En realidad me robaron la computadora, la secuestraron, me despojaron de ella y junto con ella se fueron mis fotos, archivos y música, estoy desconsolado. Bueno en realidad no es cierto, la di prestada y no me han devuelto.

Falta de conexión a Internet: Debo reconocer que este no es un pretexto creíble, de hecho es la justificación más tonta que se me ocurrió, en realidad las interconexiones no se retrasan tanto, a menos que yo no haya pagado mi recibo correspondiente y haya sido suspendido de manera definitiva por el proveedor del servicio, de esta forma la excusa se vuelve un tanto válida.

Falta de recursos mentales: Este rubro puede ser completamente válido y muy creíble, a nadie le extrañaría que mi cerebro dejara de funcionar por largos periodos de tiempo (ya ha pasado en otras ocasiones y tengo muchos testigos de ello). Simplemente se desconectaron mis neuronas, dejé de pensar racional y civilizadamente y me convertí en una especie de zombi haitiano, de esa manera he subsistido durante todo este tiempo. 

Falta de recursos físicos: Lo cierto es que me cayó una extrañísima enfermedad de tipo bacteriana. Este padecimiento lo adquirí en el zoológico de Chapultepec (me contagió el orangután) se caracteriza por la incapacidad para escribir a máquina o en computadora (si se fijan, los orangutanes no pueden escribir a máquina o en computadora). Su tratamiento requiere de muchos cuidados cálidos y cariñosos (los orangutanes no tienen quien les dé cuidados cálidos y cariñosos. Yo tampoco, por eso tardé en sanar).

Falta de recursos sicológicos: Sucede que durante mi traumática estancia en el Distrito Federal me he visto asaltado por un terrible delirio de persecución, siento que los casi 10 millones de chilangos me acosan, asustan, presionan y preocupan. Por todos lados veo rostros hostiles, figuras que chocan conmigo, me empujan y arrastran (sobre todo cuando voy en el metro). Esto me ha impedido tener la calma y la paz necesaria para poder sentarme frente a la computadora a escribir tranquila y felizmente.
Falta de motivación: Pues lo que realmente ha pasado es que he caído en un profundo pozo de tristeza y melancolía, estoy desganado y alicaído, entumecido y confuso, me siento indiferente y aletargado. Nada me motiva, nada me inspira: ni las calles, ni los árboles ni las personas. Esta tremenda depresión me impide escribir y comunicarme adecuadamente y me obliga a caminar arrastrando los pies con torpeza y pereza.

Ya no tengo más pretextos que inventar, son todos. No se me ocurre cuál de ellos podría representar la mejor justificación para mi desapego a las letras y para mi lejanía de este nunca bien apreciado blog.

Por lo pronto, suspendo la actividad literaria y me voy a meditar. Saludos a todos.


 

sábado, 6 de agosto de 2011

144. R432

Caminábamos despreocupadamente por la Avenida Reforma, era sólo caminar, sin ningún rumbo específico; de pronto nos encontramos frente a un extraño y misterioso negocio: pisos, paredes y techos en color negro, iluminación tenue, dos guardias en la puerta. El nombre del negocio: R432.

¿Es un bar, un table dance, un antro o qué es? Ante la extrañeza y los comentarios los guardias se acercaron a nosotros y nos aclararon: Son las oficinas de comercialización de uno de los nuevos rascacielos que están en construcción en la ciudad de México ¿Gustan pasar a conocer el proyecto?

Por supuesto que entramos, nos acomodaron en una exclusiva y moderna sala tipo lounge decorada en tonos carmesí y provista de la mejor tecnología de proyección y digitalización; el despliegue de imágenes iba de una pantalla a otra, las cibernéticas explicaciones  alababan las bondades y ventajas del proyecto, todas ellas relacionadas con la ubicación, altura, vista panorámica y plusvalía del lugar.

Su nombre, R432, hace alusión a la dirección en que estará ubicado: Avenida Reforma No. 432 exactamente frente al monumento a la Diana Cazadora, es decir, en el corazón de la Ciudad de México.  El rascacielos de 214 metros de altura (apenas 11 metros más bajo que la Torre Mayor, el edificio más alto de Latinoamérica) incluye centro comercial, oficinas, club social, pisos habitacionales y un hotel que ocupará los últimos 12 pisos.

Añadan además: gimnasios, salones para eventos, centro de negocios, salones de juego para adultos y para niños, albercas techadas y al aire libre, terrazas, restaurantes, estacionamientos y más y más y más cosas.

Respecto al área habitacional ¿Quieren conocer el departamento muestra? Claro que si señorita, también queremos hablar de precios. No se preocupe señor, es su momento les proporcionaré esos datos. De acuerdo, muy amable.

El dichoso departamento muestra tiene una extensión de 67 metros cuadrados, en otras palabras, es muy pequeñito; pero está cuidadosa y delicadamente decorado, me gustaría decirles que el estilo es minimalista pero no estoy seguro de que lo fuera. Trataré de describirlo.

Contrario a lo que se pueda pensar y a todos los cánones establecidos por la tradición mexicana para el acondicionamiento de domicilios, casas habitación, residencias, mansiones y establecimientos similares dedicados a la estancia de seres humanos, la entrada principal da directamente a la única recámara del departamento.

En caso de que yo fuera el propietario de este departamento me tendría que ver obligado a tener todo en orden, ya saben: la cama hecha siempre, nada de calzones en el suelo ni zapatos y calcetines regados por todos lados, nada de usar sillas como eternos percheros, nada de latas de cervezas bajo la cama, nada de nada. Todo en absoluto y escrupuloso orden para cuando lleguen visitas. Porque siempre llegan visitas y hay que dar buena imagen.

Continúo, no más entrar al departamento y te encuentras de frente con la recámara (como ya había mencionado) su respectivo closet y una puerta que conduce al baño, mismo que pasa por detrás de la cocina y conecta por una segunda puerta con la sala. La pequeña pero perfectamente acondicionada cocina incluye refrigerador, estufa, lavadora, todo ello oculto tras discretos y elegantes gabinetes; la cocina se completa con una mesa y cuatro sillas. Al fondo la sala, la cual luce cierta amplitud. Eso es todo.

La pared del fondo de la sala es, o mejor dicho será, un enorme ventanal que, dependiendo del piso que se ocupe, dará una vista panorámica distinta. Otra vez la tecnología al servicio de las ventas, en esta ocasión el ventanal de muestra se convierte en una enorme pantalla para que podamos apreciar las diferentes vistas que tendremos de acuerdo al piso que ocupemos:

En el piso 14 la panorámica es nula, el edificio de enfrente no deja ver nada, obviamente esos departamentos son “muy baratos”  y por lo general se compran para darlos en alquiler. La panorámica del piso 42 es esplendida: la Torre Mayor, el bosque, castillo y lago de Chapultepec, la ciudad de México en pleno hasta sus confines (podría quedarme horas viendo ese tan urbano pero bellísimo paisaje). Estos últimos departamentos son “más caros”, pero con una tremenda plusvalía.

Entiendo perfectamente lo que significa “más barato” y “más caro”, pero en estos momentos esos términos no me dimensionan en nada la escala de cotizaciones en que se tasan estos inmuebles. Por ello insistí, pero creo que no debí hacerlo.

Resulta que “más barato” significa alrededor de 450 mil dólares (más de 5 millones 300 mil pesos) y “más caro” representa la impresionante suma de 1 200 000 dólares (¡Un poco más de 14 millones de pesos!).

De lo más profundo e íntimo de mi alma y de mi corazón surgió la peninsular expresión “¡Pasu mecha!”. Pero no la dije, solo alcancé a mencionar usando mi tono de voz más elegante, refinado, selecto y distinguido: “Déjenos pensarlo y discutirlo señorita y yo le llamo mañana para confirmarle cuántos departamentos necesitaremos”.

Acto seguido, mis acompañantes y yo decidimos retirarnos del lugar por lo cual nos despedimos cortésmente, aceptamos uno de sus folletos, ensalzamos las bondades del proyecto, nos mostramos sorprendidos y complacidos con el diseño vanguardista que lucirá el edificio y abandonamos sus confortables, lujosas y obscuras oficinas.

Una vez fuera del lugar, los comentarios no se hicieron esperar: excelentemente decorado el departamento, el esbelto edificio lucirá esplendido, cuánta elegancia y confort. Señores les propongo algo, olvidémonos del asunto y vayamos por un café. De acuerdo.

143. Un destello de color


Hoy es una mañana gris en la ciudad gris; gris el cielo, gris el aire, gris la ropa, todo está gris. Los edificios son grises, las calles tienen ese tono, los autos son grises y los árboles y las aves también. 

 La gente camina con ánimo gris: no se hablan, no se saludan, no se miran, no se reconocen, no se aproximan.  Esta gente ni siquiera camina, solo se desplazan dejando un rastro gris sobre el pavimento frio de la ciudad gris.
 
Busco en sus rostros un poco de color y un poco de calor, solo un poco de aire fresco que me permita apreciar vestigios de humanidad. Nada, solo miradas y muecas opacas que se diluyen apesadumbradas entre las grises ventanas del tren metropolitano.

 
En una de las estaciones subió una pareja de jóvenes, se acomodan junto a la puerta del vagón, se abrazan y sin mayores preámbulos se pierden en un beso largo, de aquellos que se dan con los ojos cerrados y las bocas abiertas.

 
Quise creer que ese amoroso gesto le daría color al gris ambiente, no fue así; al terminar el beso, los dos se miraron con una mezcla de pesar y cotidianidad y se difuminaron en el tono que prevale en esta desteñida mañana.

A los lejos una pálida canción trata inútilmente de crear un ambiente distinto; nada, solo logra acentuar los tonos grises que se escurren holgazanes desde las nubes grises que cubren el cielo gris de la gris ciudad.

Casi sin darme cuenta, el tiempo se ha diluido entre tantas vaguedades en color gris; ahora que lo pienso, no estoy seguro de que el gris sea un color, tal vez sea solo la sombra de un color o el reflejo deslucido de mis pensamientos disipados y decolorados.

 
A la mitad de tantas palideces y vagabundeos, el camino termina y me sumerjo indiferente en las calles grises; camino aprisa,  esquivo sin mirar a personas grises, alguien choca conmigo y pronuncia una mecánica disculpa que no alcanzo a entender ni a responder; sigo a paso apresurado sin mirar nada ni a nadie, perdido en la esa bruma gris que empantana la ciudad.

Es la vida gris que continua indiferente y taciturna. Son los indolentes y aciagos tonos grises que despreocupadamente van inundando la vida, ahogando los pensamientos, agotando los esfuerzos, consumiendo las energías, disipando las voluntades, transformando y trastornando las ganas de existir.

Es la casi permanente marea gris de insensibilidad y desgano, de miedo mal disimulado  y angustia creciente, de sufrimiento reprimido y desconfianza manifiesta. Casi sin darme cuenta, un destello de color: es tu mirada, es tu sonrisa, eres tú.

 

lunes, 20 de junio de 2011

142. Platicando en el malecón

Campeche es una ciudad de placeres simples (o dicho de mejor manera, sencillos) de disfrutar contemplando los sucesos de la vida cotidiana o los espacios de asombro que nos regala la naturaleza;  Y entre todos esos momentos que se dan a lo largo de los días, hay uno en particular que disfruto mucho: dejar pasar el tiempo haciendo nada en el malecón.

Todo consiste en estacionar el coche en el malecón (en cualquier parte, no importa, aunque yo prefiero en el estacionamiento del Velerito o en el que está casi llegando a los cocteleros)  de preferencia a eso de las diez u once de la noche (o después, eso tampoco importa) acomodar el asiento del auto hasta quedar prácticamente acostado, poner una música suave y dejar transcurrir las horas vagabundas e inexorables.

Por supuesto, el complemento ideal es una buena compañía (masculina o femenina) alguien que tenga una plática agradable, entretenida y divertida; alguien que sepa escuchar y sepa reírse solamente por el gusto de reír. Alguien que guste tanto como yo de dejar pasar el tiempo haciendo nada en el malecón.

Lo demás es disfrutar de la brisa, del apagado sonido del mar, contemplar la luna (hay una época del año en que hace caminos brillantes sobre el mar) y las estrellas, mirar a las aves alejarse hacia destinos desconocidos y ver a las palmeras mecerse muy quedito al ritmo del viento suave que viene del mar.

A partir de ahí, inicia la plática, los temas no importan, pueden ser las desilusiones del pasado, los conflictos emocionales, los sueños y proyectos del futuro, descifrar el misterio de las relaciones humanas (y también de las sexuales) descubrir los porqués de la vida o tratar de entender los motivos y razones de las mujeres. Todo eso matizado con una cerveza que será tomada a escondidas de los policías en turno.

Las horas van transcurriendo y entonces, de manera sorprendente, se van descubriendo los hilos negros, se desvanecen los misterios que por tantos siglos han atormentado a la humanidad, se realizan descubrimientos excepcionales, caen los veintes, todo se entiende, se comprende. Es tan fácil encontrar las soluciones.

Basta una larga y nocturna plática en el malecón para encontrar las estrategias para gobernar de manera correcta al país o para ser campeones del mundo en fútbol o para conquistar a la mujer más hermosa del planeta. Bastan unas horas de amena charla para diseñar una filosofía que de sentido a la existencia humana.

Pero no piensen que son análisis concienzudos o discusiones vehementes, nada de eso. Se trata de verdaderos y auténticos vagabundeos mentales, de pensar sin esforzarse, de decir las cosas como se nos vienen a la mente, de interrumpir la plática a cada rato para contar un chiste o una anécdota, mirar a la chica que acaba de pasar o criticar a la pareja que se hace arrumacos en el coche de junto.

Casi sin darse cuenta, las horas van avanzando, tal vez ya son las tres de la mañana o las cuatro, no importa, la plática puede seguir hasta el amanecer. Nada apura, nada preocupa, nada inquieta. Todo es quietud y placidez, desgano y desenfado.

A cualquier hora y en cualquier momento la plática termina y cada quien se va a su casa. ¿Cuáles son las conclusiones de la sesión? Tal vez ninguna, o quizás se logre aterrizar alguna idea pero eso no era lo importante. Todo se trataba de disfrutar la compañía, de dejar pasar las horas, de compartir la calma y la tranquilidad de las noches campechanas, estacionados en el malecón.


viernes, 3 de junio de 2011

141. El meteorito campechano.

No recuerdo exactamente cuando fue, debió ser entre 1974 y 1976 o tal vez uno o dos años después (para no meternos en mayores problemas diré que fue a mediados de los años setentas) cuando los campechanos de esa época fuimos sorprendidos por un insólito e inusual fenómeno cósmico.

Antes de relatar tan extraño suceso, debo referir que Campeche era en ese entonces una ciudad pequeña en la cual las leyendas, mitos,  relatos cargados de terror e historias extrañas corrían con extrema rapidez. Es por eso que cuando se presentó el suceso astronómico que a continuación relataré, las opiniones y explicaciones proporcionadas por la población se exageraron en gran magnitud.

En aquellos días yo contaba con 12 años tal vez un poco más, eran cerca de las 10 de la noche, me acababa de acostar a dormir, pero aún no me agarraba el sueño, de pronto sucedió. En un principio, parecía que una enorme piedra rodaba sobre el tejado de la casa, incluso se escucharon las rodadas, las tejas brincaban como si se tratara de un terremoto, casi al mismo tiempo el patio se iluminó por completo. Un segundo después todo había terminado y la calma regresó.

Es cierto, el cielo quedó tranquilo, pero en la ciudad empezó el revuelo humano. Mi hermano me cuenta que algunos amigos salieron a la calle gritando que el mundo se estaba acabando, las vecinas en ropa de dormir se asomaban a verificar que todo estuviese bien (y a regañar a los escandalosos catastrofistas) y los adultos empezaban a cuestionarse y a buscar porqués. Los comentarios y explicaciones empezaban a circular en forma desatada.

Algunas personas aseguraban que vieron pasar una gran esfera de fuego por el cielo, lo que motivó a creer que se trataba de un meteorito. Muchos afirmaban no solo haber visto el bólido sino que además, lo vieron caer en el mar en medio de una terrible explosión. Algunos otros testificaban que se trataba de un Objeto Volador No Identificado que pasó volando muy bajo para después estrellarse en algún lejano paraje del planeta.

Al otro día en la escuela, los más escépticos afirmaban que era una señal de que el fin del mundo estaba cerca y que la bola de fuego era la señal inequívoca de que todos íbamos a morir quemados. Otros más decían que la invasión de los extraterrestres había dado inicio y que dentro de poco tiempo las hordas alienígenas nos estarían persiguiendo para esclavizarnos o darnos muerte
.
Algunos, que se sentían muy intelectuales pero que en realidad estaban influenciados por las películas de espionaje tan de moda en esos tiempos, señalaban que se trató de un avión espía de la Unión Soviética que fue derribado por caza bombarderos norteamericanos. Agregaban que ese suceso desataría la tercera guerra mundial y que bombas atómicas caerían en todas las regiones del continente americano.

Los medios de comunicación no abonaron para aclarar los hechos, por el contrario alimentaron los rumores y el temor de la gente al señalar que nadie podía tener una explicación ni científica, ni teológica ni natural de tan particular acontecimiento. Por otra parte, afirmaban que el hecho había sido presenciado por los habitantes de toda la Península de Yucatán y que incluso en algunas comunidades había ocasionado incendios y otras desgracias.

Durante varias semanas, esta historia fue el tema central de pláticas es escuelas, centros de trabajo, restaurantes y otros sitios de reunión, hasta que poco a poco se fue diluyendo de la de la memoria colectiva y de la temática popular (seguramente sustituido por algún otro tema, indudablemente, mucho más trivial).  

Lo realmente cierto es que nunca supimos exactamente de qué se trató; terminamos por pensar que efectivamente, había sido un meteorito que cayó en algún lugar, muy probablemente en el mar.

Nunca ha habido otro hecho parecido en nuestra ciudad, nunca más nos hemos visto acosados por meteoritos, naves espaciales, tribus marcianas, aviones soviéticos ni guerras mundiales. La única amenaza latente que continuamos teniendo, es la del fin del mundo. Ya veremos qué pasa en diciembre del 2012.


martes, 10 de mayo de 2011

140. Me falta tiempo


Ir al gimnasio, mejorar la condición y el rendimiento físico y sociabilizar a través del ejercicio; todo eso está bien, de hecho está muy bien. Pero tiene algunos inconvenientes, todos ellos relacionados con la inversión del tiempo que se dedica a tan sanas y necesarias actividades. Y es que llego tan cansado y tan tarde a lo que llamo casa, que no me quedan muchas ganas de escribir o de actualizar esta cotidiana y electrónica bitácora.

Resulta que, dada la jornada laboral, voy llegando al gimnasio cerca de las ocho de la noche; lo que sigue es cambiarme de ropa, hacer ejercicios cardiovasculares y después los que involucran a las pesas, mancuernas, poleas y otros aparatos. La rutina se termina pasadas las nueve y media de la noche (una hora que todavía se puede considerar civilizada y segura dadas las condiciones de esta enorme ciudad) y de ahí debo invertir unos 15 minutos para llegar caminando a la casa.

Lo que sigue es poner a secar la ropa sudada, bañarse y preparar la maleta para el día siguiente (misma que debe contener tenis, calcetas, pantalones deportivos, camisa para hacer ejercicio, camisa para salir del gimnasio, sudadera, hombrera, portatraje y una sombrilla, así como boletos del metro) cenar al mismo tiempo que checo el correo electrónico, la televisión y el Facebook.

Ya para entonces son más de las once de la noche y el cansancio y el sueño empieza a hacer presa de mí. Pero todavía no me puedo dormir, falta preparar la ropa para el día siguiente, planchar la camisa, lavar trastes y acomodar la cocina (esto último es muy rápido porque la cocina es muy chiquita) y entonces sí, todo está listo para dormir.

Dada esta carga de actividades, comprenderán que no me queda mucho tiempo para escribir, pero hago el esfuerzo y algunas veces tecleo algunos párrafos. De hecho tengo lista una entrada desde el cuatro de mayo (con esta serán dos que tengo pendientes) pero no la he podido subir por falta de tiempo.

También es culpa de Blogger, la página que da cobijo a mis bitácoras electrónicas, porque en ocasiones dificulta el acomodo de los textos y las imágenes de tal forma que no quedan como yo quiero. Eso me molesta.  Sin embargo haré esfuerzos para mantener este espacio con información actualizada acerca de los vericuetos y giros extraños que da mi vida por estos lugares del Anáhuac.

Me preocupa sobre todo el Blog de los “Apuntes en fuga”  porque los artículos que lo alimentan están un poco más elaborados y requieren de una mayor inversión de tiempo, pero bueno, ya veremos cómo le hago.

Por otra parte, la extensión de los textos también ha aumentado, antes estas misceláneas entradas eran de una cuartilla de extensión, ahora se llevan dos o hasta un poco más; en tanto los Apuntes en fuga antes eran de 2 cuartillas de largo, el último que hice fue de cuatro. Eso ya me parece excesivo. Debo reconsiderar y ser más breve en lo que escribo. Esa puede ser una buena idea para resolver el problema del tiempo.

Dado lo anterior, debo terminar ya esta entrada para cumplir con mi propósito porque ya se va llenando la cuartilla, por tanto hasta aquí llegué. Saludos y suerte.

139. Caidas memorables


El sábado pasado resbalé y caí de nuevo, esta vez, por las escaleras del lugar al que llamo casa. Ni modos así pasa a veces, tropezamos, resbalamos y caemos. Afortunadamente fue una caída sin más consecuencias que unos simples raspones y algunas magulladuras a mi orgullo.  Salvo eso, todo está bien.
Supongo que me he caído muchas veces a lo largo de mi vida, la mayoría de ellas debió ocurrir en mis primeros años (cuando aprendía a caminar) otras durante el tiempo en que, como todo niño, andaba corriendo para todos lados. Sin embargo no recuerdo la mayoría de ellas, sólo algunas, las principales.

Una de las primeras visitas al suelo debió ocurrir en el poblado de Palizada, a decir verdad, no sé si es un recuerdo propio o solamente recuerdo los comentarios de los demás; con seguridad es lo segundo, porque yo debí tener entre 2 y 3 años y a esa edad es difícil recordar los sucesos ocurridos.
El caso es que íbamos como pasajeros de una bicicleta mi hermano Juan y yo, la conductora era Juana, la muchacha que nos cuidaba; al parecer llevaba al kínder a Juan y para que yo no me quedara solo me treparon también, pero en un momento de descuido algo pasó y los tres nos fuimos al suelo. No sé si me pasó algo, seguramente si, supongo que me puse a llorar, no lo sé.
Otra caída memorable fue cuando tenía 10 años, en mis tiempos de Boy Scout, fue un sábado por la mañana, estábamos en el Parque de las Banderas para una reunión que por alguna causa no se realizó, entonces quisimos entretenernos escalando una sección de las murallas de Campeche.
Llegué hasta la cima, alrededor de cinco metros de altura, justo en ese momento me resbalé y caí, la consecuencia fue un pie luxado y mi salida del grupo de scouts, más tres meses de andar con la pata enyesada. Pero entonces no lloré.
Otra caída esta no tan memorable como cómica fue cuando andaba alrededor de los 25 años. En esa ocasión mi amigo Román “El Negro” Segovia me estaba persiguiendo para pegarme (supongo que le hice alguna maldad). En un zigzagueo de la carrera mi pie derrapó en el pavimento de la calle, quedé completamente en el aire para luego caer como un saco de papas. Todavía puedo escuchar las risas de los que vieron mi caída y El Negro no pierde ocasión para recordárselo a todos y carcajearse de nuevo.
Un tropiezo más me ocurrió hace algunos años en la parada de camiones del hospital del IMSS en Campeche. Desde siempre la explanada del nosocomio ha tenido unas cadenas que establecen el límite entre éste y el paradero de camiones. Estas cadenas están a poca altura, basta levantar un poco el pié para cruzarlas.
Pero esa tarde yo llevaba prisa, no levanté el pié suficientemente y fui a dar con mis huesos casi a media calle (lo bueno que no pasaba ningún camión en ese momento). No escuché risas ni burlas ni nada, quizás porque me levanté rápidamente y fui de la escena a toda velocidad.
Ya que estaba a cierta distancia me detuve a realizar el recuento de los daños: golpe y raspones en rodillas y costillas y una mano muy lastimada. En busca de consuelo, cuidados y curaciones fui a casa de mis hijos; pudieron haberme dado lo que buscaba si hubieran dejado de reírse.
A partir de esa fecha he tenido especial cuidado al caminar y sobre todo al bajar escaleras, porque además voy entrando en una edad en las que ya no es cosa de levantarse reírse y ya. Todo iba bien hasta el sábado pasado.
Regresé del gimnasio muy motivado, me bañé, desayuné y me dispuse a llevar mi ropa a la lavandería para posteriormente trasladarme al Zócalo de la ciudad a comprar algunas cosas y a verificar otras. Yo vivo en un cuarto piso, para bajar uso una escalera sin pasamanos, la cual desciende alternando tramos cortos y largos con descansos  entre ellos.
En uno de los tramos cortos (cinco escalones) mi pie se deslizó, la ropa salió volando (la que llevaba a la lavandería) y caí de sentón sobre uno de los escalones. Me preocupó un dolor agudo que sentí en mi rodilla derecha (mi pierna se dobló de tal forma que casi estaba sentado sobre mi pié) la enderecé poco a poco, revisé el resto de mi esqueleto, me levanté, caminé y asunto arreglado.
El resultado fue solamente de algunos raspones en mi brazo, supongo que al intentar sujetarme de la pared, salvo eso y el susto, nada. Saldo blanco. Fui muy afortunado, pude haberme roto un hueso y estando solo en el Distrito Federal hubiese sido muy problemático para mí. Deberé extremar los cuidados, no quiero que me suceda nada malo. Finalmente, en esta ocasión no me reí, pero tampoco lloré.

viernes, 1 de abril de 2011

138. Todo está bien

Las preguntas de los amigos, parientes, compañeros de trabajo, conocidos, similares y anexos de la República Mexicana giran en torno a  mi actual situación de vida en la Ciudad de México, situación que agradezco porque refleja su genuino interés por mi bienestar, seguridad e integridad física, económica, espiritual y moral.


Por lo anterior, considero necesario e importante hacer algunos comentarios en torno a mi actual y particular esquema de vida, los cuales tendrán ineludiblemente que girar en torno a lo siguiente: estoy bien, estoy íntegro, estoy seguro, estoy sano y estoy contento.

En lo que representa al subtema: “Estoy bien” se refiere al hecho de que las cosas me han salido bien; los términos acordados para la contratación del pequeño espacio en que habito se respetaron de forma completa (excepto porque no había televisión, pero lo solucioné rápidamente). Se presentaron otros inconvenientes pero fueron menores (fallas en el sistema de cable y en alguna tubería del baño) y se atendieron con prontitud y sin costo para mí.

Con relación al aspecto laboral, tenía la ventaja de conocer con anterioridad a muchos integrantes del área (los que no, los conocí prontamente). Todos se han portado amables y atenciosos conmigo. En cuanto a las tareas, la mayoría tiene relación con las que realizaba en Campeche por lo que tampoco han sido factor de estrés.

Por lo que toca a la transportación y los tiempos empleados en la misma para dirigirme de casa al trabajo y viceversa, situación que era una de las cosas que más me preocupaba, debo señalar que me considero un tanto afortunado.  La estación del tren metropolitano (metro) “Barranca del Muerto” se ubica a escasos cinco minutos caminando de lo que llamo casa, lo cual es bastante cerca para cualquier ciudad.

Una vez en él, avanzo cuatro estaciones y en la llamada “Tacubaya” transbordo hacia otra línea; tres estaciones más y desciendo en “Sevilla”, la cual se ubica apenas dando vuelta a la calle del edificio donde trabajo. El tiempo de recorrido es de 35 minutos más o menos, lo cual es casi nada comparad con los tiempos de traslado que invierten algunos compañeros para ir de su casa al trabajo (hasta 3 horas).

Por otra parte, por extraños designios del destino me toca ir a contraflujo con el grueso de las personas que se trasladan a esas horas, por lo que los vagones del metro si bien no están vacios no van repletos ni atascados de gente como en otras líneas (según comentarios de los compañeros). Esta situación coincide, tanto para ir de casa al trabajo como por las tardes, cuando me traslado de regreso.

El subtema “Estoy íntegro” se refiere a la preocupación más común que se da entre los que vivimos en las ciudades pequeñas y seguras del país y que por diversas situaciones debemos trasladarnos a la Capital; no, no he sido asaltado, golpeado, amenazado, secuestrado, defraudado, insultado, vejado, humillado, perseguido, ultrajado, manipulado, acorralado, asustado, asesinado, mutilado, engañado, encarcelado, zarandeado, vilipendiado, aplastado ni nada que termine en ado, afortunadamente y gracias a Dios y a algunas precauciones asumidas.

Las provisiones giran en torno al hecho de que no frecuento lugares peligrosos, esto es, nada de bares, cantinas, antros, discotecas, cabarets, burdeles, prostíbulos, centros de recreación para adultos, tugurios, tabernas ni establecimientos para masajes o mancebía.  Tampoco acudo a los barrios bravos o lugares de tráfico de mercancías fraudulentas.

El subtema anterior tiene relación estrecha con el subtema “Estoy seguro” porque, por obvias razones, el hecho de que me mueva en lugares y horarios seguros evita que me sucedan los inconvenientes relacionados previamente. La zona cercana a donde vivo está bien comunicada y accesible, cuenta con numerosos comercios que tienen vigilancia privada las 24 horas del día. Si a esto le sumamos el puesto de policía instalado en la avenida Barranca del Muerto, la situación se torna segura.

Por otra parte, las estaciones del metro se han convertido de un tiempo a la fecha en lugares muy seguros (a partir de una balacera en el metro Balderas) todas cuentan con cámaras de vigilancia y policías armados para protección de los pasajeros. Cuando he debido tomar autobuses urbanos lo he hecho en horarios accesibles y de los que transitan por las avenidas principales.

 Durante los fines de semana en los que he decido salir a conocer la ciudad, me he trasladado durante las mañanas y he asistido a museos principalmente, ubicados o en el centro histórico, en universidades o sitios turísticos, en los cuales, por supuesto, hay vigilancia y bajos índices delictivos. Por otra parte, no tienen idea la cantidad de policías que se concentran dentro y alrededor de los estadios de fútbol para vigilancia de los que asistimos a esos eventos.

El subtema “Estoy sano” como seguramente podrán comprender, tiene como principal argumento el hecho de que mi estado de salud se ha conservado inmaculado e incólume, esto es: no gripas, no diarreas, no enfermedades venéreas, no soponcios, no toses, no retortijones de panza, no flatulenciasincontenibles y no insuficiencias ni debilitamientos. En general,  nada relacionado con el frio, la altura, la contaminación, el hacinamiento, la alimentación o la carnalidad. Estoy sano.

Una vez establecidas las características de los cuatro primeros subtemas, las cuales tienen un balance positivo para mi, se podrá entender que el subtema “Estoy contento” no tiene ningún asunto que tratar. Aunque claro, este punto es multifactorial y seguramente tendrá sus inconvenientes, mismos que no he identificado plenamente.

Me parece que los párrafos anteriores responden cabalmente a las preguntas de los amigos, parientes, compañeros de trabajo, conocidos, similares y anexos de la República Mexicana.  Pero esto no limita el que me puedan formular otras o que se les ocurra volvérmelas a plantear, por lo que les pido no se preocupen, no me voy a molestar, lo que haré será remitirlos a estas líneas o volverlas a responder con toda la amabilidad, gentileza, paciencia y cordialidad que me caracteriza.

Saludos y un abrazo para todos desde estas aztecas tierras.



miércoles, 30 de marzo de 2011

138. El agobiante calor


Desde hace algunos días las quejas relacionadas con el calor se han generalizado de manera alarmante, por una parte, mis compañeros de trabajo de la Ciudad de México, quienes aseguran no soportarlo; por otra parte, mis amigos campechanos, miembros de la comunidad de facebook, quienes se lamentan de tan altas temperaturas registradas en la costa.

Por mi parte, me siento feliz y muy cómodo con el clima y con la situación que estoy viviendo, porque ni siento el calor agobiante de los campechanos ni el calor angustioso de los capitalinos. Estoy en un clima muy adecuado a mis expectativas y a mis requerimientos, aunque a decir verdad, en las madrugadas siento algo de frio.

Es importante precisar algo, la sensación de calor es distinta para campechanos que para capitalinos, porque el clima que prevalece durante el año es distinto. Hoy amanecimos a 13 grados en el Distrito Federal para las 2 de la tarde registraremos la máxima de temperatura que será de 25 grados, eso es mucho calor para los habitantes de esta urbe.

Los campechanos despertaron a 23 grados centígrados, para el mediodía el termómetro registrará 39 grados y, a medida que se vaya aproximando el verano, fácilmente se podrán registrar entre 42 y 45 grados. Eso es mucho calor para ellos (para mí también).

La diferencia es que los campechanos estamos acostumbrados a esas temperaturas tan altas y tan relativamente normales (aunque se quejen); los capitalinos no están acostumbrados a temperaturas que rebasen los 25 grados, por eso tantos reclamos a un calor que no se aguanta y los hace sufrir.

Pero si lo vemos desde mi particular punto de vista, cuando en el Distrito Federal lleguemos a la máxima temperatura el día de hoy, mi cuerpo lo registrará como si estuviese en Campeche a las 5 de la mañana. Es decir, con una temperatura de lo más agradable, confortable y placentera.  Puedo andar sin abrigo sin tener frio o puedo estar con el traje y la corbata todo el día sin sentir calor.

Eso es comodidad para mí, tengo una sensación ideal de temperatura (excepto en las mañanas en las que si siento un frio que requiere pijamas, calcetas y crema de cacao para que no se me resequen y agrieten los labios) puedo caminar a prisa sin siquiera sudar y mantenerme fresco todo el día. Sin embargo me solidarizo con mis compañeros de trabajo en sus calurosas y climáticas quejas.

Debo comentar que trabajamos en el sexto piso de un edificio que no tiene aire acondicionado, en contra parte, cuenta con un buen número de ventanas que permanecen abiertas y casi todos se apoyan de pequeños ventiladores eléctricos para contrarrestar los efectos del clima cálido. Los hombres acostumbramos venir de traje y corbata y la mayoría se deshace del saco durante toda la jornada laboral, las mujeres vienen vestidas más cómodas pero con estilo igualmente formal.
En los noticieros de televisión y los periódicos capitalinos se hace énfasis en las medidas preventivas para protegerse del agobiante calor (de 26 grados) y evitar los efectos y daños a la salud. En el metro se instalaron ventiladores y se ubicarán expendios de agua gratuitos para evitar la deshidratación y el golpe de calor.  Recomiendan no exponerse al sol y si hay necesidad de hacerlo usar bloqueador.

Son las mismas recomendaciones que se dan para los habitantes de Campeche pero la diferencia la hacen 12 grados de temperatura (a veces más) entre ambas ciudades. Pero insisto, allá estamos acostumbrados al calor y aquí no, por lo que es conveniente seguir las indicaciones oficiales.

A mis compañeros de aquí les recomendaría paciencia, pronto pasará el calor y regresará el frio. A mis amigos de Campeche les pido que se vayan a la playa, que se metan a las albercas, que se tomen cervezas y se mantengan en el aire acondicionado; en la noche que se vayan a sentar al malecón, se tomen un Te Reca o una horchata de los portales.

Por mi parte, seguiré viviendo tranquilo en este calorcillo defeño. No sé, tal vez con el paso del tiempo llegue a acostumbrarme, tal vez cuando vaya a Campeche no soporte el calor, o tal vez si, ya veremos. Mientras tanto, seguiré las indicaciones para no insolarme ni deshidratarme.

sábado, 26 de marzo de 2011

137. Viviendo en el DF

Ya tengo dos meses viviendo en el Distrito Federal, han pasado relativamente rápido y sin ninguna eventualidad ni riesgos para mi integridad física y la de mis finanzas. Situación que agradezco mucho y que deseo continúe de la misma manera.

Por otra parte, considero necesario y justo enfatizar un hecho importante, el concepto que tenía del Distrito Federal ha ido cambiando durante las últimas 8 semanas. Y no es que ahora considere que esta es la mejor ciudad para vivir, pero tampoco creo que sea la peor.

En la provincia de México y especialmente en las ciudades pequeñas como en la que yo vivía, circulan muchas historias truculentas y nefastas acerca de la vida que se lleva en el D. F. y de la naturaleza violenta, rapaz, sinvergüenza y descarada de sus habitantes.

Ciertamente mucho de la culpa la tienen los medios de comunicación que le dan un peso específico e importante a las noticias de asaltos, asesinatos, secuestros, violencia y otras circunstancias negativas que se originan en esta ciudad y que atemorizan a los que venimos a visitarla o a radicar en ella.

Por otra parte, dada la cantidad de gente que vive en esta área urbana (20 millones de habitantes) es lógico que haya más hechos delictivos y violentos que en una ciudad de 200 mil personas. Pero también es cierto que no todo es violencia, robo, muerte y bandidaje.

Sin embargo nos vamos dejando llevar por rumores, estadísticas y cifras (algunas verdaderas) y llega un momento en el que creemos que si caminamos por las calles de la Ciudad de México invariable y casi obligatoriamente seremos asaltados. La verdad es que no es así.

Ciertamente, como en todas las ciudades del mundo incluyendo Campeche, hay áreas muy peligrosas en las cuales es mejor no aventurarse pero también existen lugares por donde se puede transitar tranquilo y seguro hasta determinado horario; hay sitios que es mejor no frecuentar y mucho menos si anda uno solo como es mi caso.

También hay actitudes y formas de comportarse que es mejor evitar, mejor dicho, que yo he evitado por precaución y que muchos de los que son nativos o que residen aquí desde hace muchos años ignoran. Por ejemplo: no contesto el teléfono ni uso reproductores móviles de música en la calle, trato de no sacar la cartera en público, nunca ando mucho dinero (esto último aunque quisiera) no utilizo cajeros automáticos en lugares que no sean seguros o que estén en áreas aisladas, trato de no usar taxis ni camiones.

No hablo con desconocidos ni hago contacto visual con gente de apariencia peligrosa (hombres o mujeres) no me detengo a ayudar o dar dinero a personas de la calle; no circulo después de la 10 de la noche (incluso antes) y no voy a cantinas, bares, cabarets, tugurios o algo que se le parezca en los cuales mi integridad pueda verse comprometida (salvo los estadios de fútbol).

A pesar de todas estas acciones que realizo comúnmente, ya me siento más relajado en esta urbe, ya no estoy tan tenso y asustado como en los primeros días, incluso me he subido a camiones cuando lo he necesitado (por ejemplo para ir al estadio Azteca). En términos generales estoy disfrutando un poco más de las ventajas que ofrece esta ciudad.
Sin embargo, considero que no debo bajar la guardia ni dejar de tomar precauciones, el hecho que me sienta más tranquilo no significa que la ciudad deje de ser peligrosa o que dejen de existir los patanes y rufianes que pueden estar acechando en cualquier esquina.

Pero finalmente, creo que se puede vivir en esta ciudad, que es posible llevar una vida normal y que se puede evitar caer en las estadísticas de la delincuencia organizada y desorganizada. Obviamente, nada como el Campeche que llevo en el alma y en el cuerpo. Pero por ahora, aquí estoy, aquí vivo, sobrevivo y voy a disfrutarlo.


lunes, 14 de marzo de 2011

136. En el Estadio Azteca

Ayer visité por primera vez el Estadio Azteca, el principal escenario de fútbol del país. Una cancha por donde han desfilado los mejores y más grandes jugadores del mundo y que, al ser sede de dos finales de Campeonato Mundial de Fútbol, vio levantar la copa a Pelé en 1970 y a Maradona en 1986.

Al Azteca lo conocía casi completamente gracias a las transmisiones televisivas semanales, de hecho, puedo identifica al majestuoso estadio nada más de ver en la pantalla sus tribunas. Pero entrar en él es otra cosa, es una experiencia distinta, una emoción nueva, una sensación diferente motivada por el tamaño del inmueble, por la cantidad de personas asistentes y por el ruido que éstos generan al apoyar a sus equipos.

Y para hacer aún más grande y significativa esta primera visita, el partido a realizarse era entre el Cruz Azul y el América, el llamado ´”Clásico Joven” del fútbol mexicano, partido que levanta grandes expectativas y que despierta las pasiones de los aficionados y seguidores de ambos equipos. Un juego que además, hace muchos años, marcó el inicio de mi afición por la escuadra Azul.

Mi llegada al estadio fue, sin proponérmelo, por una puerta exclusiva para aficionados Azules, además de que coincidió con el arribo de una treintena de camiones que transportaban a las porras del Cruz Azul, ahí estaban: La Realeza, la de Sangre Azul, la Cementera, los Pitufos, los Chemos y tal vez algunas otras que no reconocí. En un principio me quedé con ellos pero después pensé que podía ser peligroso por aquello de los enfrentamientos entre porras rivales y opté por alejarme.

Ya dentro del estadio me contrarió un poco que mi butaca estuviera ubicada detrás de una portería, mucho más cuando me di cuenta que, la parte alta de la misma tribuna estuviera destinada a las grandísimas porras Azules (Ni idea de cuantos, pero eran muchísimos) pero me tranquilizó ver que estaban rodeados por mallas y por fuerzas especiales de la policía. Entonces pensé que podía ser divertido estar ahí y así fue.

Mientras los porristas iniciaban sus cánticos, arengas, brincos y gritos de apoyo, me acomodé en mi localidad y me puse a observar el estadio y la cancha. Es un recinto enorme en donde caben 114 mil aficionados sentados, tiene palcos de lujo, restaurante, pantallas gigantes y todos los elementos que facilitan las transmisiones televisivas y la comodidad del espectador.

La cancha en un principio me pareció bastante normal, pero después recordé la historia y me imaginé a Pelé jugando en ella el mundial de 1970 y levantando la copa junto con Jersón, Tostao, Rivelino y compañía. Cuanta grandeza junta. Pero además estuvieron también Franz Beckenbauer, Gerd Muller, Gianni Rivera y Luigi Riva entre otros.

Después miré el punto de la cancha desde el cual Maradona inició la carrera para, luego de burlar a 7 u 8 adversarios ingleses, anotar el mejor gol de la Copa del Mundo de 1986 y tal vez una de las mejores anotaciones de toda la historia de los mundiales de fútbol. Después de ese gol, unas semanas más adelante en esta misma cancha, el gran Diego levantó la primera copa mundial para los argentinos.

Pero hay un hecho más local y más particular por lo que la cancha del Estadio Azteca es importante para mí, sucedió, coincidentemente, en un partido entre Cruz Azul y América disputado en el verano de 1971. Ese año ambos equipos disputaban la final de campeonato mexicano de fútbol. América era el campeón defensor y la Máquina del Cruz Azul llegaba como el mejor equipo del torneo.

Yo tenía casi 7 años de edad y por influencia de mi hermano apoyaba al América (nunca me imaginé escribir eso). La final sería trasmitida por la televisión, sin embargo a mi papá se le ocurrió llevarnos a una fiesta en un rancho donde lo único que llegaba era la señal de radio.

Mi papá, junto con otros cuatro o cinco señores, escuchaba la transmisión del partido y, al mismo tiempo que empezaron a caer los goles azules, iniciaron todos juntos una lluvia de burlas sobre mí de tal intensidad que me hicieron llorar (que mala onda, yo era un chavito y ellos eran señores, pero así es la vida). El partido termino 4 goles a uno a favor de los Azules y yo terminé con la firme convicción de apoyar en adelante a los cementeros del Cruz Azul.

En aquellos días el Cruz Azul jugaba de local en el Estadio Azteca, fue en ese escenario donde consiguieron un tricampeonato y un bicampeonato en la década de los setentas, fue en el Azteca donde la máquina vivió sus años de gloria y triunfo, la mejor época Azul hasta ahora.

Y ahora, casi 40 años después, estaba precisamente en la Cancha del Estadio Azteca a punto de ver jugar al Cruz Azul contra el América. Por ello tanta emoción, tantas ganas de disfrutar el partido. Tantas ganas de que mi papá, mi hermano y mi hijo estuvieran conmigo para ver el partido.

El resultado no podía ser otro, ganó el Cruz Azul dos goles a cero. Dos goles gritados a todo pulmón, festejados por todo lo alto, dos goles que reivindicaron 8 años de no ganarle al América en esa cancha y 14 años de no ser campeones. Dos goles que valieron todos estos años de afición cementera.

Mientras todo eso pasaba por mi mente, las porras, en un marco de centenares de banderas azules seguían cantando sin descanso: “Olé, olé olá, cada día te quiero más” “Yo soy celeste, un sentimiento mejor no hay”. Y yo, yo cantaba y festejaba con ellos. Lástima Juan y Edoardo que no estuvieron conmigo. Ya será para la próxima.