viernes, 21 de enero de 2011

127. Manual para dormir caliente en el DF

Pues no, contrario a lo que se pudiera pensar o a la que yo mismo desearía, esta entrada no tiene como tema fundamental a las mujeres de la mala vida, ni siquiera a las de la buena vida ni a nada que sea similar, análogo, parecido o equivalente. No, nada de eso.

Yo sé que las opciones para pasar una noche caliente en esta ciudad son múltiples y excesivamente variadas e interesantes, basta tan sólo con echar una rápida mirada a los avisos clasificados de cualquier periódico, a las muchísimas páginas de internet o a las sugerencias de amigos y compañeros de trabajo.

Pero no, nada de eso; esta entrada trata acerca de los diversos elementos textiles que he requerido para no morir de hipotermia en las (para mí) gélidas noches chilangas; de los recursos que he tenido que tomar y la lucha que he debido desarrollar para mantener caliente mi humilde y muy deseado cuerpecito.

Debo aclarar inicialmente que yo soy de naturaleza sensible y friolenta, que tiritaba en las noches campechanas cuando el termómetro descendía de los 20 grados centígrados, que libro una batalla constante y permanente por evitar que mis pies se enfríen, que si mis pies no están calientes nada de mi cuerpo se calienta, nada. Nada.

Por ello, para poder dormir tranquilo y angelicalmente en Campeche tenía que usar ropa deportiva: pants, sudadera de manga larga y calcetas; posteriormente me cubría con una colcha ligera (con la ilustración de un león para decorar mi temperamento completamente salvaje, feroz e insaciable). Tengo también una colcha más gruesa (con la imagen de un tigre al acecho) pero la usaba para cubrir una mesa y poder planchar sobre ella (en el buen y correcto sentido del verbo planchar).

Por todo lo anteriormente señalado, cuando inicié la selección de la ropa que usaría en la Ciudad de México, mis conjuntos deportivos (habilitadas como pijamas) y mi colcha del león tuvieron prioridad, nada antes que eso. La del tigre no la incluí porque no entraba en mis maletas; prescindir de ella fue un muy lamentable error, se los aseguro.

El caso es que las primeras noches en el D.F. fueron un completo desastre, me abrigué como habitualmente lo hacía en mi campechito retrechero y no funcionó; el frio se colaba hasta mi cuerpo por cualquier rendija de la colcha y de mis ropas, mis pies estaban prácticamente congelados, no hallaba lugar para poner mis manos y que se pudieran calentar y mi naricita parecía un copito de nieve. Obviamente me fue imposible conciliar el sueño en tan precarias condiciones.

Por eso publiqué en el Facebook que tenía mucho frío, entonces me empezaron a llegar las sugerencias (al igual que las burlas y los consejos que se contraponían a mi estricta moralidad y buen juicio). Ropa térmica y colcha de tela polar fueron las mejores y más apropiadas propuestas, de ahí le siguieron gorros, bolsas de agua caliente, ventiladores con resistencias y muchas más cosas.

Pero resultó que en la tienda de autoservicio más cercana a mi nuevo hogar ya se habían acabado las ropas térmicas y no las volverán a surtir hasta el próximo mes de julio. ¿Por qué me hacen eso? ¿Qué se han llegado a imaginar? Descartada esa posibilidad. Había que tomar otras previsiones, por suerte encontré, a buen precio, una colcha de tela polar.

Y empecé a diseñar una vestimenta para poder dormir. Lo primero fue sustituir las camisetas sin mangas (que acostumbraba usar) por camisetas con mangas, sobre ellas pongo mi sudadera de manga larga y un suéter. El pants, dos pares de calcetas, un par de guantes muy efectivos (que me costaron 10 pesos). Una bufanda que me tejió mi hermanita Ileana y un gorrito color pistache completa mi nocturna y cálida vestimenta. Encima de todo eso, la colcha del león hambriento y la colcha polar.

Entonces sí, mi cuerpo adquiere una temperatura adecuada y propicia para poder vagar por la inconsciencia y la ilusión, mi mente descansa y se refugia en el efímero e intangible mundo de los sueños, mi ser completo disfruta de una ensoñación placentera y puedo finalmente ser feliz.

Me parece que la imagen que dejo de mí, no se presta para despertar ningún tipo de exaltación, entusiasmo o arrebato de pasión loca y desenfrenada; es cierto, me veo desprovisto por completo de mi habitual sensualidad masculina, pero absolutamente no me importa, no me preocupa y no la necesito. Mientras yo pueda dormir caliente seré feliz, muy feliz.

Tomen nota para cuando viajen a la ciudad de México.



jueves, 20 de enero de 2011

126. Los triglicéridos

Hoy fue un día diferente en la oficina, fue día de asistir a la multidetección médica. Este tipo de actividades no es nuevo para mí, en el Seguro Social en Campeche se practican en apego al programa Preveimss; sin embargo el de hoy me pareció muy completo y los resultados sorprendentes, al menos para mí.

La cita fue a las 9:30 de la mañana, no se realizaron en el edificio donde trabajo (Sevilla 33) sino en otro, ubicado en la calle Tokio; son sólo unas 5 o 6 cuadras las que separan ambos edificios, sin embargo, para no variar, en la esquina de Londres me equivoqué de dirección y fui a parar a la glorieta de la Diana Cazadora (ese monumento en realidad se llama “La flechadora de la estrella del norte” pero por algún motivo nadie le llama así).

La prueba inició con una hora de retraso, pero eso es común en el Seguro Social. De ahí, pinchazo en el dedo índice izquierdo: glucosa, colesterol, triglicéridos. Después talla, peso, presión arterial, un minuto de abdominales (fue sencillo, pero me cansé, yo creo que por la altura de Ciudad de México que todavía me pesa). El examen de la vista reprobado (ya sabía) oídos, ojos, garganta, reflejos, coordinación, etc.

El siguiente paso fue la revisión de la dentadura: todo bien, salvo por una caries en el tercer molar inferior derecho (¿A quien le importa esa muela?) me dieron cita para quitar la picadura la próxima semana. Ni modos.

Finalmente los resultados de las pruebas: Sobrepeso (ya sabía, lo bueno es que solo me faltan por reducir 9.10 kilos). Tengo alto riesgo de contraer diabetes e hipertensión arterial, por la herencia de mis padres (bonita herencia, ya ni modos). Tengo un mal índice de flexibilidad pero bueno en fuerza (ya decía yo). Sin embargo a decir de la doctora mi condición física es general es mala (¡Exagera!).

Lo particularmente dramático fueron los resultados en los niveles de triglicéridos, según la doctora tengo 326 mg/dl cuando lo normal está entre los 10 y los 150 mg/dl (no se les ocurra preguntarme que es mg/dl porque no lo sé, supongo que es algo así como miligramos por decilitros, no lo sé). La doctora se mostró muy alarmada por esos resultados incluso me dio medicamentos (bezafibrato, una tableta por las noches) y una dieta baja en grasas y alta en carbohidratos (limitar dulces, galletas y horneados y mucha fibra y granos enteros).

La doctora remató diciendo que debo mantener un peso corporal saludable y para ello me mandó a hacer ejercicio regularmente, me dio un pase a un Centro de Seguridad Social para que me hagan un programa de ejercicio (esto es bueno, pero creo que nadar con este frio eliminaría los triglicéridos pero me mataría de pulmonía. A ver que pasa).

¿Y a todo esto que son los triglicéridos? Son moléculas grasas de triple cadena que circulan en la sangre. El cuerpo las produce pero también las adquirimos con los alimentos; el organismo usa las calorías de los carbohidratos para obtener energía inmediata. Las calorías sobrantes se convierten en triglicéridos y se almacenan para usarlas posteriormente, el problema es que no las estoy usando. Esto es, estoy consumiendo más calorías de las que necesito.

La doctora me explicó que un nivel tan alto de triglicéridos se asocia con un mayor riesgo a desarrollar enfermedades cardiovasculares y, si son muy elevados durante un período prolongado de tiempo, pueden generar enfermedades en el páncreas, el hígado y el bazo, así como provocar depósitos de grasa en la piel y en este punto, tanto un ataque al corazón, como un accidente cerebro-vascular puede ser inminentes.

No me pueden acusar de dejadez, ya que los síntomas de triglicéridos altos son prácticamente inexistentes hasta que se manifiesta un daño significativo y bueno, yo no tengo ningún daño de ese tipo.

La parte buena de todo esto es que en primer lugar, ya tengo el medicamento y en segundo lugar, los niveles bajan muy rápidamente con tan solo cambiar los hábitos de alimentación y con ejercicio regular. No tengo problema con eso.

Pues bien, deberá mejorar mi alimentación y empezar a hacer ejercicios, el problema es que la altura de la Ciudad de México me sigue afectando, tantito que apuro el paso al caminar y me agitó y canso mucho, prácticamente se me acaba la respiración. Yo creo que en un par de semanas ya me habré adaptado a los casi 2,400 metros sobre el nivel del mar. Entonces si, a reanudar mi programa de ejercicios, a seguir bajando de peso y a seguir cuidando y conservando la salud. Ya dije.

domingo, 16 de enero de 2011

125. La Basílica de Guadalupe

Hace algunos días, cuando aún estaba en Campeche, platicaba con una amiga acerca de mis planes para mi primer fin de semana en el Distrito Federal; realmente no tenía ninguno, de hecho, pensaba quedarme tirado en la cama esos días. Ella me sugirió visitar la Basílica de Guadalupe. La idea me gustó tanto que decidí que esa sería mi primera salida en el D.F.

Siendo realmente sincero, no fue mi primera salida. Antes, el mismo viernes a pocas horas de mi llegada al Distrito, quise ir a la oficina para practicar la ruta y medir los tiempos que durarían los traslados. También fui al supermercado a realizar algunas muy necesarias compras. Pero para efectos prácticos, esas salidas no cuentan realmente.

El domingo, unos minutos antes de las 10:00 de la mañana, y una vez analizada la ruta en mi mapa de las líneas del metro, inició la travesía hacía la Basílica de Guadalupe. El recorrido tardó una hora y media (más o menos) de la Estación Barranca del Muerto a El Rosario y trasbordar hasta la Villa. Fue un recorrido tranquilo, tanto que hasta me dormité un momento.

La única vez que había ido a visitar a la Morenita del Tepeyac fue hace más o menos 38 años. Me llevaron mis padres. No existía la Basílica nueva, sólo la que está chueca y la original, la que está en el cerro. Los recuerdos que tengo son de muchos peregrinos llegando de rodillas y los danzarines ataviados a la usanza de los aztecas.

Hoy muchos años después, son las mismas imágenes las que me reciben: hombres, mujeres y ancianos caminando de rodillas para llegar al altar, muchos de ellos cargando a sus niños enfermos (ellos pedirán salud) otros llevando a sus hijos sanos, estos van a dar gracias. Por otro lado, los grupos de danzantes aztecas (uno de ellos con celular en la cintura) desarrollando antiguos bailes en honor a la Virgen.

Respecto de la Basílica (la nueva) pensaba que era más grande, más alta, más imponente. No lo es, de hecho me pareció pequeña para la importancia que tiene en la vida de los mexicanos. Entrar fue un poco difícil, había mucha gente, muchos sentados en el suelo. Me alegró que justamente daría inicio la misa de las 11:00 decidí escuchar la misa y la ofrecí en acción de gracias por todos los dones que últimamente he recibido.

Por dentro la Basílica es otra cosa, enormes lámparas cuelgan del techo, grandísimos espacios dedicados a los cientos de arreglos florales que le llevan a la Virgen, finalmente, al fondo, el monumental altar y sobre este, flanqueado por una bandera mexicana, el ayate de Juan Diego con la Santísima Virgen de Guadalupe plasmada en él.

Después de participar en la misa, quise acercarme un poco al altar, no pude, la gente me lo impidió. Por otra parte, por detrás del altar apareció un monseñor y de inmediato inició la misa del mediodía.

La presencia de Juan Pablo II era manifiesta por cualquier lado, desde estatuas, placas conmemorativas a su visita, estampas, recordatorios en misa, hasta el papamóvil que es exhibido a un costado de uno de los templos.

Entonces decidí visitar la Basílica antigua, la que está chueca debido al hundimiento del suelo. Me impresionaron los cuadros y un sagrario ubicado a un costado del altar principal. Lástima que estaba cerrado al público, pero se podía observar a través de los barrotes de sus puertas. Es difícil describirlo, no sé si todo lo que brillaba en paredes y techo era oro. Fue impresionante.

El primer templo dedicado a la Guadalupana está en el cerro del Tepeyac, exactamente a las espaldas de la Basílica chueca, se llega a él por unas escaleras bordeadas de jardines repletos de rosales y fuentes que asemejan cascadas. Subir es complicado, por la gente y por los fotógrafos y vendedores de decenas de artículos con la esfinge de la Virgen.

El acceso al templo está resguardado por cuatro estatuas de tamaño natural de los Arcángeles: Gabriel, Rafael, Uriel y Miguel, ellos representan la fuerza, la salud, la protección y el mensaje de Dios. El templo es exageradamente pequeño, tal vez 10 metros de ancho y unos 30 de largo, las paredes están recubiertas de cristales que protegen las pinturas alusivas a las apariciones. Imposible poder entrar.

Altar de la Iglesia del Cerro
Entonces decidí que la visita había terminado, fue en ese momento que reapareció mi tradicional y clásica falta de ubicación y terminé perdido en un gigantesco mercado. De pronto me vi rodeado de imágenes, escapularios, rosarios, velas y todo tipo de productos alusivos al lugar. Pasillos y pasillos llenos de puestos y sin espacio para cruzar. Quise regresar y ya no hallé el camino. Intuía que estaba a un costado de la Basílica, pero no podía llegar a ella por una barda de láminas y por los puestos.

Los establecimientos de comida merecen renglón aparte, impresionante la cantidad de comida, enormes ollas de guisados: pancita, mole, pozole, cerdo en salsa roja y verde; tazones repletos de guacamole y chile, de salsas: mexicana, chiplotle y verde. Los olores se mezclaban, me seducían e invitaban. Me hubiese quedado a comer de no ser porque estaba perdido, no encontraba como salir del lugar y ya me estaba molestando y preocupando.

Finalmente pude salir y regresar hasta mi departamentito. Llegué con la cabeza llena de mexicanas y guadalupanas imágenes. Llegué tranquilo, había visitado a la Guadalupana, había dado gracias, había pedido y había ofrecido. No será mi última visita, pronto regresaré y espero hacerlo en la compañía de mis hijos. Así será.