lunes, 20 de junio de 2011

142. Platicando en el malecón

Campeche es una ciudad de placeres simples (o dicho de mejor manera, sencillos) de disfrutar contemplando los sucesos de la vida cotidiana o los espacios de asombro que nos regala la naturaleza;  Y entre todos esos momentos que se dan a lo largo de los días, hay uno en particular que disfruto mucho: dejar pasar el tiempo haciendo nada en el malecón.

Todo consiste en estacionar el coche en el malecón (en cualquier parte, no importa, aunque yo prefiero en el estacionamiento del Velerito o en el que está casi llegando a los cocteleros)  de preferencia a eso de las diez u once de la noche (o después, eso tampoco importa) acomodar el asiento del auto hasta quedar prácticamente acostado, poner una música suave y dejar transcurrir las horas vagabundas e inexorables.

Por supuesto, el complemento ideal es una buena compañía (masculina o femenina) alguien que tenga una plática agradable, entretenida y divertida; alguien que sepa escuchar y sepa reírse solamente por el gusto de reír. Alguien que guste tanto como yo de dejar pasar el tiempo haciendo nada en el malecón.

Lo demás es disfrutar de la brisa, del apagado sonido del mar, contemplar la luna (hay una época del año en que hace caminos brillantes sobre el mar) y las estrellas, mirar a las aves alejarse hacia destinos desconocidos y ver a las palmeras mecerse muy quedito al ritmo del viento suave que viene del mar.

A partir de ahí, inicia la plática, los temas no importan, pueden ser las desilusiones del pasado, los conflictos emocionales, los sueños y proyectos del futuro, descifrar el misterio de las relaciones humanas (y también de las sexuales) descubrir los porqués de la vida o tratar de entender los motivos y razones de las mujeres. Todo eso matizado con una cerveza que será tomada a escondidas de los policías en turno.

Las horas van transcurriendo y entonces, de manera sorprendente, se van descubriendo los hilos negros, se desvanecen los misterios que por tantos siglos han atormentado a la humanidad, se realizan descubrimientos excepcionales, caen los veintes, todo se entiende, se comprende. Es tan fácil encontrar las soluciones.

Basta una larga y nocturna plática en el malecón para encontrar las estrategias para gobernar de manera correcta al país o para ser campeones del mundo en fútbol o para conquistar a la mujer más hermosa del planeta. Bastan unas horas de amena charla para diseñar una filosofía que de sentido a la existencia humana.

Pero no piensen que son análisis concienzudos o discusiones vehementes, nada de eso. Se trata de verdaderos y auténticos vagabundeos mentales, de pensar sin esforzarse, de decir las cosas como se nos vienen a la mente, de interrumpir la plática a cada rato para contar un chiste o una anécdota, mirar a la chica que acaba de pasar o criticar a la pareja que se hace arrumacos en el coche de junto.

Casi sin darse cuenta, las horas van avanzando, tal vez ya son las tres de la mañana o las cuatro, no importa, la plática puede seguir hasta el amanecer. Nada apura, nada preocupa, nada inquieta. Todo es quietud y placidez, desgano y desenfado.

A cualquier hora y en cualquier momento la plática termina y cada quien se va a su casa. ¿Cuáles son las conclusiones de la sesión? Tal vez ninguna, o quizás se logre aterrizar alguna idea pero eso no era lo importante. Todo se trataba de disfrutar la compañía, de dejar pasar las horas, de compartir la calma y la tranquilidad de las noches campechanas, estacionados en el malecón.