martes, 2 de junio de 2009

20. La primera lluvia

Ayer cayó la primera lluvia de la temporada. No me sorprendió, ya la esperaba y a decir verdad, se atrasó. Así ha sucedido en los últimos años.

La primera lluvia puede ser considerada como inconveniente para muchos, pero para mí es muy importante porque con ella se vuelcan a mi mente muchos recuerdos, aquellos recuerdos viejos que los abuelos implantaron en mi niñez hace muchos años.

Cuando niño, era común que salir a la calle a bañarse en la lluvia. No era un baño en el sentido literal, era simplemente mojarse, correr bajo el agua sin ningún sentido, solamente correr por correr y reírse por reírse. Detenerse bajo los chorros que descendían de los tejados y volver a correr hacía los charcos más grandes. Eran esos juegos infantiles que no requieren motivos ni sentido para ser divertidos.

Mi abuelo, que sabía cuando iba a llover e incluso distinguía distintos tipos de lluvia, señalaba que la primera lluvia siempre debía ajustarse al día de San Isidro Labrador, patrono de los agricultores, esto es, el 15 de mayo; y durante muchos años la lluvia fue asistente puntual a sus pronósticos lo que siempre me asombraba.

Pero mi abuela nunca permitía bañarse durante la primera lluvia de la temporada, decía que el agua no estaba limpia, que descendía con toda la suciedad del medio ambiente. Era la lluvia que tenía como encargo higienizar el aire de impurezas y de las cosas malas que a veces las personas arrogan al viento.

Por ese motivo, la primera lluvia solo era contemplada desde la ventana, caía con fuerza, doblaba las hojas de los árboles y hacía que todos los que estuvieran en la calle corrieran a buscar refugio. Nadie quería mojarse con esa lluvia.

En esos días la calle Victoria no estaba pavimentada y la lluvia hacia que se desprendiera el olor a tierra mojada que tanto me gustaba, al mismo tiempo, facilitaba que el agua surcara la calle con pequeños ríos en los que, después de escampar, utilizábamos para hacer flotar los conocidos barquitos de papel.

En aquellos años teníamos dos cancioncillas que no sé de donde salieron (seguramente del imaginario popular) pero que era común que los niños cantáramos, una era para que llueva y la otra para que deje de llover:

“Que llueva, que llueva,
la virgen de la cueva
los pajarillos cantan
la luna se levanta
que si, que no
que caiga un chaparrón”

La otra, ahora que lo recuerdo bien, no era tanto una cancioncilla, era más una frase repetida con cierto tonito, a manera de súplica:

“San Isidro Ladrador
quita el agua y pon el sol”

Esos eran tiempos amables, cuando los niños podíamos ser inocentes y felices sin que nadie lo viera mal, cuando aún nos asustaban las leyendas de muertos y espantos y cuando todavía podíamos disfrutar y divertirnos con las cosas sencillas que la vida nos regalaba, como la primera lluvia de la temporada.

lunes, 1 de junio de 2009

19. Yo no fumo

Yo nunca he fumado, ni siquiera cuando fui muy joven. Para ser más exacto, ni siquiera sé fumar, nunca aprendí a hacerlo; de hecho, no recuerdo a alguien que haya intentado enseñarme. De cualquier forma creo que no hubiese aprendido.

Fumar es una actividad a la que nunca le he encontrado razón, definitivamente no le veo sentido a estar metiendo humo al cuerpo y luego tener que esforzarme porque salga todo (¿Realmente sale todo? Creo que no).

Recuerdo que cuando era niño jugaba a fumar, pensaba en cuál sería la marca de cigarrillos que consumiría, practicaba las poses más elegantes para fumar (las que veía en las películas) y me gustaba decir que cuando sea abuelo fumaría pipa, creía que eso era algo distinguido.

En casa mi papá fumaba y cuando recibía a sus amigos (muy frecuentemente) ellos también lo hacían, por lo que era común ver gente fumando. Por esa razón no creo que en caso de haber fumado me hubiesen regañado mis padres. Tal vez habrían hablado conmigo y me hubiesen hecho ver los inconvenientes, pero no hubiesen podido evitar que yo fume.

Sin embargo nunca pude tolerar por mucho tiempo el estar respirando el humo de las demás personas, tal vez porque fui un niño asmático o porque sentía asco al pensar que ese humo había estado dentro del cuerpo de otra persona. Por otra parte, me gustaban mucho los comerciales de Marlboro y su tema musical y me resultaba atractivo el tipo de personalidad que pretendían hacernos pensar que tendríamos si fumáramos esa marca. Pero ni así.

En la secundaria algunos compañeros fumaban a escondidas, pero no convivía con ellos. En la preparatoria casi todos fumaban. Era como un ritual, eras adulto y estabas en onda si fumabas. Las discotecas de esos tiempos eran auténticas ollas de vapor, no se lograba ver bien por el humo que salía por bocas y narices de la mayoría de los presentes; el resultado era que al llegar a casa el pelo y el cuerpo apestaban a cigarro y la ropa debía sacarla del cuarto porque no podía soportar el olor que despedía.

Quiero hacer notar que nunca establecí como meta personal el no caer en el vicio del tabaco, simplemente nunca fumé porque jamás me llamó la atención hacerlo. Tampoco pensaba en los factores que se relacionan con la conservación de la salud. No, ese tampoco fue un aliciente para no hacerlo. Fumar es una actividad a la ni en ese entonces ni ahora le encuentro alguna razón importante o de provecho como para realizarla.

Algunos hablan del sabor del tabaco, otros dicen que les calma el estrés, hay quienes aseguran que después de un buen taco sigue un buen tabaco. Y pueden dar mil razones más, algunas seguramente serán validas, la mayoría no creo que lo sea. De cualquier forma no me podrán convencer de que exista algún beneficio relacionado con fumar.

Sí existen muchos perjuicios personales: cáncer, enfisema, mal aliento, apeste corporal, amarillamiento de dientes y muchísimo problemas más que están perfectamente documentados y difundidos por todos lados. A los fumadores también se les margina socialmente: son considerados viciosos, segregados en restaurantes y bares, cines, autobuses y sitios públicos. Y cuando se le ocurre fumar en la vía pública (donde si está permitido) la gente se aleja de ellos como si fueran leprosos. Yo lo he hecho.

Y bueno, tal vez sea mi idea o no sé que, pero cada vez me estoy volviendo más intolerante a respirar el humo del cigarro, simplemente no lo soporto. ¿Y tú?.