miércoles, 22 de julio de 2009

40. Estoy molesto

Hoy ha sido un día complicado, medio raro, de esos que están para pasar la hoja, cerrar la libreta y a otra cosa, de plano para olvidar. Y es que me lo he pasado molesto casi desde que empezó. No tengo claros los motivos, solo puedo decir que por tanto coraje ya hasta se me revolvieron las ideas y me han dado severos retortijones intestinales.

No entiendo porqué algunas personas son tan complicadas, como que tienen una particular inclinación para hacer difíciles las cosas que son especialmente fáciles. Si algo es sencillo y viable surge la desconfianza, algo debe andar mal, entonces embrollan el asunto de tal forma que confundan a todos y la resolución del problema implique el desgaste físico y mental de media humanidad; solo así parecen estar contentos.

Creo que eso es parte de la naturaleza humana, sentir que es ineludible complicar las cosas y enredar a la gente; decir palabras cargadas de ironía, con doble o triple significado. Decir no, esperando que la gente entienda sí y viceversa. Buscarles otros sentidos a las expresiones, malinterpretar gestos, miradas y situaciones.

¿Por qué debemos ser así? Sucede que si eres sencillo y claro, te acusan de simple e insípido. Eso de plano no me gusta. Es más, me molesta mucho, me constriñe el pensamiento y los recuerdos, me revuelve los jugos gástricos, me agria la comida y hasta me da diarrea de pollo.

Parece que la gente se empeña en pensar y creer que para ir de un punto A hacia un punto C, es obligatorio y forzoso desplazarse en sentido contrario al flujo normal del abecedario, si alguien toma el camino corto es mal visto y tachado de práctico. Eso me parece una actitud de locos. De verdad que no está bien, analícenlo un poco y se darán cuenta que eso está mal.

Yo pienso que todo puede ser sencillo y fácil, que no debemos buscar dobleces y malas intenciones a todo, que es posible confiar en la buena voluntad de las personas. Que no desconfiemos solo por desconfiar, como si hiciéramos de la duda, el recelo y la sospecha una forma de vida; esa actitud nos conduce a estar todo el tiempo a la defensiva y eso a la larga cansa y fastidia a todos.

En serio, yo creo que existe gente que tiende naturalmente a ayudar a los demás sin mayor afán que apoyarlas y punto. Esas personas a veces se equivocan porque son seres humanos no porque sean unos intrigantes o porque estén planeando una forma de destruirnos y aplastarnos física, moral y socialmente.

Yo creo que mejor voy a terminar esta entrada porque lejos de servirme de catarsis y alejarme de los disgustos, cóleras, enojos, alteraciones emocionales, fluctuaciones arteriales e idas y venidas al baño, me está molestando más. Mejor voy a comprar lomotil.

martes, 21 de julio de 2009

39. Un viejo amigo

Me reconoció a la distancia y me saludó como se saluda a un viejo y entrañable amigo. Así fue, así lo sentí. Para mí, él es un personaje que ha formado parte esencial en la historia de mi vida, siempre ha estado en ella y yo nunca he estado muy lejos de él. Me refiero al malecón de mi ciudad, al malecón de San Francisco de Campeche.

Cuando me vio pareció sonreír, su brisa acarició mi cara, me envolvió. Reconocí los sentimientos que nacen de la cercanía al amigo. Aspiré el aroma del mar y como tantas veces, mi mirada se perdió en el horizonte lejano y mi mente se subió a la barca de la imaginación y navegó hasta aquellos años dichosos de una niñez vivida a orillas de la playa.

El mar no estaba tan tranquilo como es lo común en las playas campechanas, pero tampoco estaba muy airado, tenía un vaivén casi musical, casi rítmico, como aquellos boleros de antes; su melodía hacía que las olas rompieran suavemente sobre las piedras y que los cayucos bailaran en armonía.

En un instante, una gaviota voló cercana a mí, suspendida en el aire parecía disfrutar del paisaje tanto como yo. Un poco más allá, un grupo de pelicanos volaba en formación, sus alas casi acariciaban la superficie del mar, se alejaron plácidos al sentir la proximidad de la noche.

A lo lejos el sol declinaba decorando las nubes con alegres colores, imposible dejar de recordar aquellas canciones campechanas que alaban los atardeceres de mi tierra, que enaltecen el amor del mar por esta ciudad convertida en novia, en su enamorada y eterna novia.

Caminar el malecón de Campeche es más que un episodio de ejercitación física, es reencontrarse con la esencia de un pueblo que sueña, que ha vivido del mar, que se adormece arrullado en sus olas y se perfuma de brisa y de sol.

Caminar el malecón significa llenar el espíritu de mar, de belleza y de sabor a sal. Es fundir el alma con el alma del Campeche eterno, el que siempre está, el que nunca pasa, el que se mete en el corazón para no salir jamás. El Campeche que vive y late en nosotros, aunque nosotros vivamos lejos de él.