jueves, 19 de agosto de 2010

119. Premonición

Tengo la ligera sospecha de que algo muy malo está por suceder, esto puedo asegurarlo ya que yo siempre he estado al pendiente de los signos de los tiempos y estos muestras manifestaciones claras y evidentes que reflejan esa realidad trágica y funesta.

El estudio de los signos de los tiempos señala que debemos estar atentos a señales y evidencias que reflejan realidades mayores y que se ocultan en medio de hechos de la vida cotidiana o de manifestaciones de origen natural. Lo importantes pero particularmente difícil es interpretar estos signos, desentrañar los misterios ocultos tras hechos aparentemente irrelevantes o casuales.

Yo he dedicado gran parte de mi vida al estudio de esos fenómenos y he logrado alcanzar las esferas más altas del conocimiento; para lograrlo, he estudiado antiguos manuscritos y viejos pergaminos, he consultado a sabios ermitaños y desentrañado enigmas ocultos, en ocasiones, he tenido que renunciar a los placeres y apetitos corporales con el fin de purificar y elevar mi alma del mundo puramente corporal y material.

Finalmente, tras largos años de purificación y sacrificios espirituales logré rebasar las fronteras del contemplacionismo para penetrar de llenos en los terrenos de la ascética y convertirme en un auténtico gurú en el análisis de los signos de los tiempos.

Por ello y con total autoridad puedo señalar que algo extremadamente malo está por suceder, no puedo descifrar de manera concreta el hecho mismo, pero puedo asegurar que lo que está por ocurrir cambiará por completo la vida como ahora la conocemos. Por ello debemos estar preparados, debemos corregir los caminos y estar listos para enfrentar la ira de la Idea Suprema.

¿En qué me apoyo para realizar una sentencia de tal magnitud? En un hecho concreto, real, conciso, absoluto, el cual ustedes podrán argumentar que es simplemente una casualidad, una eventualidad cualquiera o algo meramente fortuito, pero les aseguro que no es así.

Lean con calma y traten de contener el terror y la angustia:

Realidad No. 1: El reloj que asemeja un balón de fútbol que adorna mi recamara se detuvo totalmente a las 16:24 horas, esto ocurrió hace tres semanas.

Realidad No. 2: El reloj que está en el comedor de mi casa que al mismo tiempo es un portaretratos se detuvo definitivamente a las 14:26 horas de hace dos semanas.

Realidad No. 3: El reloj de pulsera que lucía mi muñeca izquierda paró su marcha en forma absoluta a las 12:46 horas del día de ayer.

En los tres casos los relojes dejaron de funcionar invariablemente, no es falta de batería, no son reparables, no hay nada que los haga funcionar. Simple, inexorable y paulatinamente el tiempo se detuvo.

¿Cómo debemos interpretar ese hecho crucial? ¿Qué lectura debemos darle a estas realidades? No podemos ignorar esta muestra palpable de lo que sucederá próximamente, todo está muy claro: El tiempo se detendrá y no podrá volver a ponerse en marcha.

¿Qué podemos hacer, existen alternativas? Tal vez sí, las estrategias de solución están necesariamente vinculadas a la reactivación del tiempo, a devolver los giros a las ateridas manecillas de mis relojes, debemos lograr que mi particular microcosmos doméstico vuelva a ser controlado con precisión y puntualidad. De eso depende la conservación del delicado orden universal.

El que tenga oídos para oír que oiga.

martes, 17 de agosto de 2010

118. La carrera de la salud

Edoardo, sus tenis nuevos y yo llegamos apenas unos minutos antes del disparo de salida, apenas tuvimos tiempo de saludar a algunos amigos y compañeros de trabajo y de elegir una posición de salida cuando el grupo de corredores inició la Tercera Carrera Matutina por la Salud, detrás de ellos salimos nosotros, lo que participamos en la modalidad de caminata.

Esta competencia, que más que eso, es una convivencia familiar, amistosa, armónica, relajante y saludable, llegó en un excelente momento, justo cuando he retomado los hilos del deporte y el cuidado de mi salud. Así que, sin la menor duda me inscribí (y de paso a mi hijo Edoardo, quien no quería participar porque no tenía zapatos adecuados, lo que provocó que su madre le comprara un par de tenis blanquísimos e inmaculados en la zapatería 3 Hermanos).

Esta Carrera Matutina por la Salud, la tercera que organiza el Instituto Mexicano del Seguro Social en Campeche, tienen como objetivo la promoción del deporte a todos los niveles, la competencia se da en dos vertientes: carrera (7 kilómetros) y caminata (3 kilómetros en la versión cotidiana, no olímpica) en varias categorías, pudiendo inscribirse personas de todas las edades y de todas las condiciones.

En los primeros metros del trayecto, Roxana decidió que sería una buena idea realizar el recorrido en nuestra compañía, tal vez pensó que nuestro paso: decidido, enérgico, constante y veloz, la impulsarían a los primeros lugares del certamen. Buena intención pero craso error, llegamos en los últimos lugares.

Casi al mismo tiempo, logré saludar a Oliverio y Mario, compañeros clásicos de andanzas carnavaleras que en esta ocasión y con desconocidos propósitos, se sumaron a este saludable esfuerzo. Ellos rápidamente nos aventajaron y con firme convicción se unieron al pelotón que iba a la cabeza de la competencia.

Llevábamos cerca de 200 metros de caminata cuando surgió el primer inconveniente, el nuevo, blanquísimo e inmaculado tenis derecho de Edoardo perdió la suela por completo. Eso nos hizo perder la concentración, lo que provocó que nos rebasara una joven madre y su hijo arrastrado en su veloz carriola.

Apenas nos reponíamos del trágico incidente cuando la suela izquierda del nuevo, blanquísimo e inmaculado tenis de Edoardo salió rodando sobre el asfalto. Tras esta nueva distracción y unos minutos de incertidumbre, vimos con tristeza que un perrito negro nos aventajaba ¿Quién invitaría a participar en una competencia para humanos a un perrito negro?

Ya para entonces advertí que ocupábamos uno de los últimos lugares del evento, por lo que opté por animar a mi pequeño grupo de caminantes (al que ya se había unido Caro, la hermana de Roxana) apuramos el paso y empezamos a recuperar lugares, tras superar a una pareja de viejillos.

Nos aproximábamos a la mitad del certamen cuando advertimos que sería casi imposible alcanzar los primeros lugares. No quedaba más remedio que concluir la competencia lo más decorosamente posible, por lo cual nos establecimos un nuevo objetivo: rebasar y vencer a un gordito que con paso vacilante caminaba unos metros adelante de nosotros. La tarea se veía complicada pero accesible.

Apretamos la quijada y los puños, entornamos la mirada y aceleramos el paso, entonces se inició una cerrada batalla que se prolongó por varios centenares de metros durante los cuales nos turnábamos el primer lugar. Finalmente logramos superar al gordito, quien de reojo nos miró como reconociendo nuestra superioridad; fue entonces que surgió la trampa, el antideportivismo y la villanía.

El gordito dejó de caminar y sacando fuerzas de flaqueza (o de gordeza) inició una veloz carrera y alcanzó la meta antes que nosotros. De nada sirvieron nuestras airadas protestas a los jueces dispuestos a lo largo del evento. El único consuelo que nos queda es que a ese gordito tramposo le ganó el perrito negro (¿de dónde habrá surgido ese perrito negro?) quien también debía ser considerado tramposo porque participó con cuatro patas en una competencia para dos.

Finalmente el resultado de la competencia no importó mucho, si era importante caminar, concientizarse en el cuidado de la salud, convivir con familiares, amigos y compañeros de trabajo, tomarse la foto del recuerdo, reírse y desestresarse y producir nuevas y divertidas anécdotas.

Como colofón del evento y previo a la entrega de trofeos a los vencedores, se realizó una rifa entre los participantes, en este concurso mi hijo fue uno de los ganadores de una impresora (le sirvió de consuelo por quedarse sin sus nuevos, blanquísimos e inmaculados tenis).

Para terminar la jornada, bueno un resbalón, qué más da, sirva como premio a tanto esfuerzo físico; Oliverio, Mario, Edoardo, un cuate cuyo nombre no recuerdo y yo, nos fuimos a comer tortas y panuchos. Ni modos.
Entrando a la meta