viernes, 25 de septiembre de 2009

57. Tengo sueño


En estos últimos días me he sentido particularmente somnoliento, es una extraña pesadez que me tiene atrapado y esa pereza me acompaña desde el amanece hasta el anochecer.

Debo confesar que estoy escribiendo esta entrada casi en condición de sonámbulo. Mis ojitos, que normalmente parecen pajaritos, ahora están a media asta, mis dedos se mueven torpemente sobre el teclado (cometo fallas a cada momento y por lo consiguiente debo estar borrando y corrigiendo de forma repetitiva. Eso es una verdadera lata) y entre bostezo y bostezo, lentamente avanzan los párrafos.

No sé porqué estoy escribiendo, estoy seguro de que nadie me reclamaría nada si cierro la computadora y me voy tranquilamente a dormir (mi cama está siempre cálida y dispuesta, la almohada me espera ansiosa, las sabanas mueren de ganas por acariciar mi piel). De hecho creo que a nadie le importaría mucho si esta entrada se publica mañana, el domingo o un día después del día de los muertos.

Sin embargo aquí sigo, batallando con las teclas, tratando de sobreponerme a la pesadez que atrapa mis alicaídos sentidos. Pero ¿Por qué me he sentido así? No lo sé, tengo algunas sospechas que con un poco de análisis podrían prontamente transformarse en innegables certezas. Pero no estoy seguro de tener el ímpetu necesario para profundizar en razonamientos y otros procedimientos cognoscitivos.

Definitivamente, ahora no me siento con ánimos ni siquiera para seguir escribiendo, mucho menos con ganas de hacer análisis, hipótesis, determinar causas, establecer alternativas de solución, planes de acción y demás cosas raras.

Sin embargo, reconozco que si no lo analizo entonces tendré que continuar con sueño durante otra larga semana y eso no se ve como una alternativa demasiado atrayente que digamos. Pero bueno, puedo meditarlo mañana temprano y a lo mejor podría determinar con mayor exactitud las causas que establezcan y definan mi estado de sonámbulo consuetudinario.

Sí, eso haré, me voy a ir a dormir y mañana entraré en recapitulaciones para ver que pasa conmigo. Aunque, por otra parte, si duermo mucho seguramente se me quitará el sueño, eso es un hecho concreto y certero. Sí, dormir quita el sueño, eso todo mundo lo sabe.

Ya di con la solución al problema y sin mayor esfuerzo. Esa es otra prueba innegable de mi grandeza y mi capacidad para solucionar problemas; como recompensa a eso, me dormiré.

Mientras duermo, por favor que alguien se ocupe del mundo, aún quedan muchos inconscientes despiertos. Esta última frase me parece que es de Mafalda. No me importa, se la tomo prestada, mañana se la devolveré.

martes, 22 de septiembre de 2009

56. Tardes de lluvia


Es verdad, las tardes de lluvia tienen un aroma apacible y suave, es un perfume dulce que te acerca a emociones cálidas, de esas que te acarician el alma cuando llegan y que te hacen sonreír cuando se despiden.

Yo no lo había notado, grave falta, porque sin darme cuenta transcurrieron por mi vida distraída cientos de plácidas tardes lluviosas. Peor aún, muchas de ellas me han hecho enfadar, incluso las he calificado de inoportunas y molestas y he corrido para librarme de ellas.

Ayer fue distinto, ayer el espíritu estaba dispuesto, atento; entonces pude darme cuenta, junto con cada gota de agua que se precipitaba, alegremente se diluían los recuerdos difusos de añejos encuentros vividos y, casi al mismo tiempo, ascendía la ilusión clara de historias nuevas para recordar.

Y en la memoria, que todo lo ve, resurgieron emociones adormecidas, sensaciones olvidadas, entusiasmos extintos. Entonces el ánimo se agitó y se alegró, soñó y jugó y cantó y se redimió jubiloso y se abandonó sereno a desconocidos impulsos afectivos.

Y en medio de tanta lluvia y de tantos afectos, el cielo se abrió y el sol, eterno y melancólico, obsequió colores, matizó la tarde y presuroso se adormeció en el recuerdo.

Es verdad, las tardes de lluvia huelen a emociones nuevas, a sueños que necesitan ser soñados, a delirios y ansiedades. Las tardes de lluvia esconden comunes inquietudes y revelan compartidos apegos.

Es verdad, las tardes de lluvia, también huelen a ti.