sábado, 5 de febrero de 2011

129. Electricidad

Estoy completamente seguro de que alrededor del mundo hay muchos millones de personas normales, que viven su vida en forma normal y a las que generalmente les ocurren cosas normales; no tienen grandes sobresaltos ni grandes alegrías ni grandes desgracias ni grandes tristezas. Simplemente, son normales..

Su vida transcurre dentro de ciertos parámetros cotidianos en los que no tienen cabida las profundas consternaciones, las sorpresas inexplicables, los vaivenes continuos de la existencia o los acontecimientos de comicidad sin igual. Yo no digo que esta forma de existir sea un estilo de vida completamente deseable o que mi mayor anhelo sea vivir así, pero a veces como que se me antoja.

Debo reconocer que mi vida no se caracteriza precisamente por los hechos extraordinarios. Hasta ahora no me he quedado colgando de la torre Eiffel, ni he sido perseguido por la policía o acosado por un grupo de feroces malandrines, tampoco he heredado millones ni me he sacado el premio mayor en un casino de Las Vegas; no tengo hijos desconocidos ni encuentros cercanos del tercer tipo y nunca he tenido una aventura con una conejita salida del Playboy. No, nada de eso.

Sin embargo me suelen ocurrir, de vez en cuando, hechos en apariencia extraños, sobrenaturales o que tienen un dejo de jocosidad que de alguna forma o de otra, le dan cierto sentido a mi existencia diaria.

Sin mayores preámbulos les narro el último de estos hechos. Como todos saben, ahora trabajo en el sexto piso de un edificio ubicado en Sevilla 33 en la Ciudad de México, en ese lugar, mi vida laboral transcurría con cierta fluidez; pero de pronto todo comenzó a cambiar. Primero fue un sobresalto, luego otro y otro más, el fenómeno se empezó a repetir cada vez con más frecuencia. Entonces me empecé a preocupar.

Resulta que las cosas de la oficina que ahora ocupo, me producen toques eléctricos; todo, o casi todo, me da toque. Computadora, mouse, celular, llaves, ventanas, usb, picaporte, perchero, pasamanos, engrapadora, escritorio y hasta las personas me producen toques eléctricos. Como quien dice voy de toque en toque. Mi vida dejó de ser vida, ya no quería tocar nada, siempre tenía que estar cuidándome de las cosas con las que tenía contacto físico. Entonces me empecé a molestar.

Por lo tanto me di a la tarea de investigar las causas. Inicialmente realicé una investigación de campo, los resultados no fueron del todo alentadores; el 87.6% de la población entrevistada aseguró que todo se debía a que yo era un corriente. El 6.4% no estaba seguro pero tenía la sospecha de que efectivamente, yo era un corriente. El 4% no aseguraba nada pero se manifestó en acuerdo con los grupos anteriores. El 1% señaló que todo se debía a la estática. El .5% dijo que era debido a la duela laminada que recubre el suelo, finalmente una persona me dijo que era debida a mis zapatos con suela de plástico.

Ante tales conclusiones no me quedó más remedio que realizar una investigación documental. Los resultados fueron concluyentes, el extraño fenómeno de los toques eléctricos se debía a la estática.

“Cada persona al moverse produce un roce entre las prendas de vestir que está usando. Este roce genera una cierta cantidad de electricidad estática que podrá ser mayor o menor dependiendo de la materia prima de la cual está hecha la ropa y de la cantidad de movimiento”.

“Si el ambiente donde ésta persona está, es seco, la electricidad estática se va a mantener en su masa corpórea. Si el ambiente esta húmedo se va a disipar en la atmosfera. Al tocar a otra persona u objeto, que tenga una diferente cantidad de corriente estática acumulada, se va a producir una descarga que se puede llegar a sentir e incluso hasta a ver en forma de una chispa eléctrica de color azulado y de una duración breve. Se debe considerar que todo movimiento entre un elemento y otro va a producir esta generación de energía eléctrica”.

Eso es, la energía estática ¿Pero qué la favorece? La ropa hecha con tela sintética, las duelas laminadas y los zapatos de plástico (ambas te aíslan del suelo).Todo eso más las condiciones medio ambientales antes descritas. Esto es, la oficina completa es un campo propicio y fecundo para la generación de electricidad estática.

¿Cómo cambiar ese estado? Imposible modificar el recubrimiento laminado del suelo. No sé de qué está hecha mi ropa, pero seguramente no es de algodón, lana o lino, materiales que no conducen la electricidad estática. Ni modo de sustituir mis zapatos con suela de plástico por unos con suela de cuero (mis zapatos son muy elegantes y todavía están en buen estado).

Algunas páginas de Internet argumentan que bañarse favorece la eliminación de la estática, pero en la oficina no me puedo estar bañando a cada rato (no me he fijado, pero creo que no hay regadera en los baños). No es buena idea rociar laca para el pelo en el reverso de mi ropa. Tampoco lo es comprarme un Static Electricity Eliminator, un pequeño dispositivo que cuesta unos 10 euros y sirve para eliminar la estática. Debía buscar un remedio más rápido, fácil y económico.

Finalmente di con el remedio que buscaba. Es cómodo, viable y sencillo, sólo debía descargar la energía estática de mi cuerpo haciendo “tierra” por vías naturales, y eso se consigue fácilmente tocando alguna pared antes de tocar cualquier cosa. De esa manera la estática pasa a la pared y se disipa en el medio ambiente y al mismo tiempo se elimina la sensación de toques eléctricos continuos.

Problema solucionado, ahora me ven tocando paredes por toda la oficina. Algunos piensan que estoy marcando mi territorio a la manera campechana, otros que estoy haciendo alguna especie de ritual costeño para la buena suerte, los menos me ignoran, sólo se aseguran de que no haya ensuciado la recién pintada pared.

En realidad no importa, lo que si importa es que desde entonces, los toques eléctricos han desaparecido, la calma ha regresado, de nuevo soy feliz, vivo sin sobresaltos ni angustias. De nuevo vivo en forma normal, común y corriente, pero mucho más común y mucho menos corriente.



domingo, 30 de enero de 2011

128. El turista solitario

Este sábado fue de turismo involuntario en la Ciudad de México; A decir verdad no tenía ganas de quedarme en el departamentito todo el día sin hacer nada (estoy seguro que eso me hubiese deprimido) por otra parte, me comprometí con Oliverio a investigar la existencia de algunos productos necesarios para el próximo carnaval.

Debo confesar que acepté el encargo de muy mala gana porque sabía que eso me llevaría a sectores de la ciudad con alto riesgo para la seguridad personal; sin embargo, acepté (para que luego no digan que no soy valiente, osado y decidido).

El caso es que a las 11 de la mañana estaba llegando al Mercado de la Merced, creo que es el más grande del país y tal vez lo sea de Latinoamérica. No hay espacio, sales de la estación del metro y ya estás dentro del mercado: discos, ropa, fruta, legumbres, lo que usted quiera. Una dentadura postiza vale veinte pesos (y si usted gusta podemos darle tratamiento. Mejor no averiguar). Como podrán imaginar, terminé perdido en el mercado. Una señora muy amable me indicó como salir de ese enorme, colorido, singular y folclórico lugar.

Pero mi destino no era precisamente La Merced, era su vecino, el muy extraño Mercado de Sonora. Sectores enteros de puestos de juguetes, de disfraces de carnaval, de vestidos para quinceañeras. Más adelante llegué al sector esotérico: ruda y albahaca, copal, inciensos, veladoras, amuletos, y por todos lados, la Santa Muerte, con su extraña y atractiva belleza descarnada.

El sector de los animales huele muy mal, imaginen pasillos y pasillos, puestos y más puestos para la venta de animales vivos; gallinas, pavos y patos es lo de menos, perros y pollos es normal, loros, conejos y borregos en su cajas ya es un tanto extraño, águilas e iguanas ya es sorprendente. Me dicen que hay más variedad de animales exóticos, pero no quise verlos.

Rápidamente hice lo que tenía que hacer, con cuidados extremos envié algunos mensajes de texto y una fotografía y escapé de ese lugar; claro, salí por otra puerta y me desubiqué, fui a dar a una estación de bomberos muy bonita, habían carros de principios de siglo y los bomberos me permitieron tomar algunas fotos.

Eran las doce del día y ya no tenía que hacer, decidí ir a la exposición del Miedo que se realiza en el Palacio de la Autonomía (a unos pasos de Palacio nacional). Yo me enteré de esa muestra por la publicidad en el Metro y me hice una idea de ella, la realidad fue otra. La exposición trata de explicar el origen del miedo, desde lo natural: la muerte, los animales salvajes y los insectos, hasta los monstruos mitológicos, vampiros, hombres lobos, brujas y hechiceros. Todo ello decorado con muñecos de tamaño natural muy bien logrados. No dejaron tomar fotos.

Saliendo del lugar noté que mucha gente se aglutinaba a un costado de Palacio Nacional, decidí averiguar y sorpresa, era para realizar recorridos guiados por el interior del mismísimo Palacio Nacional, la sede de los poderes del país hasta finales de la década de los treinta en el siglo pasado (Lázaro Cárdenas decidió construir el edificio de los Pinos y vivir y gobernar desde ahí) tradición que continúa hasta el día de hoy.

Qué lugar tan impresionante, desde los murales de Diego Rivera, hasta los pasillos adornados con cuadros que muestran a los presidentes (de cuerpo completo y en tamaño natural) desde Porfirio Díaz hasta Vicente Fox; las paredes de los salones decoradas con enormes pinturas de los principales próceres del país y los techos tan finamente decorados; la antigua sede legislativa, tan pequeña pero tan cargada de belleza y energía; la sala de acceso presidencial con su elevador de estilo claramente francés, que es por sí solo una obra maestra.

El salón azul de estilo morisco (usado para fumar) el salón verde (con doble puerta porque se usaba para ventilar secretos de Estado) y el salón morado (decorado en ese color para que combine con un jarrón de doña Carmelita, esposa de Porfirio Díaz); el pequeño salón de los embajadores, el comedor (aún se usa para ocasiones especiales) la biblioteca, la oficina del presidente, la sala de reuniones del gabinete, el enorme salón de recepciones (Maximiliano lo usaba para fiestas) y el imponente balcón presidencial. Todo en acabados finísimos.

En otro sector de Palacio Nacional hay un museo en el que, por las distintas salas, se hace un recorrido por la historia de México, desde la independencia hasta la revolución. Ahí se exhiben banderas y objetos personales de los héroes. Me resultó muy impresionante una sala decorada en negro en la cual se muestran las urnas con los restos óseos al descubierto de los próceres de la patria.

Los salones, los decorados, los espacios, todo el edifico en su conjunto cumple su propósito final: reflejar poder, imponer respeto, dar sensación de orden y dirección. No dejaron tomar fotografías, ni siquiera contestar el teléfono, ni aún tenerlo en la mano.

Ya de salida caminé por el enorme patio central de Palacio Nacional, al centro una fuente con un Pegaso en lo alto. Más allá, un guardia me mostró el camino que daba directamente al museo dedicado a Benito Juárez.

Este museo es menos formal, más al estilo de los museos que conocemos, pasillos muy iluminados con arcas en los que se muestran muchos de los objetos personales de dicho presidente: cigarreras, carteras, cartas personales, ropa, pañuelos, lentes, relojes (uno en vez de números tiene las letras que forman el nombre de Benito Juárez) medallas, libreta de anotaciones varias, entre otros objetos, muchos de ellos con las características y logotipos propios de la masonería.

Hay una sala dedicada a Margarita Maza de Juárez, se exhiben sus trastes favoritos, costureros y dechados, portarretratos, recetario y algunos otros objetos de uso diario. Finalmente se reproduce la sala, comedor y recámara de la pareja.

Una vez fuera del recinto y aún sin tener más que hacer, decidí entrar a la Catedral Metropolitana. Otro lugar de impresionante belleza pero en otra dirección. A cada costado de la iglesia se ubican una serie de capillas que rivalizan en belleza.

Me impresionaron las dedicadas a San Felipe de Jesús (martirizado a los 25 años y por eso es el santo de los jóvenes) y la dedicada a San Ramón Nonato, esté último fue torturado por los musulmanes encadenándole la boca (para que dejara de predicar) por eso es el santo que nos protege de chismes, patrañas e injurias; su altar está decorado con miles de candados que los feligreses le llevan como ofrenda.

El altar en el que se realizan los ritos y misas no está ubicado al fondo del templo como es costumbre, está un poco más allá del centro del lugar, lo que permite pasar por detrás y poder observar el impresionante altar principal, plagado de ángeles, retablos e imágenes. No sé si todo lo que brillaba era oro, pero se le parecía mucho.

También pude pasar a la sacristía principal, la cual se usa sólo como museo, en ella se muestran vestimentas antiguas de los sacerdotes y obispos del lugar, lo impactante son las pinturas que decoran el lugar y que cubren la mayor parte de las paredes. Tampoco dejaron tomar fotografías.

Salí como a las 4 de la tarde de la Catedral, visité la estatua dedicada a Juan Pablo II y una estatua que no entendí, me parece que muestra a Cristóbal Colón, ofrece la ubicación geográfica exacta del lugar, ya saben: longitud y latitud en grados, minutos, segundos y demás, así como medidas exactas del metro y yarda. Tal vez eso sea importante para alguien.

Finalmente la calle, era el reflejo vivo de la mexicanidad capitalina: hombres vestidos a la usanza azteca, quemando copal e inciensos, hacían rituales a las personas que pagaban por ello, ofrecían además, representaciones prehispánicas a precios muy accesibles; por otra parte, venta de collares, pinturas, juguetes, comida, fritangas, miles de cosas. Las calles repletas de vendedores y de gente que transita para todas direcciones.

Yo también me puse a caminar, caminé mucho, hasta que se despejó mi mente y empecé a sentir dolor en las rodillas y pies. Vi muchos comercios, cuesta trabajo pensar que todos vendan, que halla clientes para todos. El negocio más extraño que vi fue uno especializado en hacer ropa para niños Dios (la representación del niño Jesús que ponemos en los nacimientos durante las navidades).

A las seis de la tarde estaba de regreso en el departamentito de barranca del Muerto, con la mente llena de México, con las ganas enormes de que mis hijos vean todo lo que vi, con el deseo de compartir mis vivencias y con la pretensión de traducir en letras claras, en ideas claras, el resultado de un sábado de turismo solitario.