viernes, 24 de septiembre de 2010

121. Ha muerto un amor

En un principio todo se oscureció, pero aún se escuchaba sus alegres voces. De esa se recuperó, pero sólo fue por unas horas; nuevamente sus palabras se atenuaron, emitió extraños sonidos, fue una especie de lastimero zumbido que brotaba de sus platinadas bocinas. Finalmente todo terminó, la luz se apagó y la televisión murió.

De más está decir que “la grandota” era mi televisión favorita, ella entró a mi vida una tarde de julio del 2003, no era muy grande edad, pero si era muy grande de tamaño y de corazón. Sus más de 30 pulgadas de pantalla iluminaron muchas noches de inquietud y desasosiego; con ella me sentía acompañado en tantas noches de soledad e insomnio. Sin ella hoy me siento abandonado.

Mi historia con las televisiones no ha sido muy prodiga, en los últimos 20 años sólo he tenido 5, pero no he necesitado más, ellas han sido suficientes para dejar satisfechas mis necesidades. La primera entró a mi vida en el verano de 1990, era una Samsung hermosa, elegante, discreta y fina; su llegada fue justamente para el mundial de fútbol de Italia, nuestro romance duró casi 7 años.

Debo confesar con mucha pena una infidelidad, durante ese tiempo otra televisión llegó a mi vida; en descargo, no fue una relación muy importante (no recuerdo la marca); creo que fue algo fugaz, uno de esos errores de juventud, de aquellos que es mejor olvidar.

Con el tiempo tuve que dejar atrás mi relación con la Samsung, me costó mucho trabajo olvidarla pero al fin lo logré. Tras un tiempo de soledad y silencio llegó a mi vida una alegre Phillips, chaparrita, de esas entraditas en carnes, alegre, vivaracha y locuaz. Ella me alegró la vida, con ella compartí muchos momentos de felicidad auténtica. Ella me mostró caminos nuevos y sensaciones nuevas. Ella le dio nuevas ilusiones a mis ateridas esperanzas. Pero todo termino cuando conocí a “la grandota”.

Fue amor a primera vista, fue verla y reconocerla, tocarla y sentirla; descubrirla me hizo reconciliarme con el amor, saber que siempre la vida nos ofrece una oportunidad de ser felices. Curiosamente era otra Samsung. Alta, espigada, de voz clara, de curvas suaves y delicadas. Ella ocupó el centro de mi hogar, no se podía entrar a mi casa sin dejar de verla, sin descubrir sus cualidades y alabar sus dones.

Con ella sentía que no necesitaba más en la vida, llenaba mis espacios y mis alegrías, me informaba y entretenía; ella me mostró un universo infinito de posibilidades y sueños, de deseos y emociones renovadas. Tantas cosas vivimos juntos que llegó un momento en que no quise compartirla con nadie y la lleve a mi habitación donde solamente yo podía mirarla y disfrutar de sus alucinantes encantos, de su magia y su sensualidad.

Es verdad, cuando camino por las calles muchas veces me he quedado absorto ante la salvaje belleza de alguna Sony con pantalla de plasma, de esas esbeltas y coquetas que te miran como no queriendo mirar, de las que te mandan mensajes ocultos en sus parpadeos, que te invitan y se alejan con sus suaves contoneos. Pero nada me hacía sentir lo que “la grandota” me hacía sentir.

Pero la vida conduce y el destino juega sus juegos, esos juegos tan extraños que a veces no podemos o no queremos entender, y en medio de sus vaivenes llegó a mi vida una televisión chiquita, un poco gordita y medio extraña, de esas que cuesta trabajo entender, sea con sus botones oscuros, sea con complicado control a distancia. Ella llegó hasta a mí de rebote, me la regalaron cuando compré la computadora, mucho tiempo la dejé en su caja, no me decidía a usarla, sentía que no la necesitaba. Con “la grandota” en casa quién necesita una pequeña y desconocida Tosaki.

Finalmente la instalé, nunca en el lugar de “la grandota”, en un espacio cómodo pero discreto, ella siempre supo qué lugar ocupaba en mi casa, era la segunda; sin discutir, ella aceptó esa condición, no tenía más remedio.

Pero la vida nuevamente tiró sus dados, hoy “la grandota” está muerta, el tiempo la venció, la vida la venció, el amor la venció. Y la pequeña Tosaki quedó como la única televisión en mi hogar. No sé, tal vez “la grandota” tenga remedio, haré lo imposible para que reviva, mientras tanto, la pequeña me consuela en lo que encuentro un nuevo amor.



¡¡ Esta podría ser mi nuevo amor !!