martes, 30 de junio de 2009

34. ¿Las cucarachas piensan?

Sin más ni más cayó la pregunta ¿las cucarachas piensan? No lo sé, supongo que sí… o tal vez no… no, creo que no piensan… aunque a lo mejor sí. En realidad, eso a quién le importa.

Desde el punto de vista científico supongo que las cucarachas tienen un cerebro, aunque debe ser muy primitivo, tanto que no creo que sea suficiente para poder estructurar algún pensamiento. A lo mejor es solo un tallo cerebral que se maneja en el nivel instintivo y que les permite enfrentar el peligro o escapar de él.

En realidad yo creo que las cucarachas no necesitan cerebro ni requieren pensar para poder escapar y burlarse de ti, de mí y de todos los que alguna vez nos hemos cruzado en sus concurridos caminos. Esto último es una verdad absoluta y concreta: todos los caminos son propiedad de las cucarachas, sólo nos los prestan por momentos.

Es más, el mundo les pertenece a esos polifacéticos insectos, reflexiona un poco y trata de ubicar un lugar que esté libre de cucarachas. Es inútil, ellas están en todos lados, en todos los climas, en todos los terrenos. Ellas siempre nos acechan, nos observan y se ríen de nosotros.

Las cucarachas son dueñas de múltiples y sorprendentes habilidades motrices: corren a toda velocidad, suben paredes, caminan en el techo, se esconden en cualquier parte, pueden nadar, soportan el frio y el calor y cuando crees que las tienes en tu poder, vuelan. Si, ellas también pueden volar.

Además son capaces de durar hasta un mes sin comida, sobreviven sin aire hasta 45 minutos y pueden vivir tranquilamente sin cabeza durante una hora. ¿Quién necesita pensar con tantas y tan inusuales características?

Por otra parte, las cucarachas tienen más de 65 millones de años de vivir en este planeta, ellas conocieron a los dinosaurios y seguramente se burlaron de ellos también. Me duele admitirlo pero creo que los humanos tendremos que heredarles este mundo a las cucarachas, ellas serán las reinas indiscutibles cuando nosotros nos hallamos extinguido. Eso si me da coraje.

Pero si pudieran pensar ¿En qué pensarían? No creo que estén haciendo planes para apoderarse de un mundo que ya les pertenece. Tal vez se dedican a analizar el comportamiento de los seres humanos, nos estudian, nos observan; a lo mejor hasta hacen experimentos con nosotros y no nos hemos dado cuenta. Eso me daría más coraje.

De hecho creo que voy a dejar de escribir sobre estos asquerosos insectos rastreros porque ya me estoy molestando de verdad.

lunes, 29 de junio de 2009

33. Males buscados

Esa es una frase muy usada por mi madre y mi abuela, la usan para referirse a los daños o perjuicios que algunas personas suelen ocasionarse con motivo de alguna diversión o acción temeraria que se realizó sin ninguna razón o causa justificada.

Ese dicho resonó insistentemente en mi cabeza durante todo el fin de semana pasado, en diversos tonos, con distintas acentuaciones y volúmenes desiguales: “Ahora te aguantas, porque esos son males buscados”. Muy a mi pesar y en contra de lo que siempre he expresado respecto a esa famosa frase, reconozco que en esta ocasión mi madre y mi abuela tuvieron razón.

Sucedió lo siguiente, cerraron la alberca del Seguro Social para dar lugar a los cursos de verano, ante el riesgo de recuperar los kilos perdidos decidí inscribirme a un centro de entrenamiento. La tarde del viernes pasado me presenté (con gesto de Valentín Trujillo) al gimnasio de “Gabliz”. En menos de 10 minutos ya estaba haciendo ejercicios con mancuernas, poleas, cuerdas y otros artefactos de nombre desconocido para mí.

A mi alrededor dos mujeres adoptaban extrañas posiciones para ejercitar piernas y glúteos, otras dos se limitaban a platicar con el joven encargado del gimnasio, una gordita batallaba con una escaladora, tres jóvenes se entretenían contemplando sus bíceps y pectorales en los espejos y uno más se esforzaba por impresionar sin éxito a las damas; mientras tanto yo batallaba para levantar una barra.

Una hora después de estar ejercitándome advertí un extraño temblor que recorría mis brazos, supuse que ya había sido suficiente pero decidí concluir con la rutina (me habían advertido que esa era la última de la sesión). Finalmente y antes de abandonar el lugar pasé a firmar una libreta de control y entendí porque se pide que esta acción se realice al principio de las rutinas, simplemente el temblor en brazos y manos hizo que mi escritura fuese similar a la que tenía cuando iba en primer año de primaria.

El resto del viernes todo pareció normal, en la madrugada del sábado el dolor me despertó, mis bracitos pagaban la cuenta del ejercicio. Sin embargo decidí regresar al gimnasio el sábado por la mañana y fue cuando se consumó la desgracia. Al frente del gimnasio había otro joven quien ni tardo ni perezoso me llevó ante un aparato y me pidió que yo haga 200 abdominales. Si, ¡DOCIENTAS ABDOMINALES! Y no estaba bromeando.

Le hablé de mi edad, de mis deplorables condiciones físicas, inventé extrañas y convulsivas enfermedades, relaté anécdotas de personas que han perdido la vida por causa del ejercicio y sugerí que mejor fuéramos a comer tortas de cochinita; nada dio resultado, se mantuvo inflexible. Entonces decidí hacer las que yo pudiera hacer, me parece que logré hacer ochenta. Pero fue suficiente, me pidieron que haga brazos con una mancuernas pero ignoré la petición, tomé mi coche y escapé de ese lugar con rumbo a mi casa.

Para poder soportar el dolor y seguir viviendo el fin de semana tuve que recurrir al naproxen (hubiese preferido unas inyecciones de morfina pero recordé lo que le pasó a Michael Jackson y decliné) y al diclofenaco en gel untado suavemente en mis tríceps.

Debo añadir que el dolor no me dejaba levantar los brazos a la altura de mi cara por lo que comer se convirtió en una proeza, con serias dificultades pude ponerme una camisa y levantarme de la cama fue algo heroico. Fue entonces que resonó en mi mente la vieja y lapidaria sentencia “esos son males buscados”. Tienen razón madre y abuela, tienen razón.

Lunes en la tarde ya puedo mover un poco más los brazos, me sugirieron regresar al gimnasio, amenazar de muerte a los encargados de las rutinas, hacer solo ejercicios ligeritos con el mínimo de peso y estar pendiente para mentarle la madre a quien se atreva a burlarse de mí. Eso haré. Porque además ya pagué todo el mes y no estoy dispuesto a regalarles mi dinero.

Si notan que no vuelvo a escribir en las próximas dos semanas es porque estoy hospitalizado por causa de los bien llamados males buscados.