jueves, 8 de abril de 2010

92. Vacios

Otra vez me siento raro, esto está sucediendo cada vez con mayor frecuencia. Ya me estoy preocupando. No está bien que yo tenga estas sensaciones. No, de plano que no está bien.

El sentimiento que me asalta es una especie de incomodidad anímica, como un vacío interior; es como sentirse incompleto, sin un pedazo, con un espacio amplio de vida que no alcanza a llenarse con nada.

Es algo así como sentir que no estoy en donde debiera de estar; que no estoy haciendo las cosas que debería de estar haciendo y de no estar con la persona que debería de estar (aunque es conveniente aclarar que no estoy con ninguna persona).

Este sentimiento no es depresivo ni me conduce a ese estado. No es tristeza, ni angustia, ni ansiedad ni ninguna especie de emoción específica que pueda definirse con entera claridad.

Es algo así como un licuado de melancolías disueltas en vacios motivacionales que, finalmente, se convierten en un jugo algo amargo que me tomo en solitario y sin hielo. ¡Vaya que es raro sentirse así!

La única consecuencia de este extraño y muy poco nutritivo sentimiento, es un persistente insomnio y el estado de adormecimiento permanente que padezco al día siguiente. Salvo eso, todo está bien, o todo está mal, depende de cómo quiera verse.

A veces pienso que por mi edad y circunstancias no debería de sentirme así, pero algo me lleva a pensar que tengo derecho a sentirme de la forma que quiera sentirme, sin ningún tipo de limitante.

¿Cuál es el camino para arreglar esta situación? No sé. De acuerdo, si lo sé, pero no quiero escribirlo en este espacio ni en ningún otro espacio.

domingo, 4 de abril de 2010

91. La luna del lunes

¡Pronto, sal de tu silencio y mira la luna! Hazlo rápido te suplico, porque la noche pasa, porque el tiempo pasa, porque la vida pasa. Vamos, sal pronto de tus temores y mira la luna, Pero por favor, pon atención, haz un esfuerzo y detente a escuchar.

Es verdad, la luna no siempre habla, para colmo, algunas veces dice cosas que ni yo mismo entiendo. Y es que tiene un lenguaje muy extraño; le gusta darle muchas vueltas al asunto, a ratos dice cosas cuando en realidad quiere decir otras, en ocasiones quiere pasar por intelectual y usa palabras raras y, la mayoría de las veces, habla tan quedito que es difícil escucharla.

Algunas noches, la luna anda de graciosa, dice cosas que dan risa, inventa historias fantásticas y relata a todo volumen, sus más atrevidas y disparatadas anécdotas. También tiene su tiempo de melancolía, entonces es fácil escucharla narrar sus palideces, desventuras y desamores.

A veces se pone romántica y, arrogante, atrevida y desentonada, canta aquellas viejas canciones que reclaman amores y suplican romances. Yo la he escuchado varias veces, incluso una de esas noches me atreví a cantar con ella una canción de Roberto Carlos, terminamos abrazados y con las lágrimas al acecho.

La he visto caminar sola y en silencio, con la mirada perdida en las estrellas, sus pasos se arrastran apenas, como si le pesara ser luna, como si añorara otras lunas, otros soles y otros cielos. La he visto perseguir sueños, corretear ilusiones y alcanzar emociones fugases; la he visto en amores furtivos, la he visto inalcanzable y orgullosa, serena y clara.

Pero esta noche está distinta, de pronto se plantó en el aún claro firmamento, tenía algo que decir (podía adivinarlo por su expresión) reclamaba la atención de todos. Me detuve para mirarla, me reconoció y saludó a lo lejos y, cuando creí que hablaría fuerte, se limitó a murmurar y sonreír.

En ese instante, pensé en ti, tu recuerdo me distrajo y no pude oírla, por eso quiero que lo hagas tú. Sal por favor y mira la luna, pero pon atención y dime, cuéntame lo que dijo. Yo también quiero sonreír.