miércoles, 23 de febrero de 2011

133. Me estoy durmiendo

Qué difícil es luchar contra el sueño, es casi imposible resistirse a ese cúmulo de fuerzas internas que te van doblegando lenta pero inexorablemente. Yo quisiera rendirme al seductor impulso, cerrar los ojos y dejarme conducir hasta los espacios desconocidos del sueño. Pero no se puede, estoy en la oficina.

Esta complicada situación, me sucede solo ocasionalmente, por lo general me mantengo siempre muy despierto en mi trabajo, pero en esta ocasión se están conjugando una serie de factores medioambientales y fisiológicos que están dando como resulta el que me esté venciendo al delicioso placer de dormir.

El primer factor, y que al mismo tiempo lo considero el principal causante de que el sueño me invada, es el hecho de haber pasado una noche de desvelo. No, no anduve de juerga ni buscando la vida por los rincones oscuros de la ciudad. Simplemente no pude dormir.

El insomnio no es un elemento nuevo en mi vida, me ha visitado desde mis años infantiles y creo que será un acompañante permanente en lo que me queda de vida. Pasar las noches en vigila no era muy malo de niño, me dio oportunidad de leer muchas de las novelas de Julio Verne e incluso de releer Las Mil y una Noches.

Ya en mi etapa adulta he aprovechado mis desvelos en leer novelas de García Márquez y otros autores, en ordenar mi mente para buscar que escribir o simplemente en tratar de inventar historias que, según yo, se convertirán en novelas que escribiré un día de estos.

El caso es que anoche no pude dormir, me desperté como a la una de la mañana y me mantuve despierto hasta que amaneció, ese es un factor para que a esta hora de la tarde me esté durmiendo.

Otro elemento importante es el hecho de que estoy regresando de comer, estoy absolutamente seguro que mi cuerpo está en pleno proceso digestivo. Tengo una idea remota de los procedimientos que involucran a la digestión y sé que estos causan cierto sopor en el cuerpo que inducen al sueño.

Con respecto al párrafo anterior, podría añadir los factores genéticos que operan en mi contra. Mi padre no perdonaba la siesta después de comer, sucediera lo que sucediera él tenía que dormir. Esta costumbre fue fielmente copiada por mi hermano, quien tampoco sacrifica la siesta.

Yo no soy así, al menos considero que no tengo activo el gen del sueño vespertino, pero muy probablemente, esa información esté grabada en mi código genético de manera recesiva; lo que provoca que cada determinado tiempo se agilice y genere las condiciones propicias para que mi consiente se deslice hasta los terrenos fértiles del dios Morfeo.

A todo eso hay que añadir que la oficina está prácticamente deshabitada y silenciosa, que sólo se escucha el murmullo rítmico y monótono de un triste, solitario y fuera de contexto ventilador y, finalmente, la dramática realidad de que no sé como quitar una viñeta en el programa Mindmanager.

Todos los factores anteriormente señalados han dispuesto el escenario perfecto y generado las condiciones favorables, idóneas y propicias para que yo pudiera desconectarme del mundo por unos instantes y me entregarme desfachatadamente a la calidez del sueño.

De hecho lo haría si pudiera, pero no puedo permitirme esas libertades en el ambiente laboral, imposible que lo haga, ni pensar en intentarlo. A lo más que he llegado es a un par de pestañazos y paren de contar.

Lo mejor es buscar en que distraerse, caminar un poco, tomar agua mientras acecho las azoteas vecinas desde el sexto piso de la oficina y dedicarme unos minutos a pensar de que manera podría estructurar una entrada de blog que narre lo que me está sucediendo. Con ello podré despejar la mente y alejar, de manera definitiva, a los fantasmas traicioneros de la inconsciencia.

En este momento ya no tengo sueño, de hecho estoy muy despierto, aprovecharé esa condición para recuperar el tiempo perdido, terminar mi trabajo y poder irme a casa a dormir tranquila y pacíficamente. Eso es lo mejor que podría hacer. ¿Están de acuerdo?