domingo, 12 de agosto de 2012

153. La fiesta verde

Si, fue una enorme y multitudinaria fiesta verde, un carnaval esmeralda que invadió el Paseo de a la Reforma; había disfraces, banderas, serpentinas, antifaces, máscara, capas y mucha alegría por parte de miles de aficionados que acudieron a celebrar la conquista de la primera medalla de oro mexicana en la historia del fútbol olímpico.

Desde el pasado 7 de agosto quedó concertado el partido final del torneo de fútbol de las XXX Olimpiadas de Londres 2012; sería el 11 de agosto a las 9:00 horas cuando México se enfrentaría a Brasil en un partido de pronóstico reservado, donde cualquiera podría ganar, donde los dos lo darían todo por conquistar su primera medalla de oro en este tan popular deporte.
El día inició nublado, gris y con una muy ligera llovizna, se podría predecir algo malo para las próximas horas. Cerca de las 8 de la mañana atravesé en bicicleta el Paseo de la Reforma a la altura del famoso monumento a la Independencia. El llamado Angelito estaba cercado con una valla metálica y en los alrededores se apostaban varias centenas de policías. Eso era un buen presagio, se anticipaba un festejo.
Apenas terminaba de instalarme frente a un enorme televisor cuando ya estaba gritando y festejando el  primer gol. Parecía un guión de televisión, México anotaba su primer gol a los 29 segundos de iniciado el juego. Desde ese momento todo fue nervios y angustia. Para el segundo tiempo otro gol mexicano. Después vino el descuento brasileño y un susto cuando estaba por terminar el partido.
Finalmente vino el silbatazo final, la selección mexicana de fútbol se proclamaba campeón olímpico y con ello se hacía acreedora de la medalla de oro, la primera conseguida en el deporte más popular del país. Y al instante se vino el festejo en las calles de la capital de la república. Pero quise esperarme hasta escuchar el himno nacional y ver la bandera en todo lo alto para sentir la emoción y el orgullo nacional.
Antes de describir el festejo en el Angelito, lugar tradicional de celebraciones futboleras, debo aclarar que ya antes, en 2008, había presenciado uno de estos acontecimientos, fue cuando coincidió mi asistencia a un curso con el partido que México le ganó a Francia durante el mundial de Sudáfrica. Pero no hubo comparación entre este y aquel, aquel fue solo un partido, este era un campeonato olímpico, la fiesta fue mucho mayor.

Con más curiosidad que otra cosa me dispuse a caminar en los alrededores del Angelito, fue cuando empecé a dimensionar la magnitud del festejo, de la celebración, del carnaval que se estaba gestando de la nada, sin orden, sin rumbo, solamente con el deseo de manifestar la alegría efímera de un triunfo futbolero.

Las calles centrales de del Paseo de la Reforma se cerraron de inmediato al paso de vehículos, las calles laterales se congestionaron de autos cuyos ocupantes hacían sonar sus bocinas, ondeaban banderas y vitoreaban a los “nuevos héroes”  nacionales. Por su parte los transeúntes tocaban cornetas, tamboras y todo lo que sirviera para hacer ruido, incluyendo tapas de ollas de cocina.

Para entonces ya las calles estaban inundadas de gente, todos con camisas verdes, o de malas algo verde, cualquier cosa, un sombrero, una gorra, una bandera o lo que fuere, pero todos lucían algo verde, eso era como una obligación. Por supuesto yo portaba con orgullo mi camisa de la selección nacional.

Un numeroso grupo de muchachos se apostó en las orillas de la calle lateral y  pedían a las chicas que mostraran “chichis a la banda”, ninguna se animó. Uno de ellos se puso más grosero y fue arrestado por la policía ante el abucheo de unos y los aplausos de otros.

No podían faltar los oportunistas, el principal era Juanito, ese personaje de la vida mexicana, más grotesco y bufón que político y luchador social, quien no dejaba de tomarse fotos con quien se lo solicitara. A sus espaldas, con mantas y carteles, un grupo de no más de 30 inconformes exigían que se limpiaran las elecciones presidenciales. Nadie les hizo el menor caso.
De manera sorprendente aparecieron en escena un grupo de vendedores comercializando camisas de la selección con la leyenda impresa “México, Campeón Olímpico” al precio de 50 pesos. Pero al parecer fue más popular vender bigotes falsos, hasta las mujeres los compraban y los lucían graciosamente y sin reparos.
Una señora vestida de China Poblana regalaba saludos y besos volados, también era bastante requerida para la foto del recuerdo. El Zorro también se dejó ver, vestido absolutamente de negro pero ondeando una bandera mexicana. También había perritos con sus camisas de futbol y no podía faltar el guerrero azteca con su desplumado penacho y los charros con enormes sombreros.

También había muchos con antifaces o con máscaras de los más populares luchadores, las banderas servían de capas. La espuma salía de los botes de aerosol y bañaban a todos sin que nadie se molestara. Algunos grupos corrían con sus banderas atropellando a la gente, yo fui una de sus víctimas al recibir un banderazo en la cara sin mayor consecuencia; una disculpa, un no hay problema y que sigan las porras.

Una abuelita en silla de ruedas no quiso dejar de presenciar la fiesta futbolera, aunque para ello requiriera la ayuda de uno de sus nietos quien alegremente la conducía por entre el gentío. En el lado opuesto de la vida, muchos llevaban bebés con sus uniformes verdes y sus caritas marcadas de manera tricolor.

Las muchachas eran de las más alegres, bailaban, gritaban, se abrazaban, lanzaban porras y arengaban a la multitud a seguir celebrando. Algunos niños intentaban echarse una cascarita con un balón de plástico pero era realmente imposible ante tal cantidad de gente.

De pronto otra sorpresa, vendedores de carteles que agradecían a Oribe Peralta, Marcos Fabián y demás seleccionados por su esfuerzo y dedicación y por la alegría que regalaban al pueblo mexicano. También había calcomanías de futbolistas de caricatura que hacían recordar a los mencionados jugadores.

En medio de todo, los vendedores de dulces, frutas, tacos (7 por 10 pesos), refrescos, cornetas, pelucas rizadas y largas pestañas tricolores, banderas y banderines, sombreros de y gorras. También había otros fuera de tono que vendían ratoncitos y arañas de juguete o avioncitos de cuerda.

Un grupo de jóvenes religiosos cantaba alabanzas y proclamaban a todo pulmón que Dios ama a México. Frente a ellos estaban los que gritaban que ya se había ganado en fútbol pero que era hora de ganar también en la democracia. Los sentí tan desubicados a unos como a otros.

Tampoco podían faltar los que cantaban sin cesar el eterno cielito lindo dedicado, por supuesto a los brasileños. Por cierto, entre la multitud pude vislumbrar a un señor que caminaba de prisa con su camisa de la selección de Brasil, nadie le hizo el menor caso, nadie lo burló o le dejo caer algún comentario burlesco, simplemente lo dejaron transitar tranquilo.

En medio del bullicio futbolero se empezó a colar la noticia de que la mexicana  Rosario Espinoza había conseguido medalla de bronce en Tae Kwon Do, entonces los festejos arreciaron un poco, no mucho.

Finalmente, a eso de las 4 de la tarde, después de comer en un lugarcillo de por el rumbo, y ya cansado del cada vez mas disminuido festejo, opté por dirigirme a lo que llamo casa para leer las crónicas del triunfo mexicano en las páginas electrónicas de los principales periódicos y los comentarios en las redes sociales. Hasta aquí, ya veremos qué pasa mañana.