viernes, 10 de enero de 2020

162. Velocidad relativa



La velocidad no es lo mío, y eso aplica a cualquiera de las áreas de la vida en las que pueda verme involucrado, esa máxima cobra mayor relevancia cuando hablamos de conducir un automóvil. Por dicho motivo resulta muy irónico que, en la ciudad de Monterrey y su zona conurbada, la policía me haya detenido en tres ocasiones por conducir a “exceso de velocidad”. La última vez fue hace un par de horas.
            Lo que resulta paradójico es que, en todos los casos, no me desplazaba a más de 50 kilómetros por hora. ¿Cómo puede explicarse que me hayan detenido cuando conducía a una velocidad considerada como baja o, a lo mucho, moderada? La respuesta es que la velocidad es relativa, tanto como el tiempo, la distancia y algunos otros factores con los que nos encontramos en la vida cotidiana. Intentaré explicarlo.
            El concepto de velocidad se relaciona con la distancia que recorre un objeto y el tiempo que se invierte en ello, digamos que, si un automóvil avanza un kilómetro en diez minutos y otro lo hace en solo cinco, el segundo es más veloz. Eso es sencillo de comprender hasta para mí. Lo relativo depende de cierta comparación contra un parámetro establecido por alguna norma o autoridad, esto último permite calificar los 50 kilómetros por hora como velocidad alta o velocidad baja,
            De tal forma que si yo manejo mi auto a 50 kilómetros por hora en una autopista donde el límite permitido es de 110 kph se puede considerar que voy lento. Pero si conduzco a los mismos 50 kph por una zona escolar donde no se permite transitar a más de 30 kph entonces voy muy rápido.
Eso fue lo que me pasó en las tres ocasiones.
He manejado automóviles desde hace aproximadamente 30 años por diversas ciudades y carreteras de varios estados del país, nunca fui sancionado por exceso de velocidad, antes bien, otros conductores en repetidas ocasiones han hecho sonar sus bocinas para indicarme que voy muy lento y que los deje pasar, eso ocurre porque la alta velocidad me produce vértigo y porque no quisiera provocarme un accidente o dañar el patrimonio de otras personas. Por eso opto por ir a velocidades moderadas y por eso me sorprenden tanto que las multas digan: “Conducir a exceso de velocidad”.
Sí, es verdad, el problema de las multas no está en relación a la velocidad, sino a la falta de atención a los parámetros establecidos por la norma de tránsito. Lo cual me indica que debo poner particular atención a semáforos intermitentes, carteles de aviso y demás señalizaciones que regulen la vialidad.
Que mal plan, pero ni modos. Por cierto, en dos de las tres ocasiones en que he sido detenido se me ha perdonado la multa porque, por mi acento, los agentes adivinan que no soy nativo del estado y por tanto desconozco las normas, solo me amonestan de palabra y me piden leer y estudiar el reglamento de tránsito y vialidad de la ciudad. Eso haré y lo acataré, lo prometo.


miércoles, 8 de enero de 2020

161. Propósitos



Como cada año, sea la  final  o al  principio, los días están cargados  de  propósitos que enmarcan nuestras intenciones de modificar las cosas  que  se  han hecho  mal  y  lograr metas y objetivos de superación profesional, personal   y/o   familiar.   Como  todos   los demás,  yo  también   he   establecido  un propósito,  no  es  nuevo, es  el  mismo  de siempre, y como cada año, no sé si lo podré cumplir.
            No se trata de bajar de peso, aprender inglés, ascender en el trabajo hacer ejercicios o comer sano, aunque entiendo que esos debieran de ser, pero no, no es eso. Se trata de escribir, escribir todos los días, por lo menos una cuartilla, sea un cuentecillo, una idea, un texto desabrido o cualquier cosa que me pase en la vida. Lo importante para mí es escribir.
            Este asunto de la escritura no es nuevo, lo vengo arrastrado desde hace más de diez años, cuando inicié este blog y cuando comencé a escribir para un periódico campechano; a partir de ahí, lo vengo renovando año con año en forma invariable y también, en forma invariable, lo vengo incumpliendo por lo más disparatados motivos sin que me queden claras las razones para ese quebranto.
            A lo largo del tiempo, he buscado motivaciones diversas, en la época en que viví en la Ciudad de México, me reunía con un grupo de jóvenes escritores que me iniciaron en la redacción de cuentos breves, hice varios intentos, escribí varias historias con el único afán de expresarme y de encontrar la vena literaria.
            El año pasado, ya estando radicado en Monterrey, participé en un par de cursos de composición y creación literaria, lo que me dio algunas bases para estructurar de mejor manera mis narraciones y para la construcción de mis personajes. Todo ello se completó con mi participación en un nuevo grupo literario en el cual tratamos de realizar ensayos y cuentos de valor narrativo. Sin embargo, aún no encuentro la continuidad y la persistencia requerida.
            El asunto es que quiero escribir, disfruto mucho al hacerlo, me gusta sumergirme en el mundo de las letras, la combinación y composición armónica de las palabras, la estructuración de las oraciones, los párrafos y los textos. No sé si soy bueno o no en las tareas de la redacción, pero al final de cuentas, eso no importa cuando se encuentra el gusto y la satisfacción en una actividad, cualquiera que ella fuese.
            Este año, ya no cumplí de nuevo, ya han pasado siete días sin que siquiera haya intentado tocar una de las teclas de la computadora. Sin embargo, creo que aún es tiempo para reencontrarme con los textos y para publicarlos, por lo menos en este olvidado e informal blog de escribidor sin rumbo, sin idea y sin tema.
Retomemos entonces este nuevo intento y que las musas de la perseverancia me acompañen siempre.

domingo, 12 de agosto de 2012

153. La fiesta verde

Si, fue una enorme y multitudinaria fiesta verde, un carnaval esmeralda que invadió el Paseo de a la Reforma; había disfraces, banderas, serpentinas, antifaces, máscara, capas y mucha alegría por parte de miles de aficionados que acudieron a celebrar la conquista de la primera medalla de oro mexicana en la historia del fútbol olímpico.

Desde el pasado 7 de agosto quedó concertado el partido final del torneo de fútbol de las XXX Olimpiadas de Londres 2012; sería el 11 de agosto a las 9:00 horas cuando México se enfrentaría a Brasil en un partido de pronóstico reservado, donde cualquiera podría ganar, donde los dos lo darían todo por conquistar su primera medalla de oro en este tan popular deporte.
El día inició nublado, gris y con una muy ligera llovizna, se podría predecir algo malo para las próximas horas. Cerca de las 8 de la mañana atravesé en bicicleta el Paseo de la Reforma a la altura del famoso monumento a la Independencia. El llamado Angelito estaba cercado con una valla metálica y en los alrededores se apostaban varias centenas de policías. Eso era un buen presagio, se anticipaba un festejo.
Apenas terminaba de instalarme frente a un enorme televisor cuando ya estaba gritando y festejando el  primer gol. Parecía un guión de televisión, México anotaba su primer gol a los 29 segundos de iniciado el juego. Desde ese momento todo fue nervios y angustia. Para el segundo tiempo otro gol mexicano. Después vino el descuento brasileño y un susto cuando estaba por terminar el partido.
Finalmente vino el silbatazo final, la selección mexicana de fútbol se proclamaba campeón olímpico y con ello se hacía acreedora de la medalla de oro, la primera conseguida en el deporte más popular del país. Y al instante se vino el festejo en las calles de la capital de la república. Pero quise esperarme hasta escuchar el himno nacional y ver la bandera en todo lo alto para sentir la emoción y el orgullo nacional.
Antes de describir el festejo en el Angelito, lugar tradicional de celebraciones futboleras, debo aclarar que ya antes, en 2008, había presenciado uno de estos acontecimientos, fue cuando coincidió mi asistencia a un curso con el partido que México le ganó a Francia durante el mundial de Sudáfrica. Pero no hubo comparación entre este y aquel, aquel fue solo un partido, este era un campeonato olímpico, la fiesta fue mucho mayor.

Con más curiosidad que otra cosa me dispuse a caminar en los alrededores del Angelito, fue cuando empecé a dimensionar la magnitud del festejo, de la celebración, del carnaval que se estaba gestando de la nada, sin orden, sin rumbo, solamente con el deseo de manifestar la alegría efímera de un triunfo futbolero.

Las calles centrales de del Paseo de la Reforma se cerraron de inmediato al paso de vehículos, las calles laterales se congestionaron de autos cuyos ocupantes hacían sonar sus bocinas, ondeaban banderas y vitoreaban a los “nuevos héroes”  nacionales. Por su parte los transeúntes tocaban cornetas, tamboras y todo lo que sirviera para hacer ruido, incluyendo tapas de ollas de cocina.

Para entonces ya las calles estaban inundadas de gente, todos con camisas verdes, o de malas algo verde, cualquier cosa, un sombrero, una gorra, una bandera o lo que fuere, pero todos lucían algo verde, eso era como una obligación. Por supuesto yo portaba con orgullo mi camisa de la selección nacional.

Un numeroso grupo de muchachos se apostó en las orillas de la calle lateral y  pedían a las chicas que mostraran “chichis a la banda”, ninguna se animó. Uno de ellos se puso más grosero y fue arrestado por la policía ante el abucheo de unos y los aplausos de otros.

No podían faltar los oportunistas, el principal era Juanito, ese personaje de la vida mexicana, más grotesco y bufón que político y luchador social, quien no dejaba de tomarse fotos con quien se lo solicitara. A sus espaldas, con mantas y carteles, un grupo de no más de 30 inconformes exigían que se limpiaran las elecciones presidenciales. Nadie les hizo el menor caso.
De manera sorprendente aparecieron en escena un grupo de vendedores comercializando camisas de la selección con la leyenda impresa “México, Campeón Olímpico” al precio de 50 pesos. Pero al parecer fue más popular vender bigotes falsos, hasta las mujeres los compraban y los lucían graciosamente y sin reparos.
Una señora vestida de China Poblana regalaba saludos y besos volados, también era bastante requerida para la foto del recuerdo. El Zorro también se dejó ver, vestido absolutamente de negro pero ondeando una bandera mexicana. También había perritos con sus camisas de futbol y no podía faltar el guerrero azteca con su desplumado penacho y los charros con enormes sombreros.

También había muchos con antifaces o con máscaras de los más populares luchadores, las banderas servían de capas. La espuma salía de los botes de aerosol y bañaban a todos sin que nadie se molestara. Algunos grupos corrían con sus banderas atropellando a la gente, yo fui una de sus víctimas al recibir un banderazo en la cara sin mayor consecuencia; una disculpa, un no hay problema y que sigan las porras.

Una abuelita en silla de ruedas no quiso dejar de presenciar la fiesta futbolera, aunque para ello requiriera la ayuda de uno de sus nietos quien alegremente la conducía por entre el gentío. En el lado opuesto de la vida, muchos llevaban bebés con sus uniformes verdes y sus caritas marcadas de manera tricolor.

Las muchachas eran de las más alegres, bailaban, gritaban, se abrazaban, lanzaban porras y arengaban a la multitud a seguir celebrando. Algunos niños intentaban echarse una cascarita con un balón de plástico pero era realmente imposible ante tal cantidad de gente.

De pronto otra sorpresa, vendedores de carteles que agradecían a Oribe Peralta, Marcos Fabián y demás seleccionados por su esfuerzo y dedicación y por la alegría que regalaban al pueblo mexicano. También había calcomanías de futbolistas de caricatura que hacían recordar a los mencionados jugadores.

En medio de todo, los vendedores de dulces, frutas, tacos (7 por 10 pesos), refrescos, cornetas, pelucas rizadas y largas pestañas tricolores, banderas y banderines, sombreros de y gorras. También había otros fuera de tono que vendían ratoncitos y arañas de juguete o avioncitos de cuerda.

Un grupo de jóvenes religiosos cantaba alabanzas y proclamaban a todo pulmón que Dios ama a México. Frente a ellos estaban los que gritaban que ya se había ganado en fútbol pero que era hora de ganar también en la democracia. Los sentí tan desubicados a unos como a otros.

Tampoco podían faltar los que cantaban sin cesar el eterno cielito lindo dedicado, por supuesto a los brasileños. Por cierto, entre la multitud pude vislumbrar a un señor que caminaba de prisa con su camisa de la selección de Brasil, nadie le hizo el menor caso, nadie lo burló o le dejo caer algún comentario burlesco, simplemente lo dejaron transitar tranquilo.

En medio del bullicio futbolero se empezó a colar la noticia de que la mexicana  Rosario Espinoza había conseguido medalla de bronce en Tae Kwon Do, entonces los festejos arreciaron un poco, no mucho.

Finalmente, a eso de las 4 de la tarde, después de comer en un lugarcillo de por el rumbo, y ya cansado del cada vez mas disminuido festejo, opté por dirigirme a lo que llamo casa para leer las crónicas del triunfo mexicano en las páginas electrónicas de los principales periódicos y los comentarios en las redes sociales. Hasta aquí, ya veremos qué pasa mañana.

viernes, 13 de julio de 2012

152. El Gran Premio

Yo nunca he entrado a la cafetería “El Gran Premio” y tal vez nunca la visitaré, sin embargo todos los días, invariablemente, camino o corro afanosamente hacia ella, aunque sé que nunca la podré alcanzar.

La cafetería “El Gran Premio” está ubicada en el cruce de las calles Sady Carnot y Alfonso Caso, en la colonia San Rafael de la Ciudad de México, ocupa la planta baja de un edificio de cuatro niveles que debe rondar los 60 años, más o menos, y que vio pasar sus mejores días hace mucho tiempo.

Sin embargo la cafetería, lo que alcanzo a ver de ella a través de sus ventanales, es de esos lugares que huelen a tradición y a ayeres, a buena plática con los amigos, a charlas furtivas con amores imposibles y, por supuesto, al aroma inconfundible de un buen café.

No piensen que es un lugar de mucha alcurnia al que acostumbran a asistir ejecutivos y damas de sociedad, tampoco es de esos establecimientos de poca valía al que acuden los que solo traen en la bolsa los 20 pesos del café americano. Tampoco es de aquellos cafés llenos de intelectuales que discuten sobre filosofía, política y orden social.

Me parece que es un sitio al que se acude después de la jornada laboral con los compañeros del trabajo, se pide un café, se discute un poco acerca de los tópicos del día, se arregla el mundo y después de un apretón de manos se sumergen en las calles de la ciudad para volver a casa.

Tal vez algunas parejas se citan en ese lugar, se toman un capuchino, se comen un bocadillo, se vuelven a jurar amor eterno y después de un beso se despiden y se pierden en el mar de calles con la esperanza de volverse a ver, la tarde siguiente en el mismo lugar y a la misma hora.

Esa idea me da el café “El Gran Premio” tal vez por su iluminación ámbar o por sus pisos de ladrillos rojos y blancos, quizá por su mobiliario sesentero o solamente porque me gusta creer que es así.
De hecho he pensado que me gustaría pasarme una tarde sentado frente a una de sus mesas degustando un rico y aromático café y perdiéndome entre tantos pensamientos peregrinos y discordantes que muy frecuentemente asaltan mi cabeza.

Por eso todas las tardes camino (y a ratos corro) hacia el café “El Gran Premio” pero nunca he de llegar a él porque camino sobre una caminadora eléctrica.

Lo que sucede es que el mencionado establecimiento queda exactamente en frente del gimnasio al cual acostumbro a ir y en la planta alta, dedicada a los ejercicios cardiovasculares, las caminadoras están dirigidas hacia una ventana que da justo a las ventanas de la cafetería en cuestión.

Por lo que el panorama que tengo durante los 45 minutos que dura mi sesión de cardio es la clientela del café, las mesas del café, los pisos del café y la iluminación del café.

Por otra parte, recordemos que el establecimiento se llama “El Gran Premio”, yo camino hacia el gran premio, el cual seguramente será más que un café, me gusta pensar que es la salud, que es la garantía de una vida libre de dolencias y de enfermedades crónico degenerativas que me asustan tanto.

La salud y el bienestar es mi gran premio, eso le da sentido a los esfuerzos diarios en el gimnasio, al cansancio y a los dolorcillos musculares que asaltan mi pecho, espalda, brazos y piernas y que son propios del esfuerzo físico.

Para cuando salgo del gimnasio, pasadas las 9:30 de la noche, el café “El Gran Premio” ya ha bajado sus cortinas y ha apagado sus candilejas, pero eso no importa, porque ya cumplió su objetivo principal, mantenerme motivado en el ejercicio y alimentar de historias vanas mis pensamientos y mis páginas.

Seguramente me verán mañana corriendo nuevamente hacia “El Gran Premio”, aunque nunca lo pueda alcanzar.

lunes, 25 de junio de 2012

151. Una historia triste

Así, sin darme cuenta, de nuevo caminé la inusitada tranquilidad de tu calle; no fue la soledad ni la melancolía, fue el azar lo que guió mis pasos y fue el destino el que me hizo volver a mirarte a través de los fríos ventanales que te protegen de la ciudad.

Tú no lo sabes, pero es la segunda ocasión en que la vida me lleva hasta ti, sin embargo, ahora todo se es tan desigual, tan opaco, tan falto de ese impulso que atrapó mi mirada y ligó mi pensamiento aquella primera vez en que te vi.
Fue en una noche demasiado húmeda para ser verano, pero no importaba mucho la temperatura, en esos días bastaba aproximarse un poco más a aquella dulzura que me abrazaba para poder disipar los fríos.
Y entre caricias y murmullos, por en medio de los claroscuros de la luna que se destila por entre las ramas de los abetos, nuestras miradas se encontraron contigo. No te percataste, pero pudimos atestiguar una apacible escena de tu vida familiar que nos mantuvo cautivos algunos momentos.
Ahí estabas tú, bañada por la luz ámbar de la cocina, con tu atuendo de exitosa y joven ejecutiva transformada en mamá; afanosa y atenta, ofrecías la cena a tu niño a la vez que le prodigabas caricias y palabras seguramente dulces.
En un instante, tu mirada se dirigió al reloj, probablemente esperabas la llegada de aquel con el que compartías tus emociones. No quisimos mirar más, no quisimos robar ni un instante más a aquella placidez que se traslucía por el cristal de tu ventana, que era a la vez, el reflejo de tu vida feliz.

Pero debes saber que ese atisbo fortuito y casual a tu intimidad familiar, fue suficiente para que ella y yo construyéramos un sueño e hiláramos la fantasía y la promesa de una vida en común, de sentimientos y sensaciones inagotables.

Esos pensamientos acompañaron nuestro andar y nos trasportaron a un futuro sereno de felicidad alcanzada, de expectativas amorosas cubiertas y de cálidas ilusiones que presurosas anidaron en las ramas más altas de aquellos árboles.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces, tal vez fue hace unos días o quizá algunos años; pero esta lluviosa noche, de nuevo caminé la soledad de tu calle, y también sin querer mi mirada y mi recuerdo te encontraron.

Pero en esta noche húmeda y fría, lo que pude presenciar fue una nota discordante en el concierto de la memoria; ahí estás tú de nuevo, es el mismo decorado y la misma ambarina luz de la cocina la que te ilumina. Sin embargo, todo es distinto.

Sentada, cabizbaja, tu cabello cae a plomo y sin gracia sobre tus hombros, tu mano izquierda apoya tu mentón y la derecha hace girar incansablemente una cucharilla dentro de una taza humeante. Entonces puedo adivinarlo, el reloj ya no importa, ya nadie vendrá.

Ya no quise ver más, la lluvia arreció y la noche se fue cerrando en torno mío, de prisa caminé la misma senda de otros días, y la misma soledad que hoy te abruma, es la que ahora acompaña mis pasos.
En los árboles ahora anidan desconsuelos, florecen ayeres, reverdecen nostalgias. Es tu tristeza y es la mía, son las historias que convergen, son los supuestos que imagino, es la vida que incansable nos roba suspiros y desvanece los entrañables juramentos.

Ya no quise pensar más, caminé a prisa bajo la lluvia insistente, sin embargo, el velo de la soledad y el silencio me alcanzó y cariñoso me cubrió.

miércoles, 20 de junio de 2012

150. De arpones e ídolos orientales

¿Qué tienen en común un arpón y un ídolo oriental? Lo más probable es que después de unos segundos de reflexión puedas responder que absolutamente nada y lo más seguro es que tengas toda la razón. Sin embargo, si no tienes nada que hacer y, aunado a esto, estás pasando por el instante más absurdo y necio del día, entonces podrías encontrar los cientos de puntos de coincidencia que tienen estos dos singulares objetos.

En primera instancia analicemos la utilidad de un arpón. Por supuesto, si eres un pescador o un buzo responderías que los arpones tienen múltiples beneficios ya que te permiten pescar y defenderte del ataque de algún fiero animal marino. Evidentemente que ignorarías a los ídolos orientales, a menos claro que seas un pescador oriental con un alto sentido místico.

Por otra parte, si eres un religioso oriental defenderías la utilidad y el valor de los ídolos orientales, en los cuales seguramente depositarias tu fe y tus creencias y los harías objeto de culto y reverencia. Los arpones seguramente no significarían nada para ti, a menos que además de religioso oriental seas también aficionado a la pesca o al buceo.

Pero suponiendo que no eres ni un pescador ni un monje oriental, que te encuentras parado en la calle esperando que te asignen mesa en un pequeño restaurant, que en el interior de aquel lugar hay un ídolo oriental y en cuya televisión se muestra la imagen de un hombre atravesado por un arpón ¿Podrías entonces encontrar similitudes entre ambos objetos?

Suponiendo también que eres una persona que no le da ningún valor a ningún tipo de ídolos, que tienes delante de ti a otra persona que se esfuerza por fastidiarte con dichas estatuas, que no tienes mayor cosa qué hacer ni qué pensar, que tienes hambre y que ya te cansaste de esperar mesa ¿Podrías entonces encontrar semejanzas entre un arpón y un ídolo oriental?

La respuesta indudablemente es si. Sin importar que dichas analogías sean tan absurdas y locas como lo pueden ser un inusual arpón traspasando a un desdichado y una estatua que parece todo menos un ídolo oriental.

Entonces podríamos afirmar que ambos objetos son muy útiles porque un ídolo oriental, bien utilizado, puede servirte para pescar y un arpón puede ser el centro de algún culto carismático en Vietnam, Filipinas o alguna otra región del lejano oriente; lo que nos lleva a la conclusión que tanto el ídolo oriental como el arpón son semejantes y por tanto pueden tener el mismo valor intrínseco para diversas personas.

Pero si nos alejamos de esta contundente, indiscutible e inobjetable conclusión, podríamos desplazar nuestro análisis en el sentido contrario: dado que no soy pescador ni monje oriental afirmo que ambos objetos no poseen ningún aprecio para mí. Este juicio lleva implícito una fuerte carga de analogía entre el arpón y el ídolo oriental dado que los está situado en igualdad de circunstancias.

A partir de ahí se pueden desgranar infinidad de puntos de coincidencia, tantos como tu imaginación y tu sentido de la lógica y de lo absurdo te lo permitan. Lo que nos lleva a afirmar que el arpón y el ídolo oriental son iguales porque ninguno de los dos está vivo, porque son decorativos, porque seguramente están hechos en China (o en Taiwán), porque pueden ser comprados en alguna tienda.

Porque ambos objetos pueden servir para agredir a un bandolero, para transportarlos en la cajuela del coche, porque es posible evitar que los niños jueguen con ellos, porque ninguno de los dos sirve como teléfono ni evitan que te mojes si está lloviendo y finalmente porque ambos objetos pueden tener una fuerte carga subliminal y una reconocida connotación sexual.

Esto último tal vez no quede del todo claro, pero si continuamos en el universo absurdo del pensamiento ilógico, seguramente no te costará ningún trabajo entender. Basta, hasta aquí de arpones y de ídolos orientales.

miércoles, 23 de mayo de 2012

149. Las cantinas


El sábado pasado fui a una cantina, de hecho es la tercera vez que voy a una de las llamadas cantinas en el Distrito Federal. Y bueno, me gusta los locales y la comida que se sirve, son muy limpios y con buen servicio, debo aclarar que no me gusta el sistema de distribución de botanas, aunque se come bien, abundante y sabroso. Déjenme explicarles.

El concepto que tenemos de cantina en Campeche, es el de un lugar de medio sucio tirando a completamente sucio, con una mezcla de olores que van desde el olor a cerveza hasta el de la botana, y ya para las 6 de tarde el tufo a borracho se hace difícil de soportar y el de los años para que les platico.

Por otra parte, prevalece la música a todo volumen y las meseras gorditas, sabrosonas y entronas. En la mayoría de los casos, el nivel socioeconómico de los asistentes es bajo, se limita únicamente a hombres y una que otra señora despistada. La entrada a menores de edad queda prohibida.

Aquí las cantinas son distintas. Son lugares muy limpios, hasta elegantes, atendidos por un ejército de meseros, se permite el ingreso de familias completas o de damas solas. Algunas cantinas, como a la que fui el sábado pasado, tienen pantallas de televisión por todos lados y trasmiten programas deportivos y partidos de fútbol.

El sistema para entregar alimentos también es distinto, es complicado explicar pero trataré de hacerlo. Inicialmente las cervezas tienen distintos precios, dependiendo de si vas pedir alimentos a no. Si no pides alimentos la cerveza cuenta alrededor de 35 pesos y para acompañarla te dan cacahuates o una botanita de pepinos y zanahorias. Te tomes las cervezas que te tomes, la botana será siempre la misma.

Si pides cervezas con alimentos la cosa cambia. La primera cerveza tiene un precio como de 40 pesos y hay un menú de botanas para esta primera cerveza o primer tiempo, que por lo general son tres o cuatro tipos de sopas de las cuales solo puedes pedir una. Si, dije sopa, sopa caliente de verduras, consomé de pollo o cosas así. Por supuesto que este tiempo de botana me lo salto pero de todas maneras me tomo la cerveza.

La segunda cerveza tiene otro precio (47 pesos más o menos) y tiene otro menú de botanas, un poco más elaboradas: Tiras de pescado empanizado, aguacate con atún, tostadas de pollo o pata, flautas, entre otras, son como 10 0 12 platillos a escoger solamente uno. Para disfrutar las comidas del tercer tiempo debes pedir una tercera cerveza, la cual tiene otro precio, entonces te entregan tu correspondiente menú de botanas y también escoges una solamente: distintos guisos de conejo, alas de pollo, mariscos, quesos fundidos, tacos de pastor, etc.

Cuando llegas al cuarto tiempo por lo general ya casi no tienes hambre, pero le entramos, la cerveza ya cuesta como 57 pesos más o menos, y los platillos incluyen diversos cortes de carnes,  platos elaborados a base de pescado o pollo y cócteles de mariscos, entre otros guisos. Después del cuarto tiempo ya no hay alimentos, por lo que la cerveza regresa al precio de cerveza sin alimentos.

Pero además, no puedes pedir alimentos del cuarto tiempo si vas por la tercera cerveza, ni alimentos del tercero si vas por el segunda, solo puedes saltarte las sopas, pero debes consumir la cerveza. Igualmente puedes optar por pedir cerveza sin alimentos y pedir un platillo de un menú aparte y comer como si fuera un restaurant.

El sistema está complicado, no me imagino cual será su sistema para organizar cuantas cervezas y en que tiempo de comida van cada uno de los integrantes de una mesa, creo que necesariamente tendrían que ser comandas individuales, en realidad no sé como lo puedan hacer, yo llevo mi propio control por si debe reclamar algo, pero no ha habido necesidad.

Si me dan a escoger, creo que elijo las cantinas de aquí, son más un restaurant-bar que una cantina en el concepto campechano.

Para terminar comento que existen unas cantinas muy tradicionales y antiguas, me dicen que están en el centro de la ciudad, pero no las he localizado. Hay una muy famosa que tiene un huequito en el techo y un enorme letrero que indica que ese agujerito lo hizo una bala disparada por Pancho Villa. Ya les contaré la historia completa cuando acuda a ella.