viernes, 18 de febrero de 2011

132. Las calles de Campeche

Hace un par de meses, cuando aún vivía en Campeche pero ya tenía la certeza de mi traslado a la Ciudad de México, caminaba por las calles que rodeaban mi casa, eran pasadas las diez de una noche un tanto fresca, no había gente fuera de sus casas, el cielo estaba despejado y una suave ráfaga de aire me daba en la cara; me interioricé un poco y me descubrí cómodo, tranquilo y seguro.

Casi sin darme cuenta me proyecté hacia el futuro inmediato y pensé en lo difícil que sería para mí el poder conservarme en un estado de ánimo caracterizado por esas cualidades: la comodidad, la tranquilidad y la seguridad.

Hoy, después de un mes de residir en esta enorme ciudad, me doy cuenta de cuanta razón tenía y, al caminar por las calles, aún con el cielo despejado y a horas tempranas, extraño las sensaciones y los sentimientos de que disfrutaba en mi tierra natal.

Allá podía caminar sin prisas, sin temores, disfrutando de la noche, del cielo, de la luna y hasta de cierta sensación placentera de soledad. Allá podía disfrutar del aire fresco y los aromas que llegan desde el mar, detenerme un momento, llenarme los pulmones de esa brisa y gozar de la calma, disfrutar de la noche y de la caminata y saber con certeza que nada malo me podía suceder.

Aquí la vida es distinta, hay prisas a toda hora, la gente corre, no se mira, no se detiene, no disfruta; todo es rápido, todo es urgente, todo es caminar y caminar sin parar, las calles son un obstáculo, la noche es un obstáculo, hay que avanzar y avanzar para llegar a cualquier parte. Y en ese torbellino de gente y velocidad, me confundo y me contagio y también yo corro.

Aquí nadie se detiene a mirar la luna, nadie se sorprende de que esté tan redonda, luminosa y pródiga. Nadie se toma un respiro para disfrutar el tenue paso de la noche, nadie se detiene a escuchar los murmullos del viento al pasar por entre los árboles; nadie observa a las estrellas, nadie se da cuenta de la forma que tienen las nubes.

Aquí las calles están llenas de gente extraña, personas que jamás has visto en tu vida y que no volverás a ver jamás. Personas que no se saludan ni sonríen ni siquiera se miran. Aquí se desconfía de la gente, de su aspecto, de sus intenciones y sus formas de comportarse. Aquí se recela de la noche, de las calles, de la ciudad misma.

Es cierto, ahora yo también corro en las calles y camino de prisa, no miro a la gente, no saludo y no sonrío; quiero llegar pronto a lo que llamo casa, quiero sentirme seguro y protegido, tranquilo y a resguardo. Tal vez todos queremos eso y por eso todos corremos en las calles.

Si, extraño mucho caminar como caminaba en Campeche, extraño mucho la calma, la serenidad, la comodidad, la tranquilidad de las calles de Campeche. Aquí no se puede, aquí no hay calma, no hay paz, no hay tregua.

Me consuela saber que mi estancia es temporal, que alguna vez volveré a caminar tranquilo, seguro y pleno en las calles de Campeche.




miércoles, 16 de febrero de 2011

131.El día de San Valentín


Yo siempre he celebrado al Amor y a la Amistad, pero nunca he celebrado el 14 de febrero “Día del amor y la amistad”. No me gusta, a veces me molesta y a veces me da risa. Es cierto, ha habido años en que he tenido que dar algún regalo, pero la mayoría de las veces es para mí, un día ignorado.

No sé exactamente cuándo comenzó esta especie de aversión contra ese día, no sé si fue influenciado por alguien, copiado de algún lugar o si de plano es una de esas fobias con las que nacemos algunas personas, tal vez es sólo una alergia o algo parecido. Lo cierto es que la fecha no me importa en lo absoluto.

El dichoso día lo considero más un pretexto de comercialización y mercadotecnia de flores, globos, tarjetas, peluches, chocolates y demás lindezas, que un día dedicado a dos de los que deberían ser, los valores y sentimientos más puros, limpios, honestos y desinteresados que puedan existir.

Yo no espero ese día, nunca lo he esperado, ni siquiera cuando, a los 16 años, caminaba despreocupado y lleno de ilusiones de la mano (del alma y el corazón) de mi primer amor (¿Cómo se podría calificar la frase anterior?) mucho menos ahora, en esta época de sentimientos tan devaluados y esquivos.

Para ser totalmente honestos, si, en ocasiones he dado regalos “el día de los enamorados”, pero ha sido porque es un día importante para algunas personas y esperan recibir algún detalle que “exprese el cariño”. No recuerdo cuáles han sido eso regalos, seguramente fue alguna tarjetita llena de corazones y tequieros, una cartita colmada de promesas de amor sin final o algún peluchito, de esos no muy caros; flores no creo, nunca regalo flores.

Por otra parte, el que no me guste el día de San Valentín no significa que sea yo un declarado enemigo de amor, un frívolo antisentimental (¿Existe esta palabra?) o un poco romántico. Nada de eso, me gusta romancear a la luz de la luna, puedo ser un detallista enamorado e incluso, puedo atreverme a eslabonar algún poemilla de amor sin rima para obsequiar a la dama en turno. Pero eso lo hago cualquier día que no sea el 14 de febrero.

Algunas personas me han dicho que mi hostilidad ante el enamorado día es solo un pretexto para llamar la atención o para querer sobresalir fanfarroneando que soy distinto a los demás. No, no se trata de eso, tampoco sé de qué se trata. Pero bueno, hay personas a las que les molestan las arañas o las cucarachas o los ratones o la mostaza, a mi me molesta el día del amor y la amistad ¿Es eso tan difícil de entender?

Así he navegado por la vida todos estos años, esquivando el mentado y tan sonado día, ignorando los mensajes publicitarios que incitan a gastar dinero en regalitos, corazones, cupidos y amores; haciendo caso omiso a ofertas de restaurantes y promociones de paquetes para enamorados. Ignorando sugerencias e insinuaciones para obsequios y detalles rosas.

Sin embargo y a manera de descargo, debo confesar que este año tuve un resbalón involuntario en el pasado día. Resulta que entré a comer al restaurant al que se me va haciendo costumbre ir y resulta que el menú estaba cambiado. Ofrecían algunos de los siguientes platillos: poción de amor, enchiladas enamoradas, tacos cupido, pasión de filete, calabacitas románticas, croquetas cariñosas, empanadas amorosas, albóndigas en salsa de amor, ensalada corazón flechado y pescado apasionado entre otros platillos.

Ni modos, me tuve que comer la dichosa poción de amor que no era otra cosa más que consomé de pollo con verduras, la ensalada corazón flechado era de lechuga orejona con tomates y aguacate; finalmente las enchiladas enamoradas me vinieron bien, pero en realidad no estaban tan enamoradas como picosas pero eso sí, muy sabrosas.

El resto del día pasó como pasan todos los días, aguantándome la risa al ver a los muchachos con sus enormes globos en forma de corazón, sus bolsitas decoradas con ositos amorosos y listones rosados o con sus alegres y multicolores ramos de flores enamoradas. Es cierto, están en la edad. No haré más comentarios.