miércoles, 16 de septiembre de 2009

55. La vida

Todos tenemos historias que nunca queremos relatar, todos hemos caminado por caminos que nunca nos imaginamos caminar. Son historias abatidas, fueron senderos desalentados; son historias lastimosas, fueron senderos confusos.

Y entonces intentas callar y enmudecer tus sombrías letras y tus afligidas canciones, te propones olvidar, resanar tan añejas lesiones y reconstruir el camino árido que alguna vez resplandeció. Y entre la desolación de lo que alguna vez fue tu pesarosa existencia, comienza la vida de nuevo a dibujarse.

Son trazos suaves y delicados, rasgos que murmuran ilusiones renovadas, líneas que colman todo de luces y sueños, de flores y esperanzas. Son matices que se desvanecen en atardeceres y se aclaran en suspiros, se disipan en ansiosas caricias y se iluminan lozanamente en radiantes promesas.

Es la vida nueva que florece y deslumbra, son infatigables ansiedades aferradas a nuevos y emocionantes afanes, sueños inquietos que apuntan hacia destinos gozosos, cálidos nidos y refugios afables.

Y entre tantas estampas y colores, ensueños y canciones, olas impacientes desdibujan las huellas que se bordaron en la que alguna vez fue tan apacible playa. Y desde un claro y nítido horizonte se remontan aromas que invaden, relucen y alimentan los rincones más distantes de una vida resarcida.

La vida regresa, la vida resurge, la vida florece. La vida sueña, la vida despierta, la vida vive. La vida, siempre la vida.

lunes, 14 de septiembre de 2009

54. La música de mi vecino

Resulta que a mi vecino se le acumularon las emociones y decidió expresarlas con lo mejor de su repertorio musical, el resultado de ello es que desde las 8 de la mañana estoy escuchando corridos, música norteña, ranchera y otros ritmos surgidos del folclor nacional.

Lo más decente que he oído hasta este momento es una canción del grupo “K-paz de la Sierra” y el legendario “Corrido del Caballo Blanco”, de ahí en fuera, puras y auténticas joyas surgidas de la inspiración de algún ensombrerado bigotón que seguramente habita en alguna lejana región al norte del país.

No es que no me guste esa música, pero es tan ajena a nuestra cultura regional que se hace extraño escucharla; por otro lado el acordeón y el tamborazo no producen precisamente la melodía necesaria para la relajación y el abandono de los sentidos.

Por otra parte, no entiendo porqué el amable y gentil vecino de la casa de enfrente, trata de imponernos, a toda la colonia, sus gustos musicales. Bien podría deleitarse con sus canciones a un volumen en el cual las pueda disfrutar sin necesidad de que todos nos enteremos de sus preferencias. El volumen altisonante me hace pensar en un equipo de sonido con casa incluida.

Por un momento intenté contrarrestar su música con algunas mías, pero es imposible, mi equipo no tiene la potencia requerida y por otra parte todo se volvió un revoltillo de acordes entre el repetitivo son de sus acordeones y la suave cadencia de mis saxofones. El resultado fue difícil de entender y de digerir.

Recuerdo cuando me pasé a vivir por este rumbo de la ciudad, no habían tantas casas y por lo consiguiente tampoco muchos vecinos, podía disfrutarse de la calma y del silencio que a veces se interrumpía por los sonidos de la naturaleza, pero con esos no hay problema porque armonizan con el entorno y suelen disfrutarse.

Con el pasó de los años construyeron más calles y más casas que inmediatamente fueron habitadas por muy variados, alegres y melódicos vecinos, los cuales a cualquier hora y en cualquier momento hacen vibrar sus potentes equipos de sonido con los mejores sones de mi tierra y sus alrededores.

Y no queda de otra más que tener paciencia y esperar a que pase el fervor musical (cosa de algunas horas) que cambien sus gustos musicales (muy difícilmente) o tomarle gusto a esos ritmos para que cuando menos disfrutemos de las canciones y los compases anorteñados. Ni modos.