martes, 10 de mayo de 2011

140. Me falta tiempo


Ir al gimnasio, mejorar la condición y el rendimiento físico y sociabilizar a través del ejercicio; todo eso está bien, de hecho está muy bien. Pero tiene algunos inconvenientes, todos ellos relacionados con la inversión del tiempo que se dedica a tan sanas y necesarias actividades. Y es que llego tan cansado y tan tarde a lo que llamo casa, que no me quedan muchas ganas de escribir o de actualizar esta cotidiana y electrónica bitácora.

Resulta que, dada la jornada laboral, voy llegando al gimnasio cerca de las ocho de la noche; lo que sigue es cambiarme de ropa, hacer ejercicios cardiovasculares y después los que involucran a las pesas, mancuernas, poleas y otros aparatos. La rutina se termina pasadas las nueve y media de la noche (una hora que todavía se puede considerar civilizada y segura dadas las condiciones de esta enorme ciudad) y de ahí debo invertir unos 15 minutos para llegar caminando a la casa.

Lo que sigue es poner a secar la ropa sudada, bañarse y preparar la maleta para el día siguiente (misma que debe contener tenis, calcetas, pantalones deportivos, camisa para hacer ejercicio, camisa para salir del gimnasio, sudadera, hombrera, portatraje y una sombrilla, así como boletos del metro) cenar al mismo tiempo que checo el correo electrónico, la televisión y el Facebook.

Ya para entonces son más de las once de la noche y el cansancio y el sueño empieza a hacer presa de mí. Pero todavía no me puedo dormir, falta preparar la ropa para el día siguiente, planchar la camisa, lavar trastes y acomodar la cocina (esto último es muy rápido porque la cocina es muy chiquita) y entonces sí, todo está listo para dormir.

Dada esta carga de actividades, comprenderán que no me queda mucho tiempo para escribir, pero hago el esfuerzo y algunas veces tecleo algunos párrafos. De hecho tengo lista una entrada desde el cuatro de mayo (con esta serán dos que tengo pendientes) pero no la he podido subir por falta de tiempo.

También es culpa de Blogger, la página que da cobijo a mis bitácoras electrónicas, porque en ocasiones dificulta el acomodo de los textos y las imágenes de tal forma que no quedan como yo quiero. Eso me molesta.  Sin embargo haré esfuerzos para mantener este espacio con información actualizada acerca de los vericuetos y giros extraños que da mi vida por estos lugares del Anáhuac.

Me preocupa sobre todo el Blog de los “Apuntes en fuga”  porque los artículos que lo alimentan están un poco más elaborados y requieren de una mayor inversión de tiempo, pero bueno, ya veremos cómo le hago.

Por otra parte, la extensión de los textos también ha aumentado, antes estas misceláneas entradas eran de una cuartilla de extensión, ahora se llevan dos o hasta un poco más; en tanto los Apuntes en fuga antes eran de 2 cuartillas de largo, el último que hice fue de cuatro. Eso ya me parece excesivo. Debo reconsiderar y ser más breve en lo que escribo. Esa puede ser una buena idea para resolver el problema del tiempo.

Dado lo anterior, debo terminar ya esta entrada para cumplir con mi propósito porque ya se va llenando la cuartilla, por tanto hasta aquí llegué. Saludos y suerte.

139. Caidas memorables


El sábado pasado resbalé y caí de nuevo, esta vez, por las escaleras del lugar al que llamo casa. Ni modos así pasa a veces, tropezamos, resbalamos y caemos. Afortunadamente fue una caída sin más consecuencias que unos simples raspones y algunas magulladuras a mi orgullo.  Salvo eso, todo está bien.
Supongo que me he caído muchas veces a lo largo de mi vida, la mayoría de ellas debió ocurrir en mis primeros años (cuando aprendía a caminar) otras durante el tiempo en que, como todo niño, andaba corriendo para todos lados. Sin embargo no recuerdo la mayoría de ellas, sólo algunas, las principales.

Una de las primeras visitas al suelo debió ocurrir en el poblado de Palizada, a decir verdad, no sé si es un recuerdo propio o solamente recuerdo los comentarios de los demás; con seguridad es lo segundo, porque yo debí tener entre 2 y 3 años y a esa edad es difícil recordar los sucesos ocurridos.
El caso es que íbamos como pasajeros de una bicicleta mi hermano Juan y yo, la conductora era Juana, la muchacha que nos cuidaba; al parecer llevaba al kínder a Juan y para que yo no me quedara solo me treparon también, pero en un momento de descuido algo pasó y los tres nos fuimos al suelo. No sé si me pasó algo, seguramente si, supongo que me puse a llorar, no lo sé.
Otra caída memorable fue cuando tenía 10 años, en mis tiempos de Boy Scout, fue un sábado por la mañana, estábamos en el Parque de las Banderas para una reunión que por alguna causa no se realizó, entonces quisimos entretenernos escalando una sección de las murallas de Campeche.
Llegué hasta la cima, alrededor de cinco metros de altura, justo en ese momento me resbalé y caí, la consecuencia fue un pie luxado y mi salida del grupo de scouts, más tres meses de andar con la pata enyesada. Pero entonces no lloré.
Otra caída esta no tan memorable como cómica fue cuando andaba alrededor de los 25 años. En esa ocasión mi amigo Román “El Negro” Segovia me estaba persiguiendo para pegarme (supongo que le hice alguna maldad). En un zigzagueo de la carrera mi pie derrapó en el pavimento de la calle, quedé completamente en el aire para luego caer como un saco de papas. Todavía puedo escuchar las risas de los que vieron mi caída y El Negro no pierde ocasión para recordárselo a todos y carcajearse de nuevo.
Un tropiezo más me ocurrió hace algunos años en la parada de camiones del hospital del IMSS en Campeche. Desde siempre la explanada del nosocomio ha tenido unas cadenas que establecen el límite entre éste y el paradero de camiones. Estas cadenas están a poca altura, basta levantar un poco el pié para cruzarlas.
Pero esa tarde yo llevaba prisa, no levanté el pié suficientemente y fui a dar con mis huesos casi a media calle (lo bueno que no pasaba ningún camión en ese momento). No escuché risas ni burlas ni nada, quizás porque me levanté rápidamente y fui de la escena a toda velocidad.
Ya que estaba a cierta distancia me detuve a realizar el recuento de los daños: golpe y raspones en rodillas y costillas y una mano muy lastimada. En busca de consuelo, cuidados y curaciones fui a casa de mis hijos; pudieron haberme dado lo que buscaba si hubieran dejado de reírse.
A partir de esa fecha he tenido especial cuidado al caminar y sobre todo al bajar escaleras, porque además voy entrando en una edad en las que ya no es cosa de levantarse reírse y ya. Todo iba bien hasta el sábado pasado.
Regresé del gimnasio muy motivado, me bañé, desayuné y me dispuse a llevar mi ropa a la lavandería para posteriormente trasladarme al Zócalo de la ciudad a comprar algunas cosas y a verificar otras. Yo vivo en un cuarto piso, para bajar uso una escalera sin pasamanos, la cual desciende alternando tramos cortos y largos con descansos  entre ellos.
En uno de los tramos cortos (cinco escalones) mi pie se deslizó, la ropa salió volando (la que llevaba a la lavandería) y caí de sentón sobre uno de los escalones. Me preocupó un dolor agudo que sentí en mi rodilla derecha (mi pierna se dobló de tal forma que casi estaba sentado sobre mi pié) la enderecé poco a poco, revisé el resto de mi esqueleto, me levanté, caminé y asunto arreglado.
El resultado fue solamente de algunos raspones en mi brazo, supongo que al intentar sujetarme de la pared, salvo eso y el susto, nada. Saldo blanco. Fui muy afortunado, pude haberme roto un hueso y estando solo en el Distrito Federal hubiese sido muy problemático para mí. Deberé extremar los cuidados, no quiero que me suceda nada malo. Finalmente, en esta ocasión no me reí, pero tampoco lloré.