martes, 13 de abril de 2010

93. Blog destartalado


En un momento determinado de la historia reciente (ayer para ser más exactos) me puse a observar detenidamente mi blog. Debo aclarar que tengo un especial cariño por este blog, sin embargo de pronto sentí que la presentación, la plantilla por decirlo en el argot bloguero, era demasiado aburrida.

Seguramente la recuerdan, era una plantilla llena de tonos grises y pálidos azules, a decir verdad, era un tanto fría y austera. Ciertamente no me interesa en lo más mínimo tener un blog lleno de tonalidades que recuerden la primavera y sus alegrías, ni uno que haga pensar que soy un rockero irremediable, un punk retro o un emo en decadencia. Pero creí que sería justo darle un poco de color.

Mi sobrina Mariita me recomendó una página donde podía elegir entre miles de plantillas para modernizar mi blog, se llama btemplates.com; la verdad es que hay una enorme gama con diseños elegantes, minimalistas, pasteles, decorativos, naturalistas, etc. Opté por uno de la sección premier. Apoyado en las instrucciones que ofrece la misma página me di a la tarea de bajar el diseño e inmediatamente subirlo al escritorio del blog y .... sorpresa!!!!.

Parecía que había entrado una cabra a una cristalería; todo era un auténtico desbarajuste, un desgarriate, un verdadero, genuino y legítimo desmadre (ups). La anarquía se había apoderado de mi añorado blog, las fotos regadas, las notas revueltas, los textos encimados, todo, todo, todo era un desorden.

En un principio no lo consideré mayor problema, echo reversa, deshago lo hecho y listo. Debo reconocer que el optimismo y la facilonería se apoderaron de mi ánimo. Fue entonces cuando la realidad me abofeteó con violencia y la vida se rió frente a mis narices.

Simplemente, no pude ingresar al escritorio del blog, el escritorio es la página desde la cual agregas nuevas entradas, haces modificaciones, cambias diseño y mueves todo lo que debas cambiar; lo que quiero decir es que si no puedes entrar al escritorio, no puedes hacer ninguna modificación al blog, nada, ninguna.

Cada que intentaba entrar, fuere por el camino que fuere, la computadora me arrojaba un triste mensaje que rezaba con lacónicas letras negras y en idioma inglés: La dirección URL es demasiado larga para ser procesada. Entonces si me entró miedo.

Rápidamente pedí ayuda a través de yahoo/respuestas y del servicio de ayuda de Google, hasta este momento sigo esperando respuestas. Puse un aviso es Facebook a ver si alguien se apiadaba de mí y me daban socorro oportuno.

Chapis sugirió que hiciera otro blog y volviera a subir todas las entradas una por una, no me pareció buena idea, sin embargo la consideré como la última posibilidad. Entonces pensé en Chuy.

Chuy es una extraña mezcla de capacidad tecnológica y arte en la computadora, lo mismo te compone un disco duro que hace una composición artística o un montaje en Photoshop y, en su portafolio, carga con cualquier cantidad de programa novedoso capaz de resolver cualquier problema ligado al mundo del internet.

Cerca de las once de la mañana me puse en contacto con él, le di la información técnica que necesitaba y se puso a andar la maquinaria. A las 4 de la tarde ya era posible ingresar a mi escritorio y el blog estaba listo, ordenado y pulcro.

Entonces pude respirar aliviado, la vida regresó a mi computadora, el hijo pródigo regreso y estaba listo para seguir recibiendo entradas y las visitas de las personas que me hacen el enorme favor de leerme.

Gracias Chuy, te debo una.

jueves, 8 de abril de 2010

92. Vacios

Otra vez me siento raro, esto está sucediendo cada vez con mayor frecuencia. Ya me estoy preocupando. No está bien que yo tenga estas sensaciones. No, de plano que no está bien.

El sentimiento que me asalta es una especie de incomodidad anímica, como un vacío interior; es como sentirse incompleto, sin un pedazo, con un espacio amplio de vida que no alcanza a llenarse con nada.

Es algo así como sentir que no estoy en donde debiera de estar; que no estoy haciendo las cosas que debería de estar haciendo y de no estar con la persona que debería de estar (aunque es conveniente aclarar que no estoy con ninguna persona).

Este sentimiento no es depresivo ni me conduce a ese estado. No es tristeza, ni angustia, ni ansiedad ni ninguna especie de emoción específica que pueda definirse con entera claridad.

Es algo así como un licuado de melancolías disueltas en vacios motivacionales que, finalmente, se convierten en un jugo algo amargo que me tomo en solitario y sin hielo. ¡Vaya que es raro sentirse así!

La única consecuencia de este extraño y muy poco nutritivo sentimiento, es un persistente insomnio y el estado de adormecimiento permanente que padezco al día siguiente. Salvo eso, todo está bien, o todo está mal, depende de cómo quiera verse.

A veces pienso que por mi edad y circunstancias no debería de sentirme así, pero algo me lleva a pensar que tengo derecho a sentirme de la forma que quiera sentirme, sin ningún tipo de limitante.

¿Cuál es el camino para arreglar esta situación? No sé. De acuerdo, si lo sé, pero no quiero escribirlo en este espacio ni en ningún otro espacio.

domingo, 4 de abril de 2010

91. La luna del lunes

¡Pronto, sal de tu silencio y mira la luna! Hazlo rápido te suplico, porque la noche pasa, porque el tiempo pasa, porque la vida pasa. Vamos, sal pronto de tus temores y mira la luna, Pero por favor, pon atención, haz un esfuerzo y detente a escuchar.

Es verdad, la luna no siempre habla, para colmo, algunas veces dice cosas que ni yo mismo entiendo. Y es que tiene un lenguaje muy extraño; le gusta darle muchas vueltas al asunto, a ratos dice cosas cuando en realidad quiere decir otras, en ocasiones quiere pasar por intelectual y usa palabras raras y, la mayoría de las veces, habla tan quedito que es difícil escucharla.

Algunas noches, la luna anda de graciosa, dice cosas que dan risa, inventa historias fantásticas y relata a todo volumen, sus más atrevidas y disparatadas anécdotas. También tiene su tiempo de melancolía, entonces es fácil escucharla narrar sus palideces, desventuras y desamores.

A veces se pone romántica y, arrogante, atrevida y desentonada, canta aquellas viejas canciones que reclaman amores y suplican romances. Yo la he escuchado varias veces, incluso una de esas noches me atreví a cantar con ella una canción de Roberto Carlos, terminamos abrazados y con las lágrimas al acecho.

La he visto caminar sola y en silencio, con la mirada perdida en las estrellas, sus pasos se arrastran apenas, como si le pesara ser luna, como si añorara otras lunas, otros soles y otros cielos. La he visto perseguir sueños, corretear ilusiones y alcanzar emociones fugases; la he visto en amores furtivos, la he visto inalcanzable y orgullosa, serena y clara.

Pero esta noche está distinta, de pronto se plantó en el aún claro firmamento, tenía algo que decir (podía adivinarlo por su expresión) reclamaba la atención de todos. Me detuve para mirarla, me reconoció y saludó a lo lejos y, cuando creí que hablaría fuerte, se limitó a murmurar y sonreír.

En ese instante, pensé en ti, tu recuerdo me distrajo y no pude oírla, por eso quiero que lo hagas tú. Sal por favor y mira la luna, pero pon atención y dime, cuéntame lo que dijo. Yo también quiero sonreír.

miércoles, 31 de marzo de 2010

90. Vagabundeos

Ya hace algunos días que despierto con la misma extraña sensación, es una inusual mezcla de sensaciones disímbolas, de emociones revueltas, de insatisfacciones y amarguras que se amalgaman, giran fuerte y desembocan en un enorme y solitario vacío.

Esas sensaciones nacen en el centro del pecho (o tal vez, en un alejado rincón de mis más descoloridos sueños) de ahí se proyectan, se meten en mi mente y me roban la calma; entonces todo mi cuerpo se aletarga, mis pensamientos divagan, no se encuentran, no armonizan; finalmente se escurren hacia el teclado sin lograr hilvanar un sólo párrafo.

Es como estar enfermo, pero no es un dolor del cuerpo, es algo más profundo, más íntimo y personal. Son situaciones que tornan débiles los impulsos del alma, que entristecen y languidecen los estímulos que te mantienen en sintonía con la vida.

Un café fuerte con canela no cura los pesares del espíritu, pero alivia y aclara el rumbo. A lo lejos puedo ver el horizonte y descubrir los senderos ya despejados de malezas, engaños y ruindades. Pero me sigue costando mucho trabajo caminar en ellos.

Entonces opto por pasar el día disimulando estar bien, en eso soy bastante bueno. Me disfrazo de desenfado, de placidez y serenidad. Detrás de todo eso estoy yo, pero nadie me ve, nadie me descubre. En realidad, eso no me importa, aunque a veces me duele.

Junto con la noche cae la soledad y también caen las máscaras y las simulaciones. Estoy yo en medio de la melancolía, atrapado en angustias que arrinconan y aíslan, en heridas que no terminan de sanar, encerrado en sentimientos huecos, en emociones vanas, en esperanzas inútiles.

Mi mente desconsolada escapa. Tal vez algún día pueda descansar.

domingo, 28 de marzo de 2010

89. Mi hábito por la lectura


Mientras leía una entrada en el blogs http://olivass.blogspot.com/ que escribe mi sobrina María José recordé, casi sin darme cuenta, la forma en que adquirí el hábito de la lectura, en realidad, creo que no es un hábito, tal vez es una simple afición, aunque, a decir verdad, no puedo distinguir con claridad la frontera entre ambas cosas, pero entiendo que si tuviera yo el hábito en este momento estaría leyendo algún libro y no lo estoy haciendo.

Yo aprendí a leer en una “escuelita pagada” (así se le llamaba a las casas a donde nos enviaban las abuelas para que aprendamos a leer y a hacer “cuentas” en lo que llegábamos a la edad de ir a la escuela de gobierno) ubicada a unas cuantas cuadras de mi casa, iba de mañana y de tarde. Aprendí con el viejo pero efectivo método de sílabas (p-a pa, p-a pa...papa) y apoyado en un libro llamado “Mis primeras letras”.

Por supuesto que no me gustaba ir a esa escuelita, pero reconozco que fue de mucha utilidad, ya que al ingresar a la primaria ya sabía leer con fluidez, sumar y restar, cosa que los demás niños aún no dominaban.

Una de las primeras cosas que recuerdo leía continuamente era el periódico (nunca faltaba en mi casa) no todo: los deportes, la cartelera del cine y alguna otra cosa que me llamara la atención. También era aficionado a los “cuentos” así le llamábamos mi hermano y yo a las revistas de historietas; los domingos después de misa era obligada la visita al estanquillo para comprar 3 cuentos, siempre eran 3, por alguna extraña razón no podía ser de otra manera, ni cuatro ni dos, siempre eran tres.

Para variar un poco, no siempre comprábamos los mismos, a veces eran del ratón Miguelito, Archi, La pequeña Lulú, Periquita, El pájaro loco (no me gustaban mucho). Con el paso de los años fuimos cambiando los títulos e hicieron su entrada triunfal las historias de Chanoc, la Familia Burrón y en ocasiones, hasta Hermelinda Linda llegaba a nuestras manos.

Casi en forma paralela y gracias a la colección de libros juveniles del tío Luis, disfruté de las aventuras de Julio Verne: La vuelta al mundo en 80 días, 20 mil leguas de viaje submarino y La isla misteriosa. También recuerdo con mucho agrado unas novelitas ilustradas que se llamaban algo así como los pequeños clásicos. Representaban un esfuerzo por poner al alcanza de las masas las novelas clásicas de la literatura de todos los tiempos, esas las devoraba (por cierto, no recuerdo quien las compraba y luego me las prestaba).

Un renglón aparte merecen Las mil y una noches, ese libro ilustró y decoró por completo mis noches de insomnio provocadas por el asma, de esa forma entraron a mi vida Aladino y la lámpara maravillosa, Alí Babá y sus cuarenta ladrones (y su clásico “ábrete sésamo) Simbad el marino, las historias de los 3 kalantores tuertos hijos del rey y muchas otras historias increíbles y fantásticas que Sherezada le narraba noche tras noches al sultán Shahriar y que llenaron mi cabeza de genios, espíritus, encantamientos y de toda la magia de los pueblos árabes.

Posteriormente, al entrar a la carrera de Comunicación, cambió mi preferencia hacia los escritores en idioma español (ellos manejan el idioma y la estructura del lenguaje escrito, además que de esa forma leemos al autor y no una traducción) el primero fue Juan Rulfo y su premiado libro de cuentos El llano en llamas (reconozco que nunca he terminado de leer Pedro Páramo) después fue Mario Benedetti, al que sigo particularmente en sus cuentos.

Cuando llegó a mis manos La crónica de una muerte anunciada entonces declaré que García Márquez era el favorito, también leí Cien años de Soledad, el Amor en los tiempos del cólera, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada y las Memorias de mis putas tristes. De García Márquez me gusta la forma en que maneja sus historias y sus miles de personajes, aunque reconozco que algunos de sus párrafos son demasiado extensos y que en ocasiones me atrevería a sugerirle algunas comas.

A instancias de María José conocí a la literatura de Ángeles Mastretta, de ella he leído dos libros de ella, Arráncame la vida y Mal de amores, ambos cuentos me parecieron muy sabrosos, muy ricos, llenos del sabor de un México que sobrevive en sus cocinas, en los portales de sus casas antiguas, el sus paisajes, sus costumbres y sus formas de expresarse. No sé, quizás hay un aire de la influencia de García Márquez.

En el periodismo de opinión, me atrapó la forma de escribir de Marco A. Almazán (fallecido hace como 30 años) y actualmente me gusta leer a Germán Dehesa, el estilo es similar, sin proponérselo, arrancan sonrisas y en ocasiones la risa franca y abierta, con lenguajes coloquiales, sin rebuscamientos ni caer en formas pesadas o pasadas de tiempo. Sin tantas vueltas y revueltas, encontrando una forma clara y fácil de decir las cosas.

Reconozco que me esfuerzo por que mis letras se parezcan a las de ellos, pero no puedo, me faltan muchos párrafos y muchas historias, muchas claridades y concreciones. Pero andamos los caminos, las veredas y los senderos que ellos alguna vez trazaron. Tal vez, algún día pueda verlos caminar a la distancia. Mientras tanto, sigo arrastrado la pluma, generando párrafos y aporreando con esmero las retorcidas teclas de mi vieja máquina de escribir. Quizás, uno de estos días, algo bueno salga de ellas.

lunes, 8 de marzo de 2010

88. Caminando sobre las brasas

Sigue sin aparecer mi constancia del curso “Caminando sobre las brasas”. No es que la necesite para realizar algún trámite o algo por el estilo. No, nada de eso. Simplemente recordé que tengo una constancia de ese curso, que no sé donde está y quiero encontrarla para tenerla junto a mis otras constancias. Es simplemente eso.

El curso “Caminando sobre las brasas” lo tomé hace como dos años, está basado en Programación Neurolingüística (ya saben, manejo de recuerdos, emociones y sensaciones y todas esas cosas que particularmente se me hacen muy interesantes) y cuya parte principal consiste precisamente en caminar descalzo sobre carbones encendidos. Yo si pude hacerlo, de hecho fui el primero del grupo que lo hizo.

Cuando me invitaron al curso y me dijeron de qué se trataba pensé que sería interesante acudir, tener la información del evento y presenciar la experiencia de ver personas caminando sobre brasas; pero por ningún motivo la realizaría, definitivamente no. Nada más que yo estuviera loco. Esto es, asistí al curso condicionado para no realizar el examen final.

Lo sorprendente de todo fue que en la medida que avanzaba el evento me iba llegando el deseo de hacer la prueba. Esto me hace pensar que el instructor era muy bueno, ya que destrabó una condicionante negativa de mi mente y lentamente la fue conduciendo hasta transformarla (y yo sin darme cuenta) de ahí las ganas de caminar sobre las brasas que sentía a medio curso.

El proceso para realizar la prueba pasa por hacer ejercicios como bailar y marchar descalzos para que los pies vayan acostumbrándose a pisar directamente el suelo. Al mismo tiempo van ejercicios mentales de programación en los cuales se manejan frases como “Si puedo, es fácil y lo voy a hacer”, así como terapias motivacionales donde todo el grupo se anima y apoya con gritos como “Tú lo vas a lograr, si tú puedes yo también puedo, lo vamos a lograr. Yo si puedo y tu también”.

Todo esto acompañado de palmadas, abrazos, saludos y festejos anticipados; se arma una auténtica fiesta para celebrar lo que aún no hemos hecho pero que hemos visualizado como una conquista lograda. Esto es parte de la programación neurolingüística: visualizarte exitoso, triunfador y, con palabras y frases motivacionales, convencer a tu cerebro de que podemos lograrlo.

El objetivo del ejercicio se centra en la manera en que se enfrentan los miedos, de vencer el temor natural a sentir dolor, de sobreponerte a tus defensas naturales y convencerte de que, si eres capaz de caminar sobre brasas, eres capaz de lograr todo lo que te propongas. El sendero es cualquier cosa: un trauma añejo, una ruptura que superar, un complejo, una desilusión, cualquier cosa que llevas sobre tus espaldas y necesitas deshacerte de ella.

El camino de las brasas no es auténticamente una senda de fuego (tampoco se trata de hacerla a los faquires) ciertamente si hay carbones encendidos, aunque no muchos. Se preparó de la siguiente manera: sobre la tierra mojada se colocaron hojas de plátano húmedas y sobre éstas los carbones encendidos, rojos y humeantes.

Cuando llegó el momento de realizar el ejercicio, lo único que deseaba era hacerlo, mis ánimos estaban muy arriba, me sentía capaz, fuerte; mis pensamientos me impulsaban, fijé la mirada en un punto determinado y caminé, rápida pero firmemente.

No sentí dolor, ni quemaduras, no quedaron huellas en mis pies. Lo único que sentí fue una gran emoción y una euforia que me hizo gritar de gusto a la vez que liberaba la tensión de todo el día. Fue una experiencia intensa, gratísima.

Creo que volvería a realizar la prueba si se me presentara la oportunidad, mientras eso pasa, seguiré buscando mi constancia. Por otra parte, creo que ha esta entrada le voy a dar una vuelta y la transformaré en un artículo para el periódico. Sí, eso voy a hacer.

sábado, 6 de marzo de 2010

87. El valle de los objetos perdidos

Ya busqué por todos lados y no encuentro mi constancia del curso “Caminando sobre las brasas”, eso me molesta y me preocupa mucho.

Recuerdo que estaba en una carpeta negra, ahí estuvo por mucho tiempo. Mi idea original era tenerla ahí hasta que pudiera guardarla en la carpeta azul donde están las constancias que nunca se me pierden. Pero por alguna causa fui posponiendo el traslado de este documento y finalmente desapareció. Ya no está en mis carpetas negras.

¿Dónde podrá estar esa constancia? Recuerdo que cuando era niño existía una historieta con un personaje que se llamaba Mary Juana; ella y su amigo (un ratón que no recuerdo cómo se llamaba) siempre que extraviaban algo acudían a buscarlo al “Valle de los objetos perdidos”.

Supuestamente, este valle es el sitio al que van a parar todos los objetos que extraviamos. Es por tanto un lugar lleno de cosas interesantes: nuestros calcetines favoritos, aquella pluma azul que tanto nos gustaba, el llavero que nos trajeron de Estados Unidos, la tarjetita que tenía escrita esa frase linda, nuestras últimas canicas, el disco de Montaner, las cartitas perfumadas, las fotos de la secundaria y en general todas aquellas cosas que un día desaparecieron y nunca volvimos a saber donde quedaron.

No recuerdo exactamente como le hacía Mary Juana para transportarse hasta ese valle, lo que sí recuerdo es que era un campo muy amplio que en lugar de árboles tenía zapatos, tazas, relojes de cuerda, juguetes y otras cosas. Tampoco recuerdo cómo es que todo llegaba hasta ese sitio ni cómo le hacía para rescatar los objetos de ahí.

Se me ocurre pensar que existe toda una población de duendecillos que viven bajo las camas y en el fondo de los cajones desordenados. Ellos se llevan los objetos hasta el Valle y allí los conservan hasta que ya no los necesitan; entonces los devuelven, pero no los ponen en el lugar de donde lo tomaron (eso ya lo olvidaron) sino que los dejan por cualquier lado. Por eso a veces, cuando los encontramos decimos: “¿Y esto cómo llegó hasta acá?”.

En ocasiones la devolución es instantánea, solo se los llevan por unos minutos. A veces se los llevan por años y, lamentablemente, hay objetos muy valiosos para nosotros que ellos nunca nos devuelven, son las cosas que extraviamos y jamás volvemos a ver. Aquellos objetos que atesoran tantos recuerdos, que están llenos de tantas sensaciones y que guardamos por años y un buen día, simplemente desaparecen para siempre.

Es importante señalar que en este valle solamente hay objetos perdidos; no hay recuerdos olvidados, alegrías pasadas, promesas sin cumplir, ilusiones marchitas, besos robados, suspiros al atardecer, intuiciones románticas, caricias escondidas ni nada de esas sensaciones y emociones. No, no hay nada de eso, solamente hay objetos perdidos.

El caso es que aún a mis años, siempre que algo se me pierde, invariablemente pienso en el “Valle de los objetos perdidos” y me entran el deseo enorme de poder acudir hasta ese lugar, donde seguramente hay una enorme cantidad de cosas mías que me gustaría recuperar. Quién sabe, tal vez algún día pueda ir. Ya les contaré.