domingo, 28 de marzo de 2010

89. Mi hábito por la lectura


Mientras leía una entrada en el blogs http://olivass.blogspot.com/ que escribe mi sobrina María José recordé, casi sin darme cuenta, la forma en que adquirí el hábito de la lectura, en realidad, creo que no es un hábito, tal vez es una simple afición, aunque, a decir verdad, no puedo distinguir con claridad la frontera entre ambas cosas, pero entiendo que si tuviera yo el hábito en este momento estaría leyendo algún libro y no lo estoy haciendo.

Yo aprendí a leer en una “escuelita pagada” (así se le llamaba a las casas a donde nos enviaban las abuelas para que aprendamos a leer y a hacer “cuentas” en lo que llegábamos a la edad de ir a la escuela de gobierno) ubicada a unas cuantas cuadras de mi casa, iba de mañana y de tarde. Aprendí con el viejo pero efectivo método de sílabas (p-a pa, p-a pa...papa) y apoyado en un libro llamado “Mis primeras letras”.

Por supuesto que no me gustaba ir a esa escuelita, pero reconozco que fue de mucha utilidad, ya que al ingresar a la primaria ya sabía leer con fluidez, sumar y restar, cosa que los demás niños aún no dominaban.

Una de las primeras cosas que recuerdo leía continuamente era el periódico (nunca faltaba en mi casa) no todo: los deportes, la cartelera del cine y alguna otra cosa que me llamara la atención. También era aficionado a los “cuentos” así le llamábamos mi hermano y yo a las revistas de historietas; los domingos después de misa era obligada la visita al estanquillo para comprar 3 cuentos, siempre eran 3, por alguna extraña razón no podía ser de otra manera, ni cuatro ni dos, siempre eran tres.

Para variar un poco, no siempre comprábamos los mismos, a veces eran del ratón Miguelito, Archi, La pequeña Lulú, Periquita, El pájaro loco (no me gustaban mucho). Con el paso de los años fuimos cambiando los títulos e hicieron su entrada triunfal las historias de Chanoc, la Familia Burrón y en ocasiones, hasta Hermelinda Linda llegaba a nuestras manos.

Casi en forma paralela y gracias a la colección de libros juveniles del tío Luis, disfruté de las aventuras de Julio Verne: La vuelta al mundo en 80 días, 20 mil leguas de viaje submarino y La isla misteriosa. También recuerdo con mucho agrado unas novelitas ilustradas que se llamaban algo así como los pequeños clásicos. Representaban un esfuerzo por poner al alcanza de las masas las novelas clásicas de la literatura de todos los tiempos, esas las devoraba (por cierto, no recuerdo quien las compraba y luego me las prestaba).

Un renglón aparte merecen Las mil y una noches, ese libro ilustró y decoró por completo mis noches de insomnio provocadas por el asma, de esa forma entraron a mi vida Aladino y la lámpara maravillosa, Alí Babá y sus cuarenta ladrones (y su clásico “ábrete sésamo) Simbad el marino, las historias de los 3 kalantores tuertos hijos del rey y muchas otras historias increíbles y fantásticas que Sherezada le narraba noche tras noches al sultán Shahriar y que llenaron mi cabeza de genios, espíritus, encantamientos y de toda la magia de los pueblos árabes.

Posteriormente, al entrar a la carrera de Comunicación, cambió mi preferencia hacia los escritores en idioma español (ellos manejan el idioma y la estructura del lenguaje escrito, además que de esa forma leemos al autor y no una traducción) el primero fue Juan Rulfo y su premiado libro de cuentos El llano en llamas (reconozco que nunca he terminado de leer Pedro Páramo) después fue Mario Benedetti, al que sigo particularmente en sus cuentos.

Cuando llegó a mis manos La crónica de una muerte anunciada entonces declaré que García Márquez era el favorito, también leí Cien años de Soledad, el Amor en los tiempos del cólera, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada y las Memorias de mis putas tristes. De García Márquez me gusta la forma en que maneja sus historias y sus miles de personajes, aunque reconozco que algunos de sus párrafos son demasiado extensos y que en ocasiones me atrevería a sugerirle algunas comas.

A instancias de María José conocí a la literatura de Ángeles Mastretta, de ella he leído dos libros de ella, Arráncame la vida y Mal de amores, ambos cuentos me parecieron muy sabrosos, muy ricos, llenos del sabor de un México que sobrevive en sus cocinas, en los portales de sus casas antiguas, el sus paisajes, sus costumbres y sus formas de expresarse. No sé, quizás hay un aire de la influencia de García Márquez.

En el periodismo de opinión, me atrapó la forma de escribir de Marco A. Almazán (fallecido hace como 30 años) y actualmente me gusta leer a Germán Dehesa, el estilo es similar, sin proponérselo, arrancan sonrisas y en ocasiones la risa franca y abierta, con lenguajes coloquiales, sin rebuscamientos ni caer en formas pesadas o pasadas de tiempo. Sin tantas vueltas y revueltas, encontrando una forma clara y fácil de decir las cosas.

Reconozco que me esfuerzo por que mis letras se parezcan a las de ellos, pero no puedo, me faltan muchos párrafos y muchas historias, muchas claridades y concreciones. Pero andamos los caminos, las veredas y los senderos que ellos alguna vez trazaron. Tal vez, algún día pueda verlos caminar a la distancia. Mientras tanto, sigo arrastrado la pluma, generando párrafos y aporreando con esmero las retorcidas teclas de mi vieja máquina de escribir. Quizás, uno de estos días, algo bueno salga de ellas.

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