jueves, 21 de mayo de 2009

14. Ojos de miel

La conocí cuando ambos éramos muy jóvenes. Íbamos a la preparatoria, ella un año antes que yo. En ese tiempo ella no se fijaba mucho en mí ni en ninguno de mis amigos, era una chica muy popular y muy linda, nosotros éramos de esos chavos que se pueden ocultar en la multitud y pasar desapercibidos por el resto de los mortales. Eso no importaba mucho en aquellos años, al menos no para mí.

No era muy alta ni muy bajita, digamos que estaba bien para el que era yo en esa época. Tenía un cuerpo muy bien construido, aunque se podía adivinar que cuando abandonara el ejercicio intenso que practicaba podría ganar varios kilitos. Era morena clara, aunque mantenía un bronceado casi permanentemente debido a que los entrenamientos de atletismo eran al aire libre y en horas en el que el sol caía a plomo.

Muchas veces intenté dibujar la forma que tenía el mechón rizado de pelo que caía sobre su frente (me divertía ver el continuo ademán que hacía con la mano para retirarlo). En numerosas ocasiones acaricié con la mirada ese cabello que ocultaba sus hombros y llegaba a media espalda, desde ahí me precipitaba hacia otros paisajes poblados de valles y colinas.

Podía pasarme muchas horas contemplando a lo lejos la expresión de niña que llevaba grabada en el rostro más hermoso que hasta entonces había conocido. Sí, es verdad, sus ojos eran de miel. Y su boca, nunca supe de que estaba hecha su boca, aunque siempre esperé saberlo.

En esos días yo era mucho más tímido que ahora, es por ello que nunca me atreví a hablarle y me contenté con admirarla en la distancia. Una tarde de domingo la inspiración me visitó y le hice una hermosa carta en la cual le confesaba el cúmulo de sentimientos que abrigaba mi corazón joven. Nunca se la entregué. Esa carta la guardé durante años en el cajón de mis recuerdos junto con una foto de ella que recorté del periódico.

Cuando terminó la preparatoria le perdí la pista, algunos amigos me dijeron que estaba estudiando medicina, después supe que abandonó la escuela. Por mi parte, me entregué a otros afanes y a otros sentimientos y su recuerdo se fue desvaneciendo muy suavemente.

Hace unos días la vi de nuevo. Dude un poco pero finalmente me acerqué a saludarla (nunca me imaginé que supiera mi nombre) platicamos como dos viejos amigos, nos reímos juntos, habló de lo que había sido su vida, de sus proyectos fallidos, de sus años perdidos, de un presente difícil. Finalmente se despidió, la miré alejarse y reintegrarse a su historia.

Ese reencuentro y esa plática me proyectaron directamente hacia el pasado, parecía que la veía corriendo en la pista de atletismo de la universidad o caminando por los pasillos de la preparatoria ocupada en alejar de su cara ese terco mechón de pelo. Sonreí en silencio y de nuevo acaricié su cabello con la mirada.

Es cierto, ya no era la misma de aquellos años, su cuerpo había cambiado, su expresión era un tanto distinta, pero seguía siendo la chica más linda del colegio, a pesar de los años, a pesar de la vida. ¿Y sus ojos? sus ojos seguían siendo de miel.

1 comentario:

  1. mi vidoooooooooo!!!!! ke romantico...
    si eso es tener un amor platónico.

    me hiciste recordar un día cuando mi amado vecino de la calle victoria que vivía a 2 casas de la mía, me saludó y yo me quedé atónita y con cara de shock, tanto, k el se rió ¬¬ jajaja ke oso!... en fin asi de cruel es el amor imposible jejeje....

    besos papi.... mily

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