viernes, 13 de julio de 2012

152. El Gran Premio

Yo nunca he entrado a la cafetería “El Gran Premio” y tal vez nunca la visitaré, sin embargo todos los días, invariablemente, camino o corro afanosamente hacia ella, aunque sé que nunca la podré alcanzar.

La cafetería “El Gran Premio” está ubicada en el cruce de las calles Sady Carnot y Alfonso Caso, en la colonia San Rafael de la Ciudad de México, ocupa la planta baja de un edificio de cuatro niveles que debe rondar los 60 años, más o menos, y que vio pasar sus mejores días hace mucho tiempo.

Sin embargo la cafetería, lo que alcanzo a ver de ella a través de sus ventanales, es de esos lugares que huelen a tradición y a ayeres, a buena plática con los amigos, a charlas furtivas con amores imposibles y, por supuesto, al aroma inconfundible de un buen café.

No piensen que es un lugar de mucha alcurnia al que acostumbran a asistir ejecutivos y damas de sociedad, tampoco es de esos establecimientos de poca valía al que acuden los que solo traen en la bolsa los 20 pesos del café americano. Tampoco es de aquellos cafés llenos de intelectuales que discuten sobre filosofía, política y orden social.

Me parece que es un sitio al que se acude después de la jornada laboral con los compañeros del trabajo, se pide un café, se discute un poco acerca de los tópicos del día, se arregla el mundo y después de un apretón de manos se sumergen en las calles de la ciudad para volver a casa.

Tal vez algunas parejas se citan en ese lugar, se toman un capuchino, se comen un bocadillo, se vuelven a jurar amor eterno y después de un beso se despiden y se pierden en el mar de calles con la esperanza de volverse a ver, la tarde siguiente en el mismo lugar y a la misma hora.

Esa idea me da el café “El Gran Premio” tal vez por su iluminación ámbar o por sus pisos de ladrillos rojos y blancos, quizá por su mobiliario sesentero o solamente porque me gusta creer que es así.
De hecho he pensado que me gustaría pasarme una tarde sentado frente a una de sus mesas degustando un rico y aromático café y perdiéndome entre tantos pensamientos peregrinos y discordantes que muy frecuentemente asaltan mi cabeza.

Por eso todas las tardes camino (y a ratos corro) hacia el café “El Gran Premio” pero nunca he de llegar a él porque camino sobre una caminadora eléctrica.

Lo que sucede es que el mencionado establecimiento queda exactamente en frente del gimnasio al cual acostumbro a ir y en la planta alta, dedicada a los ejercicios cardiovasculares, las caminadoras están dirigidas hacia una ventana que da justo a las ventanas de la cafetería en cuestión.

Por lo que el panorama que tengo durante los 45 minutos que dura mi sesión de cardio es la clientela del café, las mesas del café, los pisos del café y la iluminación del café.

Por otra parte, recordemos que el establecimiento se llama “El Gran Premio”, yo camino hacia el gran premio, el cual seguramente será más que un café, me gusta pensar que es la salud, que es la garantía de una vida libre de dolencias y de enfermedades crónico degenerativas que me asustan tanto.

La salud y el bienestar es mi gran premio, eso le da sentido a los esfuerzos diarios en el gimnasio, al cansancio y a los dolorcillos musculares que asaltan mi pecho, espalda, brazos y piernas y que son propios del esfuerzo físico.

Para cuando salgo del gimnasio, pasadas las 9:30 de la noche, el café “El Gran Premio” ya ha bajado sus cortinas y ha apagado sus candilejas, pero eso no importa, porque ya cumplió su objetivo principal, mantenerme motivado en el ejercicio y alimentar de historias vanas mis pensamientos y mis páginas.

Seguramente me verán mañana corriendo nuevamente hacia “El Gran Premio”, aunque nunca lo pueda alcanzar.

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