lunes, 25 de junio de 2012

151. Una historia triste

Así, sin darme cuenta, de nuevo caminé la inusitada tranquilidad de tu calle; no fue la soledad ni la melancolía, fue el azar lo que guió mis pasos y fue el destino el que me hizo volver a mirarte a través de los fríos ventanales que te protegen de la ciudad.

Tú no lo sabes, pero es la segunda ocasión en que la vida me lleva hasta ti, sin embargo, ahora todo se es tan desigual, tan opaco, tan falto de ese impulso que atrapó mi mirada y ligó mi pensamiento aquella primera vez en que te vi.
Fue en una noche demasiado húmeda para ser verano, pero no importaba mucho la temperatura, en esos días bastaba aproximarse un poco más a aquella dulzura que me abrazaba para poder disipar los fríos.
Y entre caricias y murmullos, por en medio de los claroscuros de la luna que se destila por entre las ramas de los abetos, nuestras miradas se encontraron contigo. No te percataste, pero pudimos atestiguar una apacible escena de tu vida familiar que nos mantuvo cautivos algunos momentos.
Ahí estabas tú, bañada por la luz ámbar de la cocina, con tu atuendo de exitosa y joven ejecutiva transformada en mamá; afanosa y atenta, ofrecías la cena a tu niño a la vez que le prodigabas caricias y palabras seguramente dulces.
En un instante, tu mirada se dirigió al reloj, probablemente esperabas la llegada de aquel con el que compartías tus emociones. No quisimos mirar más, no quisimos robar ni un instante más a aquella placidez que se traslucía por el cristal de tu ventana, que era a la vez, el reflejo de tu vida feliz.

Pero debes saber que ese atisbo fortuito y casual a tu intimidad familiar, fue suficiente para que ella y yo construyéramos un sueño e hiláramos la fantasía y la promesa de una vida en común, de sentimientos y sensaciones inagotables.

Esos pensamientos acompañaron nuestro andar y nos trasportaron a un futuro sereno de felicidad alcanzada, de expectativas amorosas cubiertas y de cálidas ilusiones que presurosas anidaron en las ramas más altas de aquellos árboles.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces, tal vez fue hace unos días o quizá algunos años; pero esta lluviosa noche, de nuevo caminé la soledad de tu calle, y también sin querer mi mirada y mi recuerdo te encontraron.

Pero en esta noche húmeda y fría, lo que pude presenciar fue una nota discordante en el concierto de la memoria; ahí estás tú de nuevo, es el mismo decorado y la misma ambarina luz de la cocina la que te ilumina. Sin embargo, todo es distinto.

Sentada, cabizbaja, tu cabello cae a plomo y sin gracia sobre tus hombros, tu mano izquierda apoya tu mentón y la derecha hace girar incansablemente una cucharilla dentro de una taza humeante. Entonces puedo adivinarlo, el reloj ya no importa, ya nadie vendrá.

Ya no quise ver más, la lluvia arreció y la noche se fue cerrando en torno mío, de prisa caminé la misma senda de otros días, y la misma soledad que hoy te abruma, es la que ahora acompaña mis pasos.
En los árboles ahora anidan desconsuelos, florecen ayeres, reverdecen nostalgias. Es tu tristeza y es la mía, son las historias que convergen, son los supuestos que imagino, es la vida que incansable nos roba suspiros y desvanece los entrañables juramentos.

Ya no quise pensar más, caminé a prisa bajo la lluvia insistente, sin embargo, el velo de la soledad y el silencio me alcanzó y cariñoso me cubrió.

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