“Pórtate bien, que nada te cuesta” reza el dicho surgido de la sabiduría popular, estoy seguro de que la mayoría de las personas tratamos de seguir esa manda, sin embargo existen momentos en que resulta muy complicado y difícil acatar el consejo y terminamos sucumbiendo en las tentaciones que la vida ofrece. Eso me parece mal.
La principal preocupación de cualquier padre de cualquier generación, consiste en lograr que sus hijos se porten bien, insistimos mucho en eso, lo mismo si los hijos van a la escuela, al cine, de paseo, a la casa de los abuelos o a la discoteca. Un hijo que se porta bien y se conduce de manera educada y obediente es bienvenido en cualquier parte y sus padres son motivo de elogios por ser tan eficaces educadores y formadores de ciudadanos.
En atención a las enseñanzas y preocupaciones de paternales, muchos hemos crecido y vivido con la consigna de portarnos bien siempre, incluso nos esforzamos auténtica y conscientemente por lograrlo, estamos atentos a las viables tentaciones e intentamos alejamos de las provocaciones y de los sucesos cotidianos que podrían hacernos sucumbir.
El problema es que no todos tratan de portarse bien, existen (y conviven entre nosotros) muchas personas cuyo principal objetivo y meta fundamental en su vida es hacer que otras personas se porten mal, a veces muy mal, requetemal diría yo. Lo peor es que ellos logran sus fines en la mayoría de los casos.
¿Cómo es que consiguen sus perversos propósitos? No me quedan claros sus procedimientos. Entiendo que se valen de nuestras flacas voluntades, se apoyan en el raquitismo de las intenciones y en la debilidad corporal. Entonces nos acechan, examinan, analizan, realizan sus aciagos cálculos, extienden sus cautivantes redes y cuando menos lo esperamos: ¡Zaz, nos atrapan! ¡Qué mala pata! Ni modos.
¿Por qué son así? ¿No se dan cuenta de que todo lo complican? Uno va por la vida caminando tranquilamente, pensando en cosas fundamentales para la existencia y para la humanidad, buscando soluciones para los problemas que han atormentado a los hombres desde el principio de los tiempos; de pronto … de alguna parte insospechada … de alguna región obscura y tenebrosa del planeta … aparece alguien, pasa algo, surgen circunstancias y situaciones, el entendimiento se nubla y todo se va a pique. ¡Qué mala onda! Otra vez ni modos.
¿Qué podemos hacer? Yo creo que deberíamos fortalecer nuestra voluntad (repetir mil veces en nuestra mente “no voy a caer, no voy a caer, no voy a caer”) alejarnos de las tentaciones, reconocer que el diablo nunca descansa y está presto a meter su cola en nuestras vidas. Identificar los motivos que existen para mal portarnos, estar atentos a las persuasiones e incitaciones y escapar gallarda y elegantemente de ellas.
Creo que eso es lo mejor, si siempre conseguimos portarnos bien tendremos una vida más serena y relajada, sin complicaciones ni sobresaltos, sin remordimientos ni cargos de conciencia, sin regaños ni broncas. Portarse bien es vivir bien, con tranquilidad y placidez, vivir así es lo mejor que nos puede pasar, se los aseguro.
La principal preocupación de cualquier padre de cualquier generación, consiste en lograr que sus hijos se porten bien, insistimos mucho en eso, lo mismo si los hijos van a la escuela, al cine, de paseo, a la casa de los abuelos o a la discoteca. Un hijo que se porta bien y se conduce de manera educada y obediente es bienvenido en cualquier parte y sus padres son motivo de elogios por ser tan eficaces educadores y formadores de ciudadanos.
En atención a las enseñanzas y preocupaciones de paternales, muchos hemos crecido y vivido con la consigna de portarnos bien siempre, incluso nos esforzamos auténtica y conscientemente por lograrlo, estamos atentos a las viables tentaciones e intentamos alejamos de las provocaciones y de los sucesos cotidianos que podrían hacernos sucumbir.
El problema es que no todos tratan de portarse bien, existen (y conviven entre nosotros) muchas personas cuyo principal objetivo y meta fundamental en su vida es hacer que otras personas se porten mal, a veces muy mal, requetemal diría yo. Lo peor es que ellos logran sus fines en la mayoría de los casos.
¿Cómo es que consiguen sus perversos propósitos? No me quedan claros sus procedimientos. Entiendo que se valen de nuestras flacas voluntades, se apoyan en el raquitismo de las intenciones y en la debilidad corporal. Entonces nos acechan, examinan, analizan, realizan sus aciagos cálculos, extienden sus cautivantes redes y cuando menos lo esperamos: ¡Zaz, nos atrapan! ¡Qué mala pata! Ni modos.
¿Por qué son así? ¿No se dan cuenta de que todo lo complican? Uno va por la vida caminando tranquilamente, pensando en cosas fundamentales para la existencia y para la humanidad, buscando soluciones para los problemas que han atormentado a los hombres desde el principio de los tiempos; de pronto … de alguna parte insospechada … de alguna región obscura y tenebrosa del planeta … aparece alguien, pasa algo, surgen circunstancias y situaciones, el entendimiento se nubla y todo se va a pique. ¡Qué mala onda! Otra vez ni modos.
¿Qué podemos hacer? Yo creo que deberíamos fortalecer nuestra voluntad (repetir mil veces en nuestra mente “no voy a caer, no voy a caer, no voy a caer”) alejarnos de las tentaciones, reconocer que el diablo nunca descansa y está presto a meter su cola en nuestras vidas. Identificar los motivos que existen para mal portarnos, estar atentos a las persuasiones e incitaciones y escapar gallarda y elegantemente de ellas.
Creo que eso es lo mejor, si siempre conseguimos portarnos bien tendremos una vida más serena y relajada, sin complicaciones ni sobresaltos, sin remordimientos ni cargos de conciencia, sin regaños ni broncas. Portarse bien es vivir bien, con tranquilidad y placidez, vivir así es lo mejor que nos puede pasar, se los aseguro.
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