viernes, 7 de enero de 2011

123. Honradez a la campechana

Este es un tema que le debía a dos personas desde hace mucho tiempo, de hecho, como estoy seguro de que no leerán esta miscelánea, entonces lo modificaré (en otra ocasión) para poder publicarlo en los Apuntes en Fuga y de esa forma, tener la esperanza de que puedan leerlo y por tanto puedan enterarse que para mí son un gran ejemplo del ejercicio de los valores superiores del ser humano.

Antes de abordar el tema (y el correspondiente homenaje a estos dos anónimos personajes de la vida campechana) debo aclarar que si existiera un premio a la persona más distraída y olvidadiza con su teléfono celular yo lo ganaría sin mucho esfuerzo. Sin embargo debo aclarar que no lo pierdo definitivamente, a veces solo lo extravío; frecuentemente lo he dejado olvidado en el auto, en la oficina, en mi casa o en la casa de mis hijos, la de mi mamá o en algún otro lugar de fácil recuperación.

En una ocasión estuve a punto de reportarlo como perdido cuando lo encontré debajo del asiento del coche; un día movilicé a mis hijos, padres y hermanos para que busquen mi celular en sus respectivas casas y autos, finalmente apareció en el baño de mi domicilio. No es raro que mis compañeros de trabajo me llamen por teléfono solo para comprobar que lo he dejado olvidado sobre mi escritorio.

Estos hechos confirman dos posibles hipótesis: o soy muy distraído en todo lo que se refiere al celular o realmente existe El Valle de los Objetos Perdidos (los duendecillos que lo habitan deben ser fanáticos a mi teléfono). Yo considero, sin temor a dudas, que esta segunda posibilidad es la más acertada.

Obviamente, no es necesario mencionar que no soy del tipo de personas que viven obsesionadas o esclavizadas al teléfono móvil; soy un tanto despegado de él, aún y cuando mi teléfono actual tiene características que podrían ser deseables para algunas personas, además de otras particularidades que, o no uso o no entiendo para qué podrían servirme.

En fin, creo que nada de lo anterior se relaciona con el tema central de esta entrada, sin embargo quise escribirlo para tener un marco de referencia al hecho principal que a continuación relataré y que ilustra de manera clara e impactante, el nivel de honradez que aún sobrevive en muchas personas en general y en los campechanos en particular:

Una tarde de verano, una vez cumplidos de manera religiosa mis afanes labores, puse atención a mis necesidades alimenticias, por lo que asistí a un pequeño restaurante ubicado en el interior de un supermercado. Después de comer y con toda la tarde por delante, sin nada más que hacer y antes de que me atrape el correspondiente desánimo que prevalecía en mi vida por esos días, decidí trasladarme a unos cines que se encuentran a unas cuantas cuadras del mencionado restaurant.

Escogí la película de mi preferencia (no recuerdo cual) entré al cine, me acomodé en mi butaca y como aún era temprano me puse a observar a los demás asistentes, algunos de ellos jugaban con sus celulares, me llamó mucho la atención que uno de esos teléfonos era muy pequeño y contaba con pantalla a colores.

Pensé que sería muy conveniente tener uno así; el que yo tenía era de aquellos muy grandes que se portaban en la cintura, con pantalla gris y letras negras, con grandes antenas que se te enterraban en las costillas cada vez que te sentabas. En ese momento, dado que estaba sentado y no sentía dolor alguno en las costillas, me di cuenta que no tenía mi celular conmigo, pensé que lo habría dejado olvidado en el coche como siempre y como aún no iniciaba la película decidí salir a buscarlo.

Ya con las autorizaciones correspondientes para salir del cine y volver a entrar, me trasladé al estacionamiento, estando a unos metros de mi auto me cruce con una pareja de jóvenes, los cuales al verme dijeron unas palabras que me parecieron mágicas.

“Mira, es el señor del celular, aquí lo tenemos lo dejó olvidado en el restaurant” uniendo las palabras a la acción extrajeron mi teléfono de un bolso y me entregaron sin más ni más. Con la misma procedieron su camino dejándome completamente abrumado y sin siquiera una palabra para agradecer ese gesto inolvidable de honestidad y generosidad ejemplar.

Y cuando me digo me quedé sin palabras para agradecer, no lo estoy diciendo en sentido figurado, es completamente real, no pude hablar de la impresión ni siquiera para decir gracias, mucho menos para preguntarles sus nombres y saber si necesitaban algo de mí. Nada, no dije nada.

Por eso siempre que hablo de la práctica de los valores, del ejercicio de normas no escritas de urbanidad y civilidad, los pongo a ellos de ejemplo. Nadie les iba a reclamar el no devolver el teléfono (yo ni siquiera sabía que lo había dejado en el restaurante) más que su conciencia. Ellos actuaron en apego a los principios y valores que les inculcaron y que practicaron de manera soberbia ese día.

Desde este humilde blog, les doy las gracias, no por devolver el teléfono (eso fue lo de menos) sino por darme el brillante ejemplo de cómo ser congruente con los valores adquiridos, con la conciencia y con la educación, con el respeto a las propiedades ajenas y con la responsabilidad que tenemos como seres humanos de ser solidarios con nuestros conciudadanos.

Muchas gracias jóvenes. La vida les dará un justo reconocimiento, estoy seguro.

2 comentarios:

  1. jeje ai papiringow, bien dicen ke tienen suerte los ke no se bañan jajaja ntc... solo espero ke ahora ke estés en el df tengas muuuuucho cuidado con tu bb porke aí dudo mucho ke tengan la misma honradez ke aki :/ no lo vayas a perder :( sino luego como nos comunicamos??? U.u

    te kiero mucho, besos.. mily

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  2. Definitivamente Dios esta contigo en todos los aspectos. un beso cuidese mucho. Excelente lo que has escrito. tqm chapis

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