jueves, 12 de agosto de 2010

117. Soy un gordito

No he sido tratado como un gordito, ni en la oficina ni en el gimnasio ni por amigos o familiares, sin embargo yo me estoy percibiendo como un gordito pachoncito y como no me gusta sentirme de esa forma, he decido retomar mi rutina de ejercicios antes de que sea demasiado tarde.

Es importante recordar que nunca he sido un atleta, ni siquiera me acerco a la categoría de deportista cotidiano, de esos que vemos a diario corriendo en el malecón o que han hecho del gimnasio parte de su plan de vida, tal vez por eso es que nunca he sido flaco (o tal vez porque mis genes por su propia estructura y naturaleza, son suavecitos y abrazables).

Sin embargo de niño siempre jugué fútbol, hasta que me di cuenta que no daba para más y le hice un favor a mi equipo al colgar los tacos a la tierna edad de 16 años; durante algún tiempo lo intenté en el basquetbol pero tampoco fui exitoso. Paren de contar, el resto de mi vida, hasta que rebasé los cuarenta, permanecí viviendo mi vida en pleno y total sedentarismo, alejado del sudor y los jadeos deportivos.

Por obra y gracia de Dios nunca engordé a niveles extremos (o tal vez porque mis genes, por su estructura y naturaleza no son tan suavecitos y abrazables). Durante mis veintes permanecí un buen número de años oscilando entre los 80 y los 85 kilos, atravesé mis treinta acercándome a los 90 kilos y para cuando pasé los cuarenta ya había alcanzado la cifra de 95.

Fue entonces que tuve un instante de iluminación divina, los cielos se abrieron generosos y una voz me preguntó ¿Dónde vas? Y al mirarla descubrí unos ojos azules como el mar (ya patiné con Perales y una de mis canciones favoritas) ya en serio, me cuestioné hasta dónde llegaría con mi peso, entendí que los 100 kilos debían ser una barrera insalvable, un límite inexpugnable y que para ello debía tomar medidas enérgicas.

Por otra parte y coincidentemente, en los periódicos se empezaron a publicar noticias de personas, entre los 35 y 40 años que repentinamente morían de ataques al corazón, también me enteré de muchos casos de personas de esas mismas edades que enfermaban de diabetes mellitus o de hipertensión arterial, todo eso terminó de asustarme.

Me cuestioné sobre el tipo de vida que me gustaría tener después de los 60 años. Me visualicé en dos dimensiones, como un anciano enfermo, lleno de achaques y limitaciones y como un hombre sano disfrutando plenamente de su tercera edad; no había mucho que pensar, sólo había una opción satisfactoria y para poder aspirar a alcanzarla había que poner manos a la obra en calidad de urgencia.

Por eso empecé a nadar en septiembre del 2008 y por eso empecé a asistir al gimnasio en junio del año pasado, y no solo me sentí mejor físicamente sino que también bajé de peso (9 kilos). Sin embargo por causas relacionadas con la falta de dedicación, disciplina y constancia, aunado al exceso de comodidad y flojera (más una molestia muscular en el brazo derecho) dejé de nadar en noviembre pasado y abandoné las pesas en febrero de este año.

Y por arte de magia (o por una fijación genética o por descuido generalizado en la alimentación o por apego al estilo sedentario de vida o por mil cosas más) los kilos regresaron con mexicana alegría. Yo ya lo había notado, la verdad me había saltado a la vista (vean mi foto de perfil en el Facebook) algunas personas me lo habían comentado y mi cuerpo lo resentía cada vez que subía escaleras o apuraba el paso, simplemente se me acaba la respiración.

La decisión final fue tomada como resultado del Programa de Activación Física que se inició en la empresa en que trabajo (el Instituto Mexicano del Seguro Social, que como sabrán su negocio es la conservación de la salud pública) como parte de las acciones desarrolladas en ese programa están la toma de peso y talla de cada trabajador, la determinación del índice de masa corporal y la calificación de nuestro estado de acuerdo a lo anterior.

Cuando llegó mi turno las cifras me saltaron a la cara: 96 kilos 600 gramos (debería pesar no más de 78) mi cintura mide 117 centímetros (la cintura de los hombres no debería rebasar los 100 centímetros) y mi calificación fue de obeso grado 1. De plano, me he convertido en un gordito, había que hacer algo al respecto.

Por eso ayer me el pasado miércoles me reinscribí en la natación, compré mis googles nuevos y mi mochila del Cruz Azul (el equipo que goza de todas mis pasiones y afectos) y me alisto para empezar a nadar el lunes. Pero además ayer jueves, a eso de las 7 de la noche, me vestí deportivamente y me fui al gimnasio que está unas calles detrás de mi casa.

Bicicleta, estiramientos, abdominales y rutina de ejercicios para el pecho con barras y mancuernas, esa fue la rutina del día tras un litro y medio de sudor desparramado por todos lados. Al llegar a casa la sensación de dolor empezó a generalizarse en todo mi cuerpo, pero yo me sentí bien, me sentí fuerte, me sentí en congruencia, sentí que había retomado el camino.

¿Por qué escribo todo esto? Para que me den ánimos, para que me motiven y apoyen, para que me echen porras, para que no me dejen abandonar el ejercicio. Para que con todas sus buenas vibras me ayuden a dejar de ser un gordito amigajonadito. ¿Podrían, amigos míos, hacerme ese favor? Gracias.



3 comentarios:

  1. oye gordito amigajonadito, tambien hay que dejar las "chelas" eh!! y la botanitas..y los taquitos y la tortas de lechon..etc etc etc

    P.S.

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  2. Mira mi querido amigo perfectamente amigajonadito, 8no por gordo sino por abrazable), no importa si comes o no, si haces ejercicio o no, si eres gordo o flaco, lo que verdaderamente vale en ti es que eres un excelente ser humano, un maravilloso amigo, pero si de todas formas quieres bajar seras megarecontraarchi genial. yo te quiero mcho como sea. chapita

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  3. yo opino que si tu te sientes bien como te encuentras en este momento gordo flaco no importa lo que me párese que estas asiendo es corresponder a la vanidad que te estas formando por lo que te dicen

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