Pues resulta que el Gobierno Federal se ha dado cuenta que los mexicanos estamos muy gorditos. Yo ya lo había notado, pero no había querido decírselo a nadie para no herir susceptibilidades, ya ven como somos los mexicanos a veces (y sobre todo las mexicanas).
Para que recobremos la línea, se ha decidido prohibir la venta de comita chatarra en las escuelas. Me imagino que se están refiriendo a las papas fritas, chocolates, dulces, chicharrones, miguelitos y en general, toda clase de botanas cargadas de calorías y sin valor nutritivo para los chicos. En otras palabras, no venderán porquerías.
Ya desde principios de los años setentas (cuando yo acudía a la primaria) las mamás se quejaban de que los niños comprábamos y comíamos puras porquerías a la salida de clases. Pero creo que el concepto cambió y lo que antes era porquería comestible ahora es un alimento muy deseable. Analicemos un poco.
En aquellos añorados tiempos la mayoría de los niños llevamos nuestro almuerzo a la escuela, casi siempre era una torta de jamón y queso o de huevo con chorizo. En ocasiones llevábamos hasta refresco de fruta. Eso estaba bien, porque eran cosas que las propias mamás preparaban. El problema, según ellas, era a la salida de clases.
A esa hora, las puertas de las escuelas se llenaban de vendedores, es cierto, pero lo que vendían era jícamas, naranjas, mandarinas, mango, tamarindos, piñuelas, grosellas, ciruelas, huayas (todo con limón y chile) es decir frutas, puras frutas. Y si te daba sed un raspado de hielo con jarabe de tamarindo era lo mejor del mundo.
Yo supongo que las mamás se quejaban porque en ocasiones estas frutas las comíamos verdes (sin madurar) como el mango y las ciruelas, lo que ocasionaba enfermedades de la panza (no siempre) además de por la escasa higiene con que se preparaban esos alimentos. Además de que en esos años no se conocían las propiedades de la jícama.
Por otra parte, las mamás no tenían control de nosotros y lo que comprábamos porque no se acostumbraba que nos fueran a buscar a la escuela, nosotros nos regresábamos solos y con la bendición de Dios.
Los tiempos cambiaron y llegó la revolución de las Sabritas y el Ricolino, además aparecieron los miguelitos, las pasitas con chocolate, galletas y demás golosinas. Eso agregó muchas calorías a la dieta infantil. Para terminar de agravar el asunto, los padres actuales decidimos que finalmente nuestras madres tenían razón y les prohibimos a los hijos comprar cosas en los puestos ambulantes (los que venden fruta, no por la fruta en sí, sino por la higiene).
El resultado es un cambio en los hábitos alimenticios postescuela (¿Existe esa palabra?). Esto último, aunado al hecho de que los niños ya no caminan para regresar a casa (ni juegan fútbol a la salida, ni se escapan para ir a nadar, ni se reúnen para jugar beisbol en las tardes, ni hacen deporte y sí se la pasan sentados jugando sus nintendo y psp o enviando mensajes por internet) da como resultado niños gorditos.
Esto no quiere decir que en aquellos años no haya habido gorditos, si había. Pero eran menos. En todos los salones había uno o dos gorditos (y uno que usaba lentes) pero eran mucho menos que los que hay actualmente.
Ahora se trata de revertir ese problema, va a estar difícil, pero ojalá se pueda.
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