martes, 28 de julio de 2009

42. Tiempos veloces

Tengo la impresión de que el tiempo transcurre con mayor rapidez que hace 35 años, es una sensación clara y palpable de que los meses y los años son más cortos, de tal manera que en un abrir y cerrar de ojos ya pasó el tiempo. Eso me preocupa.

Como una prueba fehaciente e irrefutable de lo antes expuesto, es el hecho de que ya casi pasaron 7 meses de este año y ya casi alcanzamos la primera década del siglo 21 ¿No les parece increíble? A mí me parece sorprendente.


Debo confesar que ya había notado esa situación, de hecho caí en cuenta de ello desde hace como 30 años, pero no había comentado nada porque pensé que se trataba de una apreciación errónea. Pero he estado haciendo una encuesta entre algunos conocidos y la mayoría de ellos coincide en que verdaderamente el tiempo pasa más rápido, como si tuviera prisa por llegar a alguna parte que no conocemos.

Yo recuerdo que cuando estudiaba en la primaria los años eran muy largos, larguísimos diría yo. Desde que entraba a clases el 2 de septiembre hasta las vacaciones de diciembre pasaba mucho tiempo. Me fastidiaba aguardando que llegue esa época y no llegaba, el tiempo de clases se hacía eterno, las semanas se arrastraban, los meses no avanzaban, todo era muy desesperante. Lo mismo pasaba de enero al receso de semana santa y de ahí a las vacaciones de verano.

No quiero que se piense que en realidad no me gustaba ir a clases. Nada de eso, si me gustaba ir a la escuela (no una cosa que se diga que bruto cómo me gustaba ir, pero si me agradaba) es más, los meses vacacionales de julio y agosto eran muy padres al principio, pero eran tan largos que a mediados de agosto ya estaba fastidiado de no hacer nada, ya quería ir de nuevo a la escuela, conocer a la maestra y saber quiénes irían a clases conmigo durante el siguiente año.

La cosa se fue acelerando entre la mitad de la secundaria y principios de la preparatoria, entonces el tiempo empezó a transcurrir de manera vertiginosa; apenas te estabas adaptando a las clases y ya estaban ahí los exámenes del primer bimestre, un poco más de tiempo y llegaba el segundo y tercer bimestre, los finales, extraordinarios y apúrate que ya va a empezar un nuevo semestre. Todo era tan rápido y tan cansado.

Pero además agréguenle a todo eso el hecho de que había que ir a la escuela por las tardes y trabajar por las mañanas, en las noches tener que ir a ver a la novia, los sábados atender las responsabilidades en los grupos de la iglesia donde estaba metido, realmente no tenía uno tiempo para nada. Cuando querías reaccionar ya había empezado un nuevo año, en menos que canta un gallo estabas en abril, agosto, octubre y cuando menos lo esperabas ya estabas nuevamente poniendo el arbolito de navidad.

A esto hay que agregarle el hecho innegable del paso del tiempo sobre tus hombros, de tal manera que cuando menos lo esperas ya te estás casando, de pronto llega un hijo, otro y otro más. Ya para entonces tienes alrededor de 30 años, entre que un hijo entra a la primaria y el otro al kínder, fiestas de cumpleaños y navidades, te acercas a los cuarenta y ni cuenta te diste de cuándo se te empezó a caer el pelo y cuándo te empezaron a decir señor.

Yo no sé qué sucede, como que alguien ahí arriba decidió girar más de prisa al mundo, acelerar las cosas, apurar las situaciones. No importa, es cosa de él, yo por mi parte me adapto a la velocidad (aunque a veces siento vértigo) y me acostumbro a la celeridad, por ratos descanso y por momentos corro para ir al mismo ritmo de estos tiempos raudos y veloces que nos han tocado vivir. Adáptate tu también.

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