martes, 21 de julio de 2009

39. Un viejo amigo

Me reconoció a la distancia y me saludó como se saluda a un viejo y entrañable amigo. Así fue, así lo sentí. Para mí, él es un personaje que ha formado parte esencial en la historia de mi vida, siempre ha estado en ella y yo nunca he estado muy lejos de él. Me refiero al malecón de mi ciudad, al malecón de San Francisco de Campeche.

Cuando me vio pareció sonreír, su brisa acarició mi cara, me envolvió. Reconocí los sentimientos que nacen de la cercanía al amigo. Aspiré el aroma del mar y como tantas veces, mi mirada se perdió en el horizonte lejano y mi mente se subió a la barca de la imaginación y navegó hasta aquellos años dichosos de una niñez vivida a orillas de la playa.

El mar no estaba tan tranquilo como es lo común en las playas campechanas, pero tampoco estaba muy airado, tenía un vaivén casi musical, casi rítmico, como aquellos boleros de antes; su melodía hacía que las olas rompieran suavemente sobre las piedras y que los cayucos bailaran en armonía.

En un instante, una gaviota voló cercana a mí, suspendida en el aire parecía disfrutar del paisaje tanto como yo. Un poco más allá, un grupo de pelicanos volaba en formación, sus alas casi acariciaban la superficie del mar, se alejaron plácidos al sentir la proximidad de la noche.

A lo lejos el sol declinaba decorando las nubes con alegres colores, imposible dejar de recordar aquellas canciones campechanas que alaban los atardeceres de mi tierra, que enaltecen el amor del mar por esta ciudad convertida en novia, en su enamorada y eterna novia.

Caminar el malecón de Campeche es más que un episodio de ejercitación física, es reencontrarse con la esencia de un pueblo que sueña, que ha vivido del mar, que se adormece arrullado en sus olas y se perfuma de brisa y de sol.

Caminar el malecón significa llenar el espíritu de mar, de belleza y de sabor a sal. Es fundir el alma con el alma del Campeche eterno, el que siempre está, el que nunca pasa, el que se mete en el corazón para no salir jamás. El Campeche que vive y late en nosotros, aunque nosotros vivamos lejos de él.

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