La mente divaga, los
pensamientos se deslizan, se ideas se esfuman, todo se precipita, cae en las
calles y se escurre por las alcantarillas de la ciudad. Inútilmente trato de
arrancarle letras a las paredes, al techo y a las sucias ventanas del
departamento. Pero ellas no tienen letras y yo no tengo ideas.
Los sonidos de la ciudad
llegan hasta mí, a veces de manera nítida, a veces en forma difuminada, las
sirenas de las ambulancias son una constante (para mi fortuna, nunca han sonado
para venir por mi). Pero esta ciudad suena distinto a como suena mi ciudad por
las noches, aquí no se escuchan ladridos ni serenatas ni música de grillos y
canciones de ranas trasnochadas. Solo ambulancias y patrullas y autos y más
autos.
Si, extraño los sonidos que
por las noches llegaban hasta mi antiguo dormitorio, extraño la luna y extraño
la brisa. Se me hace muy raro echar de menos a la luna porque en realidad, es
la misma luna que se asoma a mi ventana y sigue mis actuales pasos. Pero en mi
tierra la luna se ve distinta, se los juro que se ve diferente. No sé, a lo
mejor es solo mi idea.
Y mientras tanto, las horas
siguen caminando, el sueño me sigue evadiendo, juega conmigo (¿Por qué todos
quieren jugar conmigo?) a veces el sueño se asoma y luego se esconde, como un inquieto
fantasma, como aquellas sobras repentinas que en otros tiempos me asustaban. ¿A
dónde se va el sueño, por qué se esconde? No lo sé, tal vez nadie lo sabe.
Creo que lo mejor sería apagar
la computadora, cerrar los ojos y quedarme quieto, tal vez de esa manera el
sueño se aburra de andar brincando en la cama y se acurruque junto a mi, de esa
forma los dos, abrazados y tranquilos, podríamos dormir. Se me olvida, el sueño no duerme, el
sueño sólo cabalga aprisa en las mentes que duermen. A ratos no quisiera que
cabalgue, solo quiero que este quieto junto a mi, quizá para no sentirme tan
solo en esta noche sola.
A ratos tengo calor, por
momentos llega hasta a mí el aire fresco que fluye por la abierta ventana, a
ratos me dan ganas de salir y perderme en las calles y perderme en la noche y
perderme en extrañas sensaciones que florecen y perecen entre la bruma. A ratos
los pensamientos me turban, me inquietan y todo se llena de imágenes
discordantes. A ratos lo mejor es no pensar, no sentir, no desear.
¿Esta es la segunda o la
tercera cerveza? La tercera me grita ese alguien que vive en mi cabeza, pero en realidad no me importa, lo que quiero
es que me haga dormir, que me ayude a confundirme y en medio de tantos embrollos
acabe yo durmiendo y soñando que estoy despierto. Esto es una irrealidad, pero
que más da, será una más de las que conviven conmigo.
El tiempo se alarga, se
estira, se dobla y vuelve a estirarse; el tiempo no pasa, se atora en el umbral
de mi puerta y decide quedarse recostado en la alfombra, con un pie trato de
ahuyentarlo; se espanta de momento, me mira de reojo y se vuelve a acurrucarse.
En un instante, mi mente
viaja y se detiene en lugares conocidos, descansa en el mismo parque, camina
las mismas calles y repasa los mismos escenarios. Recuerda las mismas palabras,
las mismas canciones y los mismos llantos. La mente también juega, también
sueña, se queja, se inquita y se cansa.
¿Cuándo amanecerá? El tiempo
me mira pero no me contesta, sigue adormecido al pie de mi cama, finalmente
entre bostezos murmura impasible:”Tranquilo, ten paciencia, ya pronto despertarás”.
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