domingo, 17 de mayo de 2009

10. La noche

Noche serena, cálida, tranquila. Ya pasa la medianoche y estoy tratando de escribir algo. No llega nada a mi mente, nada. Hoy solo es escribir por escribir, jugar con el teclado y dejar que las palabras se tracen solas, se encuentren y armonicen.

A lo lejos, los sonidos de la ciudad: voces, autos, perros, grillos, más autos, música, más perros, alguien pasa frente a mí casa, más música, ruidos, muchos ruidos. La noche no tiene silencios, los silencios están llenos de rumores. Mi cabeza está llena de voces, de ecos, de fantasmas, de silencios. Mi cabeza está llena de la noche.

Y en noches como esta, quisiera perderme en el silencio de las calles desiertas, confundirme con la obscuridad, vagar sin rumbo, platicar con la luna, con el viento y con la madrugada. Y al final, quedarme dormido a orillas del mar.

En noches como esta, quisiera contarle mis secretos a la noche, decirle todo lo que siempre he callado, hablarle de esperanzas, de sueños, de amores y desamores, cantar con ella mis más tristes canciones, platicarle de ti y de mí, de nosotros y de aquel sueño que una noche juntos soñamos. Y al final, al final no se qué hacer.

Si, a mi me gusta la noche, me gusta recrearla y vivirla y sentirla y saborearla y abandonarme en sus devaneos. La noche me seduce y me atrapa, la noche me atrae y se entrega. La noche se esconde, se burla, juega, se ríe, se muestra y vuelve a esconderse. La noche es así, un poco loca, un poco inquieta.

La noche se desliza suave y dulcemente por en medio de las horas, se abraza ansiosa al silencio, se escurre sin prisa por las calles, se duerme bajo el cielo, se acuesta sobre el mar. La noche transcurre, no se detiene a escucharme, no me mira, no me habla. Pero sé que me entiende.

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