Si, fue una enorme y
multitudinaria fiesta verde, un carnaval esmeralda que invadió el Paseo de a la
Reforma; había disfraces, banderas, serpentinas, antifaces, máscara, capas y
mucha alegría por parte de miles de aficionados que acudieron a celebrar la
conquista de la primera medalla de oro mexicana en la historia del fútbol
olímpico.
Desde el pasado 7 de agosto
quedó concertado el partido final del torneo de fútbol de las XXX Olimpiadas de
Londres 2012; sería el 11 de agosto a las 9:00 horas cuando México se
enfrentaría a Brasil en un partido de pronóstico reservado, donde cualquiera podría
ganar, donde los dos lo darían todo por conquistar su primera medalla de oro en
este tan popular deporte.
El día inició nublado, gris
y con una muy ligera llovizna, se podría predecir algo malo para las próximas
horas. Cerca de las 8 de la mañana atravesé en bicicleta el Paseo de la Reforma
a la altura del famoso monumento a la Independencia. El llamado Angelito estaba
cercado con una valla metálica y en los alrededores se apostaban varias
centenas de policías. Eso era un buen presagio, se anticipaba un festejo.
Apenas terminaba de
instalarme frente a un enorme televisor cuando ya estaba gritando y festejando el primer gol. Parecía un guión de televisión,
México anotaba su primer gol a los 29 segundos de iniciado el juego. Desde ese
momento todo fue nervios y angustia. Para el segundo tiempo otro gol mexicano.
Después vino el descuento brasileño y un susto cuando estaba por terminar el
partido.
Finalmente vino el silbatazo
final, la selección mexicana de fútbol se proclamaba campeón olímpico y con
ello se hacía acreedora de la medalla de oro, la primera conseguida en el
deporte más popular del país. Y al instante se vino el festejo en las calles de
la capital de la república. Pero quise esperarme hasta escuchar el himno
nacional y ver la bandera en todo lo alto para sentir la emoción y el orgullo
nacional.
Antes de describir el
festejo en el Angelito, lugar tradicional de celebraciones futboleras, debo
aclarar que ya antes, en 2008, había presenciado uno de estos acontecimientos,
fue cuando coincidió mi asistencia a un curso con el partido que México le ganó
a Francia durante el mundial de Sudáfrica. Pero no hubo comparación entre este
y aquel, aquel fue solo un partido, este era un campeonato olímpico, la fiesta
fue mucho mayor.
Con más curiosidad que otra cosa
me dispuse a caminar en los alrededores del Angelito, fue cuando empecé a dimensionar
la magnitud del festejo, de la celebración, del carnaval que se estaba gestando
de la nada, sin orden, sin rumbo, solamente con el deseo de manifestar la
alegría efímera de un triunfo futbolero.
Las calles centrales de del
Paseo de la Reforma se cerraron de inmediato al paso de vehículos, las calles
laterales se congestionaron de autos cuyos ocupantes hacían sonar sus bocinas,
ondeaban banderas y vitoreaban a los “nuevos héroes” nacionales. Por su parte los transeúntes tocaban
cornetas, tamboras y todo lo que sirviera para hacer ruido, incluyendo tapas de
ollas de cocina.
Para entonces ya las calles
estaban inundadas de gente, todos con camisas verdes, o de malas algo verde,
cualquier cosa, un sombrero, una gorra, una bandera o lo que fuere, pero todos
lucían algo verde, eso era como una obligación. Por supuesto yo portaba con
orgullo mi camisa de la selección nacional.
Un numeroso grupo de
muchachos se apostó en las orillas de la calle lateral y pedían a las chicas que mostraran “chichis a
la banda”, ninguna se animó. Uno de ellos se puso más grosero y fue arrestado
por la policía ante el abucheo de unos y los aplausos de otros.
No podían faltar los oportunistas,
el principal era Juanito, ese personaje de la vida mexicana, más grotesco y bufón
que político y luchador social, quien no dejaba de tomarse fotos con quien se
lo solicitara. A sus espaldas, con mantas y carteles, un grupo de no más de 30 inconformes
exigían que se limpiaran las elecciones presidenciales. Nadie les hizo el menor
caso.
De manera sorprendente
aparecieron en escena un grupo de vendedores comercializando camisas de la selección
con la leyenda impresa “México, Campeón Olímpico” al precio de 50 pesos. Pero
al parecer fue más popular vender bigotes falsos, hasta las mujeres los compraban
y los lucían graciosamente y sin reparos.
Una señora vestida de China
Poblana regalaba saludos y besos volados, también era bastante requerida para
la foto del recuerdo. El Zorro también se dejó ver, vestido absolutamente de
negro pero ondeando una bandera mexicana. También había perritos con sus camisas
de futbol y no podía faltar el guerrero azteca con su desplumado penacho y los
charros con enormes sombreros.
También había muchos con
antifaces o con máscaras de los más populares luchadores, las banderas servían
de capas. La espuma salía de los botes de aerosol y bañaban a todos sin que
nadie se molestara. Algunos grupos corrían con sus banderas atropellando a la
gente, yo fui una de sus víctimas al recibir un banderazo en la cara sin mayor
consecuencia; una disculpa, un no hay problema y que sigan las porras.
Una abuelita en silla de
ruedas no quiso dejar de presenciar la fiesta futbolera, aunque para ello
requiriera la ayuda de uno de sus nietos quien alegremente la conducía por
entre el gentío. En el lado opuesto de la vida, muchos llevaban bebés con sus
uniformes verdes y sus caritas marcadas de manera tricolor.
Las muchachas eran de las
más alegres, bailaban, gritaban, se abrazaban, lanzaban porras y arengaban a la
multitud a seguir celebrando. Algunos niños intentaban echarse una cascarita
con un balón de plástico pero era realmente imposible ante tal cantidad de
gente.
De pronto otra sorpresa,
vendedores de carteles que agradecían a Oribe Peralta, Marcos Fabián y demás
seleccionados por su esfuerzo y dedicación y por la alegría que regalaban al
pueblo mexicano. También había calcomanías de futbolistas de caricatura que
hacían recordar a los mencionados jugadores.
En medio de todo, los
vendedores de dulces, frutas, tacos (7 por 10 pesos), refrescos, cornetas,
pelucas rizadas y largas pestañas tricolores, banderas y banderines, sombreros
de y gorras. También había otros fuera de tono que vendían ratoncitos y arañas
de juguete o avioncitos de cuerda.
Un grupo de jóvenes
religiosos cantaba alabanzas y proclamaban a todo pulmón que Dios ama a México.
Frente a ellos estaban los que gritaban que ya se había ganado en fútbol pero
que era hora de ganar también en la democracia. Los sentí tan desubicados a
unos como a otros.
Tampoco podían faltar los
que cantaban sin cesar el eterno cielito lindo dedicado, por supuesto a los
brasileños. Por cierto, entre la multitud pude vislumbrar a un señor que
caminaba de prisa con su camisa de la selección de Brasil, nadie le hizo el menor
caso, nadie lo burló o le dejo caer algún comentario burlesco, simplemente lo
dejaron transitar tranquilo.
En medio del bullicio
futbolero se empezó a colar la noticia de que la mexicana Rosario Espinoza había conseguido medalla de
bronce en Tae Kwon Do, entonces los festejos arreciaron un poco, no mucho.
Finalmente, a eso de las 4
de la tarde, después de comer en un lugarcillo de por el rumbo, y ya cansado
del cada vez mas disminuido festejo, opté por dirigirme a lo que llamo casa
para leer las crónicas del triunfo mexicano en las páginas electrónicas de los
principales periódicos y los comentarios en las redes sociales. Hasta aquí, ya
veremos qué pasa mañana.